Por Licenciada Norma Guevara de Ramirios
El próximo 11 de noviembre se cumplirán 35 años de iniciada la Ofensiva del FMLN, que posibilitó la negociación de los Acuerdos de Paz y el fin de un conflicto armado que duró 12 años.
Más de 400 guerrilleros(as) ofrendaron su vida en esa batalla heroica, que vale la pena revalorar a la luz de lo que ocurre en el presente de nuestra querida patria y el mundo.
Paz y vida digna de seres humanos es lo que más necesitamos hoy; paz y democracia conquistó nuestro pueblo a costa de mucho sufrimiento de sus mejores hijos e hijas.
En aquel tiempo, a finales de la década de los 80 del siglo pasado, ocurría la caída del llamado socialismo real en la ex Unión Soviética y países de Europa del Este, los imperialistas habían logrado socavar las sociedades. Con excepción de Cuba, Vietnam, Laos y China, los demás países socialistas colapsaron.
Y eso creó, como es natural, un golpe a las ideas de izquierda en muchos países; la soberbia de los imperialistas los llevó a sostener, mediante sus ideólogos, que había llegado el fin de la historia y aquí, en nuestro país, los que dirigían la guerra desde el Estado sostenían que el origen del conflicto estaba en aquellos países, y que, por tanto, era cuestión de tiempo para que la fuerza armada apoyada por las administraciones estadounidenses derrotase hasta el último reducto del FMLN.
La ofensiva estaba pensada con mucho tiempo de anticipación, como parte de una estrategia seria de dialogo-negociación en serio, y sorprendió al gobierno, a la oligarquía y a los propios asesores de EE. UU., que sostenían con apoyo financiero y militar al régimen.
Aunque hubiera presidentes como Álvaro Magaña, Napoleón Duarte y Alfredo Cristiani, surgidos de unas elecciones en medio del conflicto armado, vivíamos bajo una dictadura.
La ofensiva demostró que el conflicto salvadoreño tenía raíces propias en las fallas estructurales y coyunturales de un capitalismo dependiente, depredador y violador de los derechos humanos, que masacraba al pueblo.
La ofensiva demostró que el pueblo sostenía con su apoyo a las fuerzas guerrilleras y ese mismo pueblo, en distintas expresiones, religiosas, de concertación laboral como la UNTS, de concertación social y política como la del CPDN, de cabildeo internacional como la del FDR y hasta de pequeños partidos surgidos en medio del conflicto exigían poner fin al conflicto, para abrir una nueva etapa de la vida nacional.
La creencia de fortaleza, superioridad, que proyectaban con propaganda fascista creada por asesores venezolanos, y de otras latitudes, y difundida mediante el dominio de los medios tradicionales de comunicación, no era del todo real, la fuerza del pueblo, la confianza en sí mismo, en hacer posible lo que parecía imposible, era y será siempre lo que mueve la historia.
Y esa ofensiva provocó una inflexión en la realidad nacional y proyecto, a nivel internacional, la urgencia de contribuir a una solución; por eso, al final, sobre la base de un acuerdo en Ginebra que trazó los objetivos de la negociación, se pudo, sin parar la confrontación, mantener la negociación de los Acuerdos que se firmaron en enero de 1992.
Ahora priva en muchos el temor, la creencia de que el régimen es infalible, que tiene todo controlado y que no permitirá un cambio para recuperar la democracia y los caminos difíciles de justicia social en medio de tanto problema de pobreza y desigualdad acumulados; es obligado volver a creer en el poder del pueblo.
Los rasgos del régimen de hoy, al que muchos caracterizamos como dictadura, son tan brutales como lo fue la dictadura militar; las formas pueden haber cambiado, como cambian los modos de producir y acumular riqueza; ahora creen que, cultivando miedo, odio y división se puede mantener por largo tiempo el camino que ellos han trazado.
¿Acaso es posible que los que se autocalifiquen de demócratas, revolucionarios, progresistas, humanistas, quienes tienen aprecio por el respeto a la vida y a los derechos humanos puedan valorar en conjunto nuestra propia historia y encontrar en ella lecciones aplicables para unir las fuerzas y dibujar juntos el futuro en democracia y con dignidad para todos?
La ofensiva hasta el tope y punto, su contexto, sus determinantes, sus resultados, son un buen punto para analizar y extraer las experiencias que pueden inspirar la tan urgente unidad de las fuerzas que anhelamos un país mejor. Como decía Schafik Hándal, un país donde valga la pena vivir.