Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Con este atractivo titular, TELEVISA, conmemora, mediante documentales y cápsulas noticiosas, el primer centenario, del nacimiento del máximo ídolo de la lucha libre mexicana: el inmortal Santo, el Enmascarado de Plata, un mito, un icono, un dios salido de las vecindades del Distrito Federal de los años 30. Una ciudad que ya por esos años, recibía a miles y miles de campesinos descalzos, que llegaban a poblar sus insalubres cuartuchos. Por cierto, una gorda rata dentro de la cuna del primogénito de Santo, hizo que éste prometiera a su mujer de toda la vida, Maruca, que un día la sacaría de aquella inmundicia, a través de su gloria en el cuadrilátero.
Santo, debutó, ya como Santo, el 26 de abril de 1942 en «La Arena México», después de una inicio poco sobresaliente, utilizando distintas identidades: Rudy Guzmán, El Hombre Rojo, El Enmascarado, El Incógnito, El Demonio Negro, El Murciélago Enmascarado II. Sin embargo, ese día murió Rodolfo Guzmán Huerta, el niño oriundo de Tulancingo, Hidalgo, nacido el 23 de septiembre de 1917, para que emergiera, al estrellato de las lonas sangrientas, de las luces, y del frenesí del populacho azteca, el heroico Santo.
Diez años después, en 1952, Santo es llevado a la magia del cómic, bajo la genial inventiva del historietista José G. Cruz, quien lo transforma en el superhéroe que alimentó semanalmente las urgencias de fantasía y aventura de las muchedumbres, que se lanzaban delirantes a comprar los pasquines en los estanquillos del México lindo y querido.
Pero, su consagración, definitiva, como deidad, rodeada de flores y de velas, cual Virgen de Guadalupe secular, llegó con su incursión en la gran pantalla, en 1958, al protagonizar «Santo contra Cerebro del Mal. Una carrera cinematográfica que totaliza 52 films, del llamado «cine fantástico», cuya última producción de 1982 fue: «La furia de los karatecas».
Las cintas de Santo constituyen una versión mexicanísima de los temas de terror, misterio, invasiones extraterrestres, vampiros, zombis y círculos mafiosos que dominaban un aspecto del cine taquillero norteamericano. Santo representa a las fuerzas del bien, en una lucha titánica contra monstruos y agentes del mal, que no escatiman esfuerzos y recursos por instalar su opresivo reino en el desdichado planeta Tierra.
En honor a la verdad, técnicamente, y a nivel de argumento, las películas resultan desastrosas, en términos estéticos, a menos que consideremos la gracia que provocaban (¡y provocan aún!) por su ingenuidad melodramática, y por su carácter de obras maestras del cine bizarro o de serie Z, emparentadas en esa línea con figuras tan míticas como las del fallido director de cine Ed Wood (inmortalizado en una estupenda película por el extraordinario Jhonny Deep).
Pero, cómo guardo en la piel, el terrible pavor y gozo, de cintas como «Santo contra las mujeres vampiro» (con la incomparable Lorena Velázquez) en aquella mañana de sábado de 1974, cuando junto a mi enloquecido primo Oswaldo, gritábamos llenos de miedo, casi orinados, desde las viejas butacas del cine Avenida ¡Qué viva Santo!
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