Yanuario Gómez
@DiarioCoLatino
“Valle de las Hamacas” se le llamó a El Salvador desde la época precolombina. La historia de los terremotos en la capital ha sido frecuente. En 1524, San Salvador registra la primera ruina de la que se tiene noticia; 23 de mayo de 1576 el epicentro fue entre San Marcos y Santo Tomás; 1593, un sismo daña severamente San Salvador; en 1625 violento temblor causa graves daños en San Salvador; en 1650 y 1656 el epicentro fue San Salvador provocando serios daños; y así sucesivamente se ocurren varios siniestros.
A lo largo de los años, diversos fenómenos naturales y movimientos telúricos han golpeado el territorio nacional, provocando grandes pérdidas tanto económicas como de vidas humanas.
Era 1986, El Salvador atravesaba por un sangriento conflicto armado que inició formalmente en 1981 causado por la enorme brecha de desigualdad entre ricos y pobres, el cual se desarrollaba con más intensidad en el interior del país. Se enfrentaban la Fuerza Armada de El Salvador (FAES), contra el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
La vida del salvadoreño común se desarrollaba entre toques de queda y enfrentamientos armados entre ambos bandos (FAES, FMLN). Aun en este contexto, la voluntad de sobreponerse a cualquier situación propia del ser humano hacía que la gente siguiera con su vida y sus actividades normalmente.
Llegó el 10 de octubre de 1986, un viernes como cualquier otro, amas de casa haciendo las compras, las calles del centro de San Salvador llenas de vendedores, niños y niñas en las escuelas esperando el sonido del timbre anunciando el fin de una semana más de clases, oficinas y fábricas repletas de obreros y oficinistas llevando en sus hombros el desarrollo de un país entero.
Dieron las 11:50 de la mañana, toda la normalidad que se respiraba en el ambiente se esfumó como por arte de magia. El suelo de San Salvador comienza a moverse, “la gente en las calles caían como piezas de dominó, trataban de correr pero caían al suelo y es que el temblor fue como olas del mar, o sea, no era un movimiento uniforme. El suelo se movía hacia los lados pero también se sentía como que brincaba” relata Luis Solano Cea, “el piocha”, miembro de Cruz Verde Salvadoreña.
Una poderosa onda en forma de ola recorre la capital entera destrozando todo a su paso. La destrucción es evidente en edificios privados como el Gran Hotel San Salvador y los centros comerciales “Rubén Darío” y “Dueñas”; en locales ministeriales como los de Trabajo, Educación, Agricultura y Ganadería, la Biblioteca Nacional; en centros educativos como el Colegio Guadalupano y la Escuela “Joaquín Rodezno”, en hospitales como el de Niños “Banjamín Bloom” y en monumentos simbólicos, como la efigie del Salvador del Mundo, situado en el centro de la Plaza de las Américas
El terremoto grado 5.7 en la escala de Richter (5,4 en magnitud de ondas de cuerpo), tuvo una duración de 10 segundos y su epicentro fue localizado en fallas situadas a 8 kilómetros bajo la zona de Los Planes de Renderos, al sur de San Salvador.
Minutos después del siniestro entran en estado de alerta todas las instituciones de respuesta en lo que a prevención y mitigación de desastres que existían en aquel momento: Cruz Verde, Cruz Roja, Cuerpo de Bomberos, Comandos de Salvamento, entre otros.
Carlos Alvarado, quien había laborado como ordenanza y como ascensorista del emblemático edificio Rubén Darío en 1,971, volvió a ese inmueble un tiempo después. El terremoto del ’86 lo obligó a regresar, pero esta vez como bombero con la misión de rescatar a los damnificados del derrumbe de dicho edificio.
Alvarado, quien en la actualidad es operador de Comandos de Salvamento, relató que mientras el reloj marcaba las 11:50 de la mañana se encontraba en el cuartel central de bomberos.
“Todos quedamos asustados. Nos dieron tiempo para ir a ver que todo estuviera bien en nuestras casas y luego nos fuimos a ayudar a los afectados. A mí me mandaron a apagar el fuego del Darío”, explicó, a la vez que detalló que las llamas fueron originadas por la explosión de los tambos de gas de la cafetería “El Caminante”, que se encontraba en la azotea del edificio de cinco niveles.
