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11 de noviembre: la ofensiva que abrió paso a la democracia

Licenciada Norma Guevara de Ramirios

A 31 años de aquel 11 de noviembre de 1989, las generaciones actuales deben saber que la ofensiva guerrillera que inició ese día fue la puerta de la negociación que llevó a los Acuerdos de Paz y la democracia en El Salvador.

Los veteranos de guerra del FMLN, y los héroes y mártires de la Ofensiva al Tope y Punto, dedicada a Febe Elizabet y lideres sindicales asesinados el 31 de octubre del mismo año, en la sede de FENASTRAS, son héroes de la democracia, artífices de cambios no imaginados por la derecha salvadoreña de entonces.

Por eso no merecen ser denigrados ahora por los fanáticos de Nuevas Ideas y los funcionarios de gobierno, a los que se les viene a la cabeza todo tipo de insultos cuando los veteranos exigen cumplimiento a la ley de veteranos y a las leyes de protección social creadas en los dos gobiernos del FMLN (2009-2015).

Las modas difícilmente sustituyen las verdades históricas, ni pueden callar a las voces del pueblo; el actual presidente y su gobierno (reciclaje de la vieja derecha), creen que pueden borrar la historia y eso es imposible, como imposible fue que ocultaran la valentía y vigencia del pensamiento de Farabundo Martí durante 60 años de dictadura.

Tampoco pueden evitar que se agiganten las figuras de san Romero, de los padres jesuitas, del pueblo martirizado al que, aún sin conocer el destino de sus restos mortales, sus hijos y nietos les honran en el monumento a la Verdad y la Memoria. Es inevitable. Sépanlo.

La democracia que hemos vivido desde la firma de la paz era inexistente, y así lo dijo el expresidente Cristiani cuando se firmó la paz.

La democracia que hemos vivido es fruto de la acumulación de batallas populares, libradas en distintos escenarios y tiempos, pero que tuvo en la ofensiva de noviembre el impulso y la fuerza para mover creencias que daban aliento a la guerra.

Creían los altos mandos militares de entonces, que la URSS se desmembraba, que el imperialismo obtenía una victoria sobre el llamado socialismo real en la Europa oriental, y que eso acarrearía una condición de aislamiento del FMLN que luchaba como guerrilla.

Creían los gobernantes de turno, y sus mandos militares y escuadroneros, que se podía vencer militarmente al FMLN; en consecuencia, aquella demanda de dialogo y negociación para una solución política del conflicto, enarbolada por el FMLN, organizaciones populares, las iglesias y la comunidad internacional, era algo que ellos creían podían ignorar. Hacían remedos de diálogo, pretendían ganar tiempo para golpear militarmente.

La ofensiva demostró que esas creencias eran equivocadas.

La ofensiva probó que la lucha del FMLN tenía raíces y fuerza propia, y que mejor era tomar en serio la negociación.

Así fue. Aquella gesta de muchachos y muchachas, de campesinos, profesionales, mujeres y hombres que estremecieron al país por un período considerable de tiempo, que empezó a las 7 de la noche del 11 de noviembre con el primer disparo en una avenida de Ciudad Delgado, mostró el amor al pueblo por parte del Frente y sus combatientes, y también la brutalidad del régimen.

No solo bombardearon a la población civil, asesinaron a los padres jesuitas, su colaboradora Celina Ramos y a la hija de esta en la sede de la UCA, con la pretensión de inculpar al FMLN de semejante barbarie.

A veces la verdad cuesta reconocerla, porque hay intereses que pretenden ocultarla, pero esta verdad se abrió paso, quedó en claro el tamaño de la brutalidad de la dictadura; en cambio, el FMLN actuó conforme a los convenios de Ginebra, respetó a los prisioneros, incluso a los asesores norteamericanos capturados en el marco de la ofensiva.

El resultado político de la ofensiva del 11 de noviembre fue el Acuerdo de Ginebra del 4 de abril de 1990, que trazó la hoja de ruta de la negociación, de la cual las Naciones Unidas sería mediadora a través de un representante del secretario general y otros funcionarios.

El acuerdo estableció que la negociación tendría como objetivos: “terminar con el conflicto armado por la vía política, al mas corto plazo posible; impulsar la democratización del país, garantizar el irrestricto respeto a los derechos humanos y reunificar la sociedad salvadoreña”.

Bajo ese trazo, las partes negociaron por casi dos años y  finalizaron en Nueva York, el 31 de diciembre de 1991, para firmar los acuerdos pactados el 16 de enero de 1992. Merece recalcar que, a esa fecha, la reforma constitucional que sustentaría la democratización ya había sido cumplida.

Schafik Hándal fue el jefe de la delegación del FMLN en todo el proceso negociador, y a su memoria debemos dedicar hoy la defensa de la democracia amenazada por un presidente, que pretende restaurar la dictadura.

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