2015-2016

Guido Castro Duarte

Como una vela nocturna se apagó el año 2015 y hemos amanecido en el nuevo año 2016. Aunque los años son una ficción fundamentados en el movimiento de la tierra alrededor del sol, view lo cierto es que están tan arraigados en nuestra psiquis, sovaldi que el final, there su paso nos generan ansiedad, nostalgia y alegría, y el inicio de otro, también nos provocan esperanzas y buenos propósitos. Cambiamos calendario, cambiamos agenda y quisiéramos que todo pasara como cuando se cierra un capítulo y se voltea la página a uno nuevo, pero lastimosamente, ahí siguen las deudas, los problemas y nuestro pasado.

Pero en un país tan violento como El Salvador, el solo hecho de terminar el año con vida, es un gran logro y una gran expectativa para el nuevo año.

El 2015 terminó con gran desilusión porque los problemas económicos y de seguridad no pudieron ser resueltos, principalmente los segundos, porque en lo económico, bien que mal, los cuatro mil ochocientos millones de dólares que ingresan a los hogares pobres, en concepto de remesas familiares, amortiguan los efectos de una economía de poco crecimiento y un sistema que no permite la justa distribución de la riqueza, que poco puede ofrecer a los pobres, y que ni siquiera por la vía fiscal, que en teoría, debería ser el mecanismo de reparto equitativo del ingreso, pero que en la realidad, no puede cumplir con ese papel por la corrupción y la ineficiencia del sector gubernamental. Ni los servicios educativos, ni el abastecimiento de agua, ni los servicios hospitalarios, ni los mecanismos de seguridad pública, han logrado aliviar la dura situación que padecen los salvadoreños. Los jóvenes salen del sistema educativo con bajos rendimientos académicos y los pobres mueren sin esperanzas o a la espera de una operación o por la falta de medicamentos.

Pero el mayor problema de todos los salvadoreños es la seguridad, no solo por los miles de víctimas diarias de robos, extorsiones, violaciones, lesiones, y los más de 18 homicidios diarios en promedio (en la guerra fueron 17), sino, sobre todo, por el estado de zozobra en que todos vivimos. En cada esquina, en cada semáforo, en cada autobús, vivimos con ansiedad, a espera del golpe mortal o el asalto de la delincuencia.

La gente ha empezado a crear mentalmente su propio mapa de los territorios de las maras, ya sea para poder saber adonde ir, o adonde pueden ser asesinados, solo por el hecho que viven en territorio de la mara contraria. Se van creando mecanismos de defensa, pero en un momento dado, esos mecanismos pueden volverse ofensivos y entonces, la violencia se desbordaría aún más y ni la PNC ni el Ejército, podrán contener la violencia social que se desataría.

El 2015 nos dejó cifras preocupantes: el 71% de los jóvenes no quieren saber nada de El Salvador y su sueño es salir del país. Somos una nación sin esperanza, un país en el que solo se quieren quedar los viejos, los mareros o los que no tienen otra opción.

El 2016 nace con más preguntas que respuestas, porque el viejo esquema mercantilista le permite a una reducida oligarquía seguir manipulando los destinos de la nación, y fácilmente, pueden envolver, a los otrora revolucionarios, someterlos a su esquema de privilegios, traicionando los deseos de democracia y justicia social de la población en general. La función legislativa debe reivindicarse porque su prestigio está por los suelos. Pero la gran deuda la tiene el Ministerio Público y el Sistema Judicial: la administración de pronta y cumplida justicia ha dejado mucho que desear, criminales de poca o mucha monta no reciben su merecido y sus delitos quedan en la impunidad; honrados ciudadanos son destruidos por la manipulación del sistema y la complicidad de sus funcionarios, y muchas personas que acuden buscando alcanzar la justicia, se cansan de esperar y dejan en el abandono sus casos.

Sin justicia y sin aplicación igualitaria de las leyes, la democracia es una quimera, una palabra vacía, un cuento que reduce los derechos del ciudadano a un voto.

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