El exbombero relata que conocía ese edificio como la palma de su mano al punto de saber la ubicación de cada uno de los negocios que ahí se situaban.
“En ese edificio había bastante gente almorzando, porque ya era la hora. Yo sabía qué negocio era el que estaba en cada nivel por el trabajo que desempeñé ahí”, dijo Alvarado, a la vez que detalló que entre los negocios que albergaba el edificio Darío había una joyería, una venta de cosméticos y una clínica de odontología. De esta última se rescató de todo el derrumbe a una odontóloga.
Ricardo Martínez, Inspector del cuerpo de Bomberos, describe como percibió el siniestro. “EL edificio Rubén Darío había colapsado, se había hundido literalmente hablando, había una gran cantidad de heridos ya que alrededor se situaban vendedores ambulantes, además de que ese edificio por ser comercial era de los más visitados por la gente”.
Según ambos bomberos, lo primero que hicieron fue sofocar el incendio para poder trabajar con más seguridad, posteriormente iniciaron las tareas de búsqueda y rescate en los escombros del edificio, ya fuera de personas con vida o cadáveres.
“Encontrábamos cuerpos de personas entre las columnas que habían colapsado, removíamos los escombros como podíamos ya que no había maquinaria especializada, trabajábamos con palas y piochas, hasta que el DUA nos mandó unos taladros que utilizaban para romper las calles y reparar tuberías esa fue una de las herramientas que más nos ayudó en ese tiempo”, manifestó Martínez.
Además del Cuerpo de Bomberos, otros grupos de rescatistas se hicieron presentes a colaborar en las tareas de mitigación del desastre, además de personas civiles sin adiestramiento alguno pero con la intensión de ayudar.
“Nosotros nos abocamos al centro de San Salvador, concretamente al Darío porque nos dijeron que era donde se presumía que habían más víctimas. Cuando llegamos empezamos a trabajar con palas y piochas que nos dio el Ministerio de Obras Públicas, sacábamos los escombros con baldes para ir abriendo paso a buscar posibles víctimas”, cuenta José Bonilla, rescatista Cruz Verde.
Según el Voluntario de Cruz Verde, ellos fueron los primeros en llegar al Centro Comercial a trabajar, luego llegaron los bomberos, Comandos de Salvamento, además de voluntarios de Guatemala y los Topos de México, quienes por su experiencia fueron los que marcaron el edificio para ver por donde se iba a entrar a buscar personas.
“Luego cuando vimos que habíamos muchos rescatistas en ese edificio, algunos grupos nos movimos a otros lugares donde también habían afectados. El grupo donde estaba yo nos fuimos al Hotel San Salvador y a los negocios aledaños a rescatar personas” manifiesta Bonilla.
Cruz Verde cuenta con cientos de fotografías que dan testimonio de la magnitud del terremoto, muchas de ellas propiedad intelectual de Luis Solano, “El Piocha”, quien además de trabajar en las labores de rescate, también registraba los hechos con su cámara fotográfica.
“Cuando yo sentí el temblor, lo primero que hice fue tomar mi cámara y enfocarla a la catedral para ver si se caía la cúpula, mi gran sorpresa fue que fue el Edificio Rubén Darío el que se cayó, luego se cayeron otros edificios como el Hotel San Salvador, el Tazumal, entre otros” recuerda Solano.
”El piocha” recuerda que cuando llegaron al centro de San Salvador muchos familiares de las personas que trabajaban en los edificios iban llegando a pie a buscar a sus familiares, ya que muchas de las calles se habían agrietado o los escombros producto de edificios caídos las habían obstruido.
“Una señora que llegó a buscar a su esposo lo reconoció por una muela que él se había mandado a arreglar, a ponerse corona, por eso es bueno que uno conozca a sus seres queridos para que en un percance sepa identificarlos”, manifiesta Solano.
Si bien es cierto la zona más afectada por el terremoto fue el centro histórico, la devastación y mortandad también se expandió a todo el municipio: los barrios de Santa Anita, San Jacinto, La Vega, San Esteban, El Carmen y Candelaria, al igual que en los Planes de Renderos, donde el fenómeno llegó a alcanzar los 9,0 grados Richter; Ciudad Delgado y Santa Clara.
Ambulancias, camiones de bomberos y hasta algunos helicópteros recorrían los diferentes barrios y colonias de San Salvador y sus alrededores para buscar damnificados.
