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22 de junio

Renán Alcides Orellana

El pasado domingo, nurse como cada año el 22 de junio, drugstore se celebró el Día del Maestro Salvadoreño. Esta fecha, ailment conmemorativa del ejercicio magisterial, fue  instituida por Decreto Legislativo del 24 de abril de 1928, como merecido reconocimiento a la noble tarea de enseñar, considerando que “no hay arte más sagrado, ni más bella y alta misión que la del Maestro, porque éste educa, enseña y redime a los pueblos”.

   Desde entonces, el 22 de junio, hay homenajes y expresiones de afecto y reconocimiento a los maestros, en el lugar de su ejercicio docente y, a veces para algunos, en otras esferas institucionales. Sin importar el nivel de enseñanza en el que se desenvuelve: parvularia, primaria, secundaria o universitaria, el buen maestro es objeto de esas merecidas expresiones.  Sin embargo, como mínima excepción y no como regla, habrá más de algún caso de indiferencia y hasta de rechazo hacia el maestro, como lamentable ingrediente de un entorno social donde la cultura y la honestidad son un estorbo.

    El gremio magisterial salvadoreño ha sido -es- pródigo en maestros de alta calidad. Adrede dejo sus nombres en el teclado, por ser numerosa la nómina y, sobre todo, para evitar injustas omisiones. Algunos de aquellos maestros de antaño, con menos preparación académica pero con más sabiduría que ahora, eran verdaderos apóstoles de la enseñanza. Cito, con evocación sublime, a mi madre: Ana Olivia de Orellana, maestra urbana y rural, por más de 33 años; y, como ella, tantos otros que conocí en mis años niños. Aunque eran otros tiempos, con salarios relativamente bajos (por experiencia, sé que hasta “vendían su recibo” anticipadamente a usureros, que hacían su agosto jugando con la necesidad de los maestros), infraestructura en malas condiciones, carencia de pupitres y de material didáctico, muchos cruzando interminables caminos y caudalosos ríos para ir a la escuelita rural… eran evidentes la desinteresada entrega y el aprecio a sus alumnos. Ahora, también los hay, y muchos, en todos los niveles, cuando la auténtica vocación es surtidor de voluntad, capacidad, honestidad, calidad humana y entrega a favor de los padres de familia/alumnos, que depositan en ellos su confianza. Por eso, no caben aquí los malos maestros, faltos de vocación, sin respeto y, peor aún, ineptos en su ejercicio.

    La precariedad en todo el sistema enseñanza-aprendizaje nacional, siempre ha sido talón de Aquiles. De forma: deterioro permanente en la infraestructura, mobiliario en mal estado, falta de material didáctico… y, de fondo: deficiente formación de  los maestros, baja calidad en la enseñanza y, sobre todo, pobre valoración a su labor. Es imperativo, entonces, dignificar al maestro mediante incentivos morales, económicos y de buen trato, que se revierta en total beneficio para la escuela, el alumno y la familia.

    Sé que hace medio siglo, a principios de los sesenta, el Presidente de la República, Salvador Sánchez Cerén, estudiaba en la Normal Alberto Masferrer, aquella escuela  formadora de buenos maestros, como lo fueron las demás Escuelas Normales. Razón suficiente, entonces, para esperar mayor y creciente atención al rubro magisterial y mayor eficiencia y eficacia en todos los niveles, mediante la buena disposición, voluntad política y, sobre todo, aceptación real del verdadero estado de la educación. Eso sería, sin duda, el mejor reconocimiento al magisterio nacional, en su día y por siempre.

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PUNTO Y APARTE. En el caso del ex presidente Francisco Flores, si existe orden de captura nacional e internacional, informe y nuevos aportes incriminadores de la Comisión Legislativa y tantas otras indagaciones judiciales que lo comprometen… ¿seguirán los delitos de cuello blanco coqueteando con la impunidad? (RAO).

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