Autor: Elier Ramírez Cañedo | [email protected]
Uno de los tantos mitos que se han propalado –en especial por los enemigos de la Revolución– en torno a las relaciones conflictuales entre Cuba y Estados Unidos, es el que sostiene que Fidel ha sido el gran obstáculo para la normalización de las relaciones entre ambos países, con lo cual se ubica el inicio del conflicto bilateral al momento en que triunfa la Revolución Cubana en 1959 bajo el liderazgo indiscutible del Comandante en Jefe.
Tan desacertado juicio obvia que el conflicto Cuba-Estados Unidos tiene sus orígenes desde el momento en que quedó fijada su esencia fundamental y que no ha sido otra hasta nuestros días, que la de las intenciones de Estados Unidos por dominar a Cuba y la determinación de la Isla por alcanzar y mantener su soberanía. Esta esencia comenzó a configurarse desde finales del siglo XVIII e inicios del XIX. Por otro lado, tal valoración, desconoce que Cuba y Estados Unidos jamás han tenido relaciones normales.
En cuanto al criterio que en acto de injusticia histórica coloca en los hombros de Fidel la responsabilidad del no entendimiento entre ambos países, los hechos y documentos históricos señalan otra realidad. Lo cierto es que si hubo en estos últimos más de 50 años alguien interesado en avanzar hacia un modus vivendi con Estados Unidos, ese fue Fidel Castro.
En abril de 1959 Fidel viaja a Estados Unidos, no para pedir dinero como estaban acostumbrados los presidentes de la República neocolonial burguesa, sino para explicar los rumbos que tomaría la Revolución y tratar de lograr la comprensión del gobierno y pueblo de Estados Unidos sobre el nuevo momento histórico que se vivía en la Mayor de las Antillas.
Todo pudo haber sido menos traumático para las relaciones bilaterales, si Washington hubiera respondido de manera diferente a la Revolución Cubana. La reacción airada y hostil de la administración norteamericana solo logró incentivar y acelerar la radicalización del proceso revolucionario y el acercamiento a la URSS. Realmente la clase dominante de Estados Unidos estaba incapacitada para entender lo que sucedía en la Isla. Le era imposible pensar que, luego de tantos años de exitoso control del hemisferio occidental, pudiera un país tan cercano apartarse de sus designios e influencias.
Ante la aceptación de Fidel de una invitación de la Sociedad Americana de Editores de Periódicos para visitar Washington y hablar ante su reunión anual en abril, lo primero que hizo Eisenhower en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional fue preguntar si no se le podía negar la visa al líder cubano, para luego –ya durante la estancia de Fidel en ese país– evadir la posibilidad de un encuentro. Dejó esta “incómoda” misión en manos del secretario de Estado Cristian Herter y el vicepresidente Richard Nixon.
Este último trató de darle lecciones a Fidel de cómo gobernar y más tarde escribiría en sus memorias que había salido de la reunión con el líder cubano convencido de que había que derrocar al gobierno revolucionario de la Isla de inmediato.
Es decir, solo a tres meses del triunfo revolucionario, cuando aún no se habían establecido los vínculos con los soviéticos, ni firmado la ley de reforma agraria y prácticamente no se había tomado medida alguna que afectara sustancialmente los intereses estadounidenses, la administración Eisenhower se mostraba poco cooperativa y más bien adversa con el nuevo gobierno cubano, especialmente con Fidel Castro. Ello, a pesar de que el líder cubano buscaba la manera de no provocar una ruptura abrupta con Washington, si bien advertía en cada discurso a los vecinos del norte que las cosas iban a ser diferentes, pues en Cuba por primera vez habría independencia y soberanía absoluta. Por lo tanto, no fue Cuba la que empujó la ruptura de las relaciones diplomáticas, que finalmente se produciría en enero de 1961. Sin embargo, Fidel no dejó nunca de explorar la posibilidad de una mejor relación con el vecino del norte.