Roberto Cruz, motorista y socorrista de Comandos de Salvamento fue uno de los primeros que hizo el recorrido.
“Cada uno de los motoristas y el personal tomamos las ambulancias y empezamos a focalizar donde había sido el epicentro del terremoto, además del centro también había afectado comunidades como Mejicanos, la Vega, Barrio Lourdes, la Colonia Santa Marta también donde se hundió la calle principal”, recuerda Cruz.
En efecto, un deslizamiento de tierra sepulta unas 200 casas y causa 100 muertos en la colonia Santa Marta, al sur de la ciudad capital. Pero no es el único derrumbe ocurrido a raíz de ese evento sísmico, que también provoca más deslizamientos menores en diversos puntos (barrancas, taludes de cerros, cortes para carreteras, etc.) de la ciudad capital y en las cercanías del Lago de Ilopango.
“Yo tomé la ambulancia, salimos y la gente nos iba guiando, salía gente a las calles y nos llamaba diciéndonos que tenían heridos por el terremoto. Yo tomé la calle Juan Pablo II, luego me llevaron hasta el cine Avenida donde habían varios heridos y comenzamos a llevarlos al hospital” relata el socorrista.
Según Cruz, era difícil llevar a las personas heridas al Hospital Rosales pero se dificultaba porque todas las calles estaban obstruidas, solo la primera calle Poniente era transitable.
“Pasamos por unos puestos de comida rápida y ahí recogimos varios heridos, la ambulancia se me llenó de personas que iban quemadas por el aceite que ahí ocupaban, otras fracturadas o en shock, los llevamos al hospital y luego regresamos a traer más heridos. Hasta entonces me di cuenta en realidad de la magnitud del siniestro”, recuerda Cruz.
Luego de llevar a las personas al hospital Cruz, junto a los demás socorristas, regresó al centro de San Salvador a colaborar en las tareas de rescate. Él estuvo ayudando en el edificio Colón, donde según cuenta habían quedado algunas personas atrapadas y las auxiliaron hasta llevarlas al hospital.
“Luego nos trasladamos al lugar donde se encuentra la escuela Santa Catalina, allí la cantidad de niños y niñas heridas era bastante, los padres de familia ya se habían hecho presentes al lugar y nos pedían la ayuda a las organizaciones que estábamos trabajando ahí”.
El sismo causó el colapso de la escuela. ahí, 41 niñas y un niño perdieron la vida bajo el techo y los muros destruidos, “ahí estuvimos trabajando hasta las cuatro de la tarde, luego nos llamaron para que nos hiciéramos presentes al Edificio Rubén Darío, que era donde había más necesidad de personal para trabajar”, cuenta el voluntario de Comandos de Salvamento.
Para Cruz fue muy difícil ver aquella escena, ya que él todos los días iba a almorzar al restaurante El Caminante, conocía a todas las personas que ahí laboraban y a la mayoría que como el tenían la costumbre de frecuentar el establecimiento a diario y no podía creer como todas esas personas habían muerto.
Según los cuerpos de socorro, la labor de rescate y remoción de escombros se extendió por más de un mes. El principal centro de la tragedia fue ubicado en el edificio Rubén Darío, destruido, en donde hubo unos 500 fallecidos.
En total aquellos diez segundos que duró El Terremoto de 1986 ha sido uno de los más destructivos registrados en la ciudad de San Salvador, al causar 1,500 muertos, un centenar de desaparecidos, 10 mil heridos de diversas gravedades y 200,000 damnificados sin hogar y trabajo, al quedar dañados más de sesenta mil viviendas y tres mil negocios entre grandes, medianos y pequeños.
Desde el momento del temblor hasta el miércoles 26 de noviembre de 1986, los sismógrafos nacionales registraron un total de 2508 sismos más, casi todos imperceptibles para la población. Sin embargo, aún el 22 de diciembre se continuaba el trabajo de vigilancia y registro de la actividad sísmica originada en las fallas generadoras del siniestro.
Si bien es cierto, gracias a la ayuda de todas las instituciones de socorro, tanto nacionales como extranjeras, tanto en la labor de rescate como atención a las víctimas, así como en la atención a dignificados pasada la emergencia hay una duda que persiste, una interrogante que todo aquel que vivió ese acontecimiento como el que se documenta al respecto suele hacerse.
