José M. Tojeira
Nuestra historia está llena de héroes ocultos. La historia universal y la de El Salvador, check order olvidan fácilmente a los sencillos. Héroes que con frecuencia se entrecruzan, que nos ayudan a comprender la historia y con frecuencia se olvidan. Especialmente cuando nos facilitan la comprensión de realidades duras y difíciles que no sabemos manejar adecuadamente. Y peor si tocan intereses poderosos, de tipo militar o político. La semana pasada murió uno de estos héroes, el Dr. Clyde Snow, antropólogo forense norteamericano que desde su ciencia colaboró de muchas maneras con la justicia desde los años sesenta. En Argentina, en colaboración con las Madres de la Plaza de Mayo, fundó el instituto de antropología forense de dicho país. Y en particular, entre nosotros, trabajó como forense en el caso de El Mozote. Allí trabajó con forenses argentinos para la Comisión de la Verdad. Ellos hicieron el trabajo de campo y él el de laboratorio. En buena parte gracias a él podemos hablar con certeza de esa masacre donde fueron asesinados un aproximado de mil campesinos. Su nombre no se hizo famoso en El Salvador, y su muerte no ha salido en los periódicos. Pero gracias a su trabajo podemos decir con claridad un “nunca más” a ese tipo de violencia en nuestra tierra.
Heroína casi olvidada es también Rufina Amaya. Ella fue el motor que impulsó a la Tutela del Arzobispado primero, y a la comisión de la Verdad después, a llegar a El Mozote. El trabajo del Dr. Snow se realizó sobre la denuncia sistemática de Rufina, que no dejaba de señalar el pequeño convento de esa comunidad como el lugar en el que habían muerto masacrados cuatro de sus hijos. El análisis del equipo forense dirigido por este experto decía que “allí fueron identificados los restos de esqueletos de 143 individuos, de los cuales 131 correspondían a niños menores de 12 años de edad, 5 a adolescentes y 7 adultos. Agregaron que el promedio de edad de los niños es de aproximadamente 6 años de edad”. Rufina decía que entre los gritos de los más de 130 niños, podía distinguir, desde donde estaba escondida, los gritos de sus hijos llamándola. Y que si no salió de su escondite fue para poder decir después la verdad. Verdad que fue catalogada de mentira por la Fuerza Armada salvadoreña, por los gobiernos de ARENA y que trató de ser sepultada incluso por los poderes políticos y militares de Estados Unidos. Y verdad también que fue finalmente impuesta como tal por una mujer pobre de El Salvador, Rufina, ayudada por un científico honesto de los Estados Unidos y por esa otra heroína olvidada que es María Julia Hernández.
Nuestra historia está entretejida de olvidos y de injusticias. La gente buena ha sido mucha más que la mala. Y sin embargo los ejemplos de bondad sencillos, presentes en todos los estratos sociales, los olvidamos con bastante facilidad. La falta de memoria, a pesar de los loables esfuerzos por mantenerla que hacen algunas instituciones, nos lleva a la decepción y a la pérdida de esperanza. Pero lo cierto es que tenemos un potencial de gente buena rodeándonos muy superior al de quienes violaron o violan hoy los derechos humanos. Quienes mantienen el recuerdo público de Monterrosa como comandante del Atlacatl y supuesto héroe del ejército, y al mismo tiempo olvidan a Rufina Amaya, que venció con su insistencia de madre la terquedad militar que rechaza la masacre de El Mozote, están equivocados. Rufina es la que debería estar en efigie en el museo de historia militar de El Salvador recordándoles a nuestros militares desde su dolor de madre, que era cierta la orden de Monseñor Romero al Ejército: No matarás a tus hermanos.
El Dr. Clyde Snow fue una figura internacional y señera en la antropología forense puesta como ciencia al servicio de la humanidad. Su muerte ha aparecido en periódicos internacionales como El País de España. Otro periódico importante, Clarín, de Argentina, le dedicaba una amplia noticia y recuerdo dos días seguidos. Entre nosotros preferimos el chambre diario a recordar a alguien que puso ciencia y verdad en una parte de nuestra historia. Esa historia que no quieren reconocer unos pocos. Y que se resisten no solo a la verdad científica del antropólogo forense, sino también a la orden del presidente de la República de revisar desde la historia salvadoreña los supuestos héroes militares, que no lo son cuando han participado directa o indirectamente en masacres como la del Mozote.