Luis Armando González
Esta crónica-reflexión tiene un inevitable tono personal, case pues nací y crecí en la Colonia Dolores, check al sur de San Salvador, y en consecuencia llevo a “la Dolores” –que no sólo es un nombre, obviamente— metida muy dentro de mí. Pues bien, el sábado 12 de julio de 2014, la Dolores se vistió de gala: durante la mañana de ese día, el Presidente de la República, Salvador Sánchez Cerén, estuvo en la Escuela Dr. Darío González, conversando con las comunidades de la zona (no sólo de la Dolores, sino, entre otras, de las colonias Las Brisas, San Rafael, Costa Rica, Los Lencas, Las Lomitas y Alturas de Holanda), en el marco de su estrategia de gestión “Gobernando con la gente” y del paradigma del Buen vivir.
Es por esto último que el conversatorio del Presidente Sánchez Cerén con las comunidades mencionadas tuvo como escenario la “Feria del Buen vivir”, que puso al alcance de los habitantes de la zona atención médica gratuita, productos de la canasta básica a bajo precio (con el apoyo de Alba Alimentos y el programa de agricultura sostenible del MAG) y actividades recreativas para los niños y las niñas.
En fin, la Colonia Dolores se vistió de gala con la presencia de Salvador Sánchez Cerén. No se trató de una “visita” en el sentido tradicional conque los políticos suelen llegar a las comunidades, es decir, para pedir votos o para ganar adeptos de manera populista.
Lo del Presidente de la República fue un diálogo franco con las comunidades, un diálogo en el cual él –y los miembros del Gabinete que lo acompañaron: Medio Ambiente, MAG, ANDA, Defensoría del Consumidor— fue a escuchar los problemas y las demandas más urgentes de la gente.
Es decir, la lógica del Presidente Sánchez Cerén es que las comunidades, sus líderes y representantes, sean los protagonistas en ese diálogo.
No personas pasivas y sumisas que se deslumbran con la presencia del Presidente, ministros, viceministros y presidentes de autónomas, sino ciudadanos críticos, activos, conscientes de sus derechos y sus responsabilidades.
Y ese ejercicio de ciudadanía fue lo que se vivió en la Colonia Dolores el 12 de julio. Fue algo animado por el Presidente Sánchez Cerén, en su afán por ir dando concreción al Buen Vivir, que en su visión compromete al Estado con la felicidad de las comunidades, especialmente de las más vulnerables. La gente reunida ese día en la escuela Dr. Darío González ejerció sus derechos ciudadanos ante su Presidente, quien respondió con sinceridad a las demandas de las comunidades, y comprometió al Gabinete a atenderlas con prontitud. De ese modo, el Buen Vivir se hizo presente, en la Dolores, en lo que tiene de ejercicio de derechos políticos, de participación y de bienestar social.
La Colonia Dolores sólo tiene un precedente de semejante magnitud en su historia: en los años setenta, cuando la Unión Nacional Opositora (UNO) era el principal bastión de la oposición política contra la dictadura militar, José Napoleón Duarte –el Duarte que padeció el fraude de 1972— visitó la Colonia Dolores. Eso no fue gratuito, lo mismo que no lo fue la visita de Salvador Sánchez Cerén: la Colonia Dolores tiene una tradición libertaria bien cimentada, que se explica por su estructuración socio-económica.
Para quienes no lo saben, o no conocen la Dolores, en los años sesenta y setenta del siglo XX fue cruce de dinámicas que atravesaban al país en su conjunto. A quince minutos en Bus del “centro”, en los sesenta y setenta la Dolores estaba rodeada de fincas cafetaleras y de lomas, que daban a la comunidad un aire rural y campesino: los fines de año, la mayor parte de sus habitantes se preparaban para la corta de café, en las fincas Holanda, Navarra y, hacia el occidente, en las fincas y quintas de la zona de Huizúcar.
Pero también había dos fábricas importantes que daban a la Dolores un aire obrero: la fábrica de brasieres “Dany” y la fábrica de muebles “Capri”, a lo cual se sumaban las variadas ocupaciones artesanales de sus habitantes: zapateros, joyeros, mecánicos, pequeños comerciantes… Las simpatías comunistas y anarquistas eran muy vivas en estos sectores urbanos y semi-urbanos.
Y también la presencia de factores autoritarios inocultables: en uno de los puntos más altos de la zona (del lado de la Colonia Las Brisas), la familia Rosales y Rosales (de la cual era un prohombre la “Perica Rosales”, director de la Guardia Nacional) era el emblema del poder militar de entonces, con sus fiestas estridentes de fin de semana (que contaminaban el ambiente de la Dolores, cuyos habitantes “desde abajo” veían el colorido de las luces y escuchaban la música de orquesta y mariachis que acompañaban la fiesta semanal de “los Rosales” ).
En el otro extremo, El Cuartel El Zapote –en las inmediaciones del Círculo Estudiantil–, donde Duarte buscó refugio en 1972.
Así era la Dolores de esos años. Una intensa vida comunitaria, tejida por vínculos de afecto, simpatías políticas y rebeldía juvenil, dio a sus habitantes una forma de ser bien particular. Muchas cosas cambiaron desde mediados de los años setenta en adelante; las lomas y fincas de café se convirtieron en zonas residenciales; sus alrededores se urbanizaron de forma extraordinaria; su vida comunitaria, tan intensa en los años sesenta y setenta, se vio sensiblemente disminuida por la desaparición de espacios de convivencia (canchas, lomas, predios libres, abandono de su Casa Comunal), pero la Colonia Dolores sigue teniendo algo propio: su gente, los hijos y nietos de quienes eran jóvenes y adultos en los años sesenta y setenta, sigue siendo solidaria y afectuosa, sigue siendo libre. La presencia del Presidente Salvador Sánchez Cerén fue un homenaje a esa tradición libertaria de mi querida Colonia Dolores. Fue un homenaje a sindicalistas, militantes comunistas, artesanos, cortadores de café, mujeres luchadoras por la justicia, simpatizantes y combatientes del FMLN que, nacidos en la Colonia Dolores, dieron su vida por un país mejor y en consecuencia fertilizaron con su sacrificio y sangre el camino hacia el Buen vivir.