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La responsabilidad de exigir

José M. Tojeira

Cuando se acercan las elecciones se nos repite demasiado que tenemos la responsabilidad cívica de votar. Y aunque es cierto, thumb no es el mejor mensaje. En nuestro país no basta votar para avanzar en democracia. Y mucho menos para avanzar en justicia social, sovaldi disminución de la desigualdad flagrante, mind o reducir la violencia. Llevamos votando ininterrumpidamente desde 1981, con las graves limitaciones de la guerra civil, y a partir de 1994 con plena participación de todos los pensamientos y convicciones políticas. Sin embargo, en estos últimos veinte años desde que las elecciones se pueden llamar libres, no ha habido cambios importantes en la estructura socioeconómica del país. La carga impositiva continúa golpeando más a los pobres y a los sectores vulnerables; los sistemas de salud y educación mantienen formas de marginación importantes; e incluso el salario mínimo muestra unas terribles diferencias entre el campo y la ciudad de todo punto injustificables. Si nos vamos a temas de justicia legal frente a las gravísimas violaciones de Derechos Humanos cometidas en tiempo de la guerra civil, baste con mencionar que el nombre de Domingo Monterrosa sigue exhibiéndose como ícono militar honroso en varios lugares del país, a pesar de tener plena constancia de la barbarie cometida por el batallón Atlacatl bajo su mando. El sistema judicial sigue adoleciendo hoy de graves fallos. Y las recomendaciones de los diputados, los amiguismos y algunas formas de corrupción continúan como plaga horadando nuestra convivencia. No basta votar. Hay que exigir a diputados y alcaldes que las cosas mejoren sustancialmente en vez de caminar a paso de tortuga.

Ya hace años Monseñor Rivera, antes de las elecciones del año 94, había dicho que no comprendía cómo un católico podía votar por el partido que idolatraba al asesino de Mons. Romero. Es evidente que si queremos votar con responsabilidad hay que exigirle a ARENA que se reconcilie con una buena parte del pueblo salvadoreño. No puede un partido presentarse como democrático y partidario del bien común si es incapaz de reconocer la barbarie del pasado e incluso purificar su propia historia, en algunos aspectos manchada por personas que cometieron delitos de lesa humanidad. La impunidad legal fomentada por la propia ARENA no exime de responsabilidades históricas ni al partido ni a algunos de sus militantes o fundadores. Exigir un compromiso serio en el campo de los Derechos Humanos es imprescindible, aunque sólo fuera en el campo del reconocimiento. La falta de conciencia social de este partido tiene que discutirse y aclararse ante el pueblo salvadoreño.

Al FMLN hay que exigirle mayor coherencia entre su discurso y sus acciones. Es una total vergüenza que después de un quinquenio en el gobierno el Frente no haya sido capaz de cambiar la estructura perversa de esa tabla de salario mínimo que maltrata al trabajo agropecuario y aumenta sistemáticamente diferencias escandalosas entre el ingreso de los propios pobres. Tocar a fondo la estructura doble y marginadora de los pobres en el sistema público de salud es urgente. Y no parece que de momento se avance demasiado al respecto. Que a las empleadas del hogar se les permita entrar en el Seguro Social con prestaciones inferiores al resto de los asegurados y sólo si el patrón lo permite, no sólo es política claramente antifeminista sino racista. Exigir una mayor velocidad en reformas indispensables a la dignidad de las personas es un deber básico de cualquier persona con conciencia.

Los partidos pequeños, que alardean de estar “entre las extremas”, tienen que dejar de negociar su voto a cambio de favores y prebendas. Los que podrían hacer de bisagra entre los partidos grandes para exigir mayor responsabilidad social, menor corrupción y un ritmo más rápido de reformas sociales imprescindibles, son los que con frecuencia se venden o se lanzan a propagandas irresponsables como la pena de muerte, levantando un espíritu negativo de venganza social en vez promover labores preventivas mediante el impulso de la justicia social. Aunque no todos los partidos pequeños, ni todos sus miembros puedan incluirse en estas críticas, ciertamente la mayoría están incluidos en ellas. Es imperativo exigirles mucha más responsabilidad y que dejen de ver la política como un negocio.

Por supuesto que debemos votar. Pero con voz, y no como espectadores mudos de un baile de privilegiados. El P. Ellacuría insistía siempre en “que el pueblo haga oír su voz”. Hoy más que nunca necesitamos que el mismo pueblo le haga escuchar su voz a los políticos. Que no sólo vote por ellos sino que exija coherencia en el impulso al desarrollo y la libertad. Hay que obligar a los diputados con la palabra eficaz a ser más fieles a quienes los votaron que a las maniobras partidarias. Los que votamos no podemos tolerar la corrupción ni la mentira. Y debemos decirlo y demostrarlo. El aprecio que tengamos al partido que consideramos más afín a nuestro pensamiento y sentir no debe silenciarnos cómplicemente con los desaciertos del mismo. El mejor favor que le podemos hacer a nuestro propio partido es la crítica y el insistir sistemáticamente en la profundización de la propuesta. De lo contrario seguiremos hundiéndonos en esta maraña de pobreza, desigualdad, violencia y debilidad institucional que nos ha caracterizado desde el fin de la guerra y que sigue siendo todavía el gran desafío a vencer. Los políticos son necesarios en la democracia y por eso votamos. Pero con exigencia y con voz

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