¿Pudo evitarse tal tragedia o al menos minimizar su impacto en pérdidas humanas?
Es de todos sabido que un fenómeno natural como un terremoto es difícil de pronosticar cuando se dará y la magnitud que tendrá; aun así, en los antecedentes al 10 de octubre de 1986, así como en los personajes que participaron en la labor de socorrer a las víctimas podemos encontrar algunas pistas sobre porqué se perdieron tantas vidas, así como los pasos que se debieron seguir desde antes para evitar dichas pérdidas.
Por ejemplo, el foco de la tragedia fue el edificio Rubén Darío, que ya había resultado dañado por el terremoto del 3 de mayo de 1965, pero que nunca fue demolido o reparado correctamente.
“Tanto el Edificio Rubén Darío como otros establecimientos del centro de San Salvador como el Hotel San Salvador, ya tenían bandera roja y, por lo tanto, habían sido declarados inhabitables, contrario a ello los encargados en ese tiempo solo habían hecho reparaciones, remiendos mejor dicho y lo habían habilitado como Centro Comercial”, dijo Ricardo Martínez, Inspector de bomberos.
Según Martínez, quien en la actualidad ocupa el cargo de sub jefe de la División de inspección del Cuerpo de Bomberos, si esos edificios hubieran sido demolidos o deshabitados al momento del terremoto, las victimas mortales hubieran sido menos.
Otra de las circunstancias que incidió, según los entrevistados, fue que aunque ya existía un Comité de Emergencia Nacional (COEN) para ese entonces, era solo de nombre, ya que las instituciones de respuesta en caso de emergencias actuaban individualmente, es decir, no había una coordinación para trabajar conjuntamente y agilizar la ayuda, lo cual hubiera permitido una mejor respuesta al siniestro.
A pesar de todo, esta experiencia ha servido para tratar de corregir estas deficiencias, explica Roberto Cruz, socorrista de Comandos de Salvamento. “Sentir esa incapacidad por ayudar a las víctimas de mejor manera, es decir, salvaguarda sus vidas que es el objetivo de cualquier socorrista, marcó la pauta para que cada una de las instituciones buscaran, conjuntarse, hoy en día formamos del USAR, donde estamos todas las instituciones de primera respuesta”. El USAR es un Grupo de Búsqueda y Rescate Urbano que existe en varios países del mundo, como: Argentina, Colombia, República Dominicana, Paraguay Perú, Honduras, China, España, entre otros, y se especializa en situaciones de terremotos. En el caso de El Salvador, lo conforman, el Ministerio de Gobernación y Desarrollo Territorial como enlace político; el Cuerpo de Bomberos, Cruz Roja, Cruz Verde, Comandos de Salvamento y la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO) en representación de la Policía Nacional Civil (PNC).
“También los integrantes de cada institución están mejor preparados, tenemos mejores herramientas para poder atender estas emergencias, la muestra es que en terremotos recientes como los de 2001, de enero y febrero, los resultados fueron mejores a pesar que la intensidad de los temblores fue mayor al del 86”, detalló Cruz.
Según el miembro de Comandos de Salvamento esto es gracias a que se tiene una mejor preparación y se ponen en práctica protocolos de los que antes no se tenía conocimiento en cuanto lo que se debe hacer en cada situación.
También se ha conformado de mejor manera el Comité de Emergencia Nacional donde participan la Fuerza Armada, cuerpos de socorro como Comandos de Salvamento, Cruz Roja y Cruz Verde. Además, el Cuerpo de Bomberos, la Policía Nacional Civil (PNC), Comités de Emergencias Departamentales y Municipales, así como diversas instituciones del gobierno y alcaldías.
Según los entrevistados, cada terremoto, cada inundación, cada fenómeno natural que ha enfrentado el país ha servido para mejorar el trabajo de las instituciones. Esos diez segundos que llenaron de dolor a un país entero motivaron a cada uno de los que participaron en las labores de mitigación a reinventarse y mejorar para ofrecer un mejor servicio en próximos eventos que la población necesite su ayuda.
Así como podemos estar seguros de que los terremotos seguirán ocurriendo en nuestro “valle de las hamacas”, también podemos estarlo de que siempre habrá instituciones y personas que sin más premio que el gozo de ayudar a los demás en su dolor estarán tratando de proporcionar ayuda cada vez que sea necesaria.
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