René Martínez Pineda
Sociólogo
Dios te salve patria sagrada… de los corruptos inmortales que quieren seguir haciendo del país su paraíso prometido, aquí en el tierra, incluso desde el exilio interino en el que se ocultan los monstruos del cangrejo; en tu seno hemos nacido y amado… y cada mañana de ayuno descubrimos que te han dejado con las tetas escurridas y pobres de leche colectiva; eres el aire que respiramos… en medio de la asfixia de las deudas impagables que dejan sueltas los bancos y usureros; en medio de las maquilas, fábricas y almacenes impuros que nos estrangulan e infectan con su esclavismo moderno; la tierra que nos sustenta… con la sífilis silenciosa de la basura de sus botaderos y con la milagrosa pepena en los maizales, cafetales, mangales y cañaverales; la familia que amamos… en la leve, olorosa y vocinglera intimidad del mesón porque ese es el recurso agónico para olvidar que la sociedad odia a los excluidos; la libertad que nos defiende… si tenemos para pagar un abogado experto en sentencias de servicio comunitario o para pagar al juez de naftalina que, tirándose letales pedos de gas pecuniario, dicta sentencia; la religión que nos consuela… si los niños vulnerados callan las caricias hediondas y amortecidas del pastor impío y del cura concupiscente, si aceptamos, con cristiana resignación, que a este mundo se ha venido a sufrir y a que nos coloquen una rama de ciprés en el pecho.
Tú tienes nuestros hogares queridos… tronándose los dedos toda la santa y puta noche para apaciguar los ladridos feroces de las boletas de empeño que padecen la angustia del sol muerto, de las estrellas fugaces sin deseos por cumplir y de la insobornable fecha de vencimiento; fértiles campiñas… cuyos frutos maduros y grandotes y dulcitos como sollozos en la lluvia van a parar a las golosas bodegas de los grandes supermercados; ríos majestuosos… cuyas aguas rabiosas, turbias de tanta mierda y desbordadas por la tormentita del momento arrasan con las casas de los de abajo; soberbios volcanes… en cuyos picos los ricos construyen mansiones hermosas y lujuriosas con ventanales gigantescos desde los cuales, con un whisky en la mano derecha, pueden ver, mientras se masturban con la izquierda, todo lo que puede dar el enriquecimiento ilícito y la explotación de las mujeres que, sin sueño, sueñan con sus hijos dándole una patada en el culo a la miseria; apacibles lagos… que se ufanan de sus aguas errantes y de los cadáveres sin funeral que engulleron en los años más oscuros en que estuvimos en peligro de ser la perpetua sangre; cielos de púrpura y oro… que iluminan las noches de los ladrones bancarios y de los traidores legislativos a sueldo que pronunciaban el nombre del mártir en vano cuando en las noches negras venían a beber licor en la ventana de la luna sin sentirse huecos de utopía, sin sentirse huérfanos del poema que se escribe con el humo delirante del cigarro de la pequeña muerte.
En tus campos ondulan doradas espigas… que con su vaivén maniático y privado ocultan la gorda cosecha en la indecible cima estrellada donde los perros muerden a los hombres que han renunciado a soñar; en tus talleres vibran los motores… cuyas ondas sísmicas repiten la sinfonía patética de la explotación del explotado que se cae por las escaleras del progreso para comer el lodo de las alcantarillas que se llevan los secretos del hambre que es más cotidiana y dantesca en la hojarasca de los suicidios recientes; chisporrotean los yunques… al aplastar las cabezas de los subversivos de ayer que, sin incertidumbre, resolvieron el dilema del soborno invocando la resurrección de la libélula utopista disecada en alcohol de 70 grados; surgen las bellezas del arte… en los dibujos que los niños hacen con sangre y llanto para denunciar la injusticia de los cinchos y los comedores baldíos de su familia.
Patria, en tu lengua armoniosa pedimos a la providencia que te ampare… de la demagogia del derrotado, con justa razón y causales suficientes, y de las lenguas viperinas que conocen el idioma del traidor que habla de la independencia que se bebe en la copa falsa con la que brinda la calavera del teatro sin fantasma ni ópera; que abra nuestra alma al resplandor del cielo… para que se exilie la oscuridad del suelo en el que la condena del dolor es perpetua y opaca; grabe en ella dulce afecto al maestro y a la escuela… que ha sido usada para enseñar la historia del victimario; y nos infunda tu santo amor… en un país que ha sido creado a imagen y semejanza del amor pedestre por el santo dinero ajeno.
Patria, tu historia… qua ha sido corrompida por los historiadores del aplauso pagado hasta convertirla en un patético culto a la desmemoria de lo cotidiano de las aceras ambulantes; blasón de héroes y mártires… divididos en dos bandos, el uno formado por hombres de mármol cagado por las palomas de los parques públicos pintados con falacias constitucionales, y el otro formado por personas de carne y hueso amamantadas por el pueblo, y por eso han sido olvidadas para tener vía libre para corromper al unicornio azul; reseñas virtudes y anhelos… del mediodía de besos y miradas a la línea donde muere la nostalgia baldía y la gota de llanto se transforma en canto colectivo; tú reverencias el acta que consagró la soberanía nacional… en cuyo texto se excluyó la autoría intelectual de las ansias colectivas quebrando el lápiz corrector del pueblo; y marcas la senda florida en que la justicia y la libertad nos llevan hacia Dios… al dios del dinero bicentenario de los artículos pétreos y del paraíso prometido en el cementerio del cenzontle, y no al dios de Monseñor como metáfora de revolución social.
Bandera de la Patria, símbolo sagrado de El Salvador… que no ha querido salvar a nadie, trozo de tela degradada a la triste condición de mortaja para el pueblo y de sábana de seda para los que son bendecidos por el sagrado vellocino de oro del neoliberalismo; te saludan reverentes las nuevas generaciones… que han sido pervertidas por las pervertidas viejas generaciones. Para ti, el sol vivificante de nuestras glorias… que deben ser distintas a las glorias del explotador consumado en un pueblo bajo el sol; los himnos del patriotismo… en una patria sin patriotas porque la mayoría carece de patrimonio tangible; los laureles de los héroes… que no se parecen en nada a los genocidas reverenciados; y la corona de amor que hoy ceñimos a tus inmortales sienes… que será una corona fúnebre cuando las cosas cambien en este país para que sea otro país… el otro país que demanda tener como símbolo patrio la felicidad del pueblo que hoy ordeña las telarañas de las ilusiones desmoronadas por un pasado que se niega a pasar de la insondable fosa común de la expropiación del tuétano.