Luis Arnoldo Colato Hernández
Educador
La ofensiva Al Tope de noviembre de 1989, marca un viraje definitivo que sólo concluirá con los acuerdos de paz, entre el FMLN-END y el régimen pro oligarca de entonces.
Por otro lado, los historiadores coinciden que el inicio del conflicto, fue el asesinato aún impune de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el 24 de marzo de 1980, ejecutado por escuadrones de la muerte, bajo la dirección de Roberto Daubuisson, sicario de las élites.
El alzamiento popular entonces, busco justicia para nuestro pueblo, reprimido por la oligarquía y sus sirvientes los militares, como ahora y desde siempre
Para evidenciarlo observemos que la ultra derecha salvadoreña no se cebó con el asesinato de Monseñor Romero, sino con los asistentes a las exequias los días siguientes, en Catedral de San Salvador, donde 40 salvadoreños más fueran asesinados por los militares desde los techados de los edificios circundantes.
Con aquella masacre, silenciado Monseñor Romero, como miles de entre nuestro pueblo, el único camino que dejó la oligarquía fue la guerra, por lo que se construyó al END.
Aquella lucha desigual pareció perderse antes de iniciada, pues a la falta de recursos se sumó el desconocimiento de táctica, que orillara al END a una formación que se basó en el ensayo, los muchos errores y los pocos aciertos en el teatro operativo, sumándosele algunos ex militares que abrazaron el sueño revolucionario de una sociedad democrática e inclusiva.
Sin embargo, la lucha se empantano, iniciando negociaciones bajo la administración de Napoleón Duarte, obstaculizadas por los elementos reaccionarios de aquella gestión, la oligarquía y los EEUU, que sólo contemplaron como salida al conflicto, una victoria militar sobre el END.
Para quebrar aquel empate, la dirección militar insurgente organizó una embestida para la capital: la ofensiva al Tope, la cual se cristalizó finalmente en el amanecer de aquel 11 de noviembre.
Su implementación fue imperfecta, pues a los yerros logísticos, se sumó el desconocimiento que sobre el terreno tenían las avezadas columnas guerrilleras, que tampoco se armaron con los SAM 7 y 14, necesarios para enfrentar a la FAS, así como las carencias de inteligencia, que impidieron anticipar los crímenes que cometería el ejército nacional, con masacres como la de los jesuitas, que realizará por la frustración que supuso el éxito táctico guerrillero en la propia capital.
Aquel escenario de horror sin embargo solo pudo concluir con las negociaciones, a las que la oligarquía no pudo negarse más, por la presión internacional.
Las negociaciones se tradujeron primero en un cese al fuego, que allanó el terreno para crear la nueva institucionalidad, la PDDH o la PNC, como el Foro de Concertación, desmontado por la oligarquía antes que iniciara sus operaciones.
Tampoco la PNC resultó bien, pues desde su gestación fue corrompida al bajarle el perfil, lo que ahora tristemente verificamos con la actual dirección.
Entonces, la generación por primera vez en nuestra historia, de una genuina institucionalidad, fue el mayor logro de aquella ofensiva, que con sus aciertos y desaciertos promovió al estado moderno salvadoreño.