VIGILIA MEMORABLE
Álvaro Darío Lara
Para 1983, había leído ya, algunos títulos poéticos de David Escobar Galindo ¡Cómo no leerlo! David ha sido un escritor fecundísimo y un colaborador y articulista permanente en la prensa nacional. Y cuando los medios escritos gozaban de páginas literarias, sus contribuciones siempre estaban ahí, y siguen ahí, pese a que los estupendos espacios de antaño, desaparecieron, de entre nosotros, por bobas y absurdas razones editoriales, mal fundamentadas en miopes mercantilismos. Únicamente, subsiste, desafiando a todas las adversidades, el suplemento «Tres Mil» de Diario Co-Latino.
Había leído, como dije, al poeta en los periódicos, pero también en algunos de sus libros. Pero fue, en el Instituto Cultural «Miguel de Cervantes», donde cursaba el final de mi bachillerato, cuando encontré, entre aquellas antiguas estanterías, un libro sugestivo, por su diseño, ilustraciones y contenido.
Una negra portada exhibía una especie de figura lunar, donde me observaban dos penetrantes ojos, que suspendidos, compartían espacio con una aparente rueda de bicicleta. Semejante portada invitaba a la lectura.
Luego supe, al ir corriendo sus páginas, que las misteriosas ilustraciones eran obra del artista Roberto Galicia. El libro había sido editado por la Dirección de Publicaciones, en 1972, al inicio de esa década responsable de tantos y tantos valiosos textos.
Leí con emoción, esos versos cuya atmósfera nos remite a lo urbano y a lo campestre.
Un libro lleno de las sensaciones, presencias, colores y música, que experimenta un poeta, transitando por escenarios donde la magia, lo sobrenatural, y terrenal, se entrelazan amorosa y dramáticamente.
Creo recordar, que estas juveniles impresiones, se las comenté a David, cuando tuve el gusto de entrevistarlo por primera vez en 1984.
Unos años antes, específicamente, el 12 de octubre de 1979, lo había conocido, con motivo de un discurso que él ofreció, ante los mosaicos del monumento piramidal en memoria de José Simeón Cañas, en la explanada contigua a la Asamblea Nacional Legislativa, curiosamente, a escasos días del golpe de estado contra el general Romero.
Ahora, muchos años después, y a propósito de «hacer bibliotecas», en mi casa, como decía Cortázar a Tomasello; en medio de este pandémico encierro, he venido a dar con «Vigilia Memorable», el ejemplar de aquella colegial biblioteca, que me terminó «obsequiando», una tarde de tareas, el holgazán y despreocupado ordenanza que «custodiaba» aquel recinto de tesoros bibliográficos.
Y así, mis ojos, recorren, otra vez, estos versos: «Mi estirpe descubrió las ventanas del fuego. / Venían de otro mundo, de otras aguas y luchas y animales, / y así nace el espacio verde de mi creencia». (Poema 1).
Un libro donde crecen las flores existenciales: «Todo se apaga, hasta la soledad». (P.2). Un breviario de dolorosas agonías cotidianas: «Por la ventana lo oscuro es un eco, / una guitarra de fiesta sin cálculo, / porque este día se murió algún niño, / y lo celebran con baile y chaparro». (P.6).
Es la niñez la que retorna, como un tren que suena en la vieja estación de Las Cañas:»… bebía agua convulsa / en la promiscuidad del chorro público, / y ahí estaba la plaza con sus ventas de carne, / ropa, frutas, sombreros, / la visité diez veces a la par de la falda de la Carmen; /y asomaban entonces extraños con un fósforo/en la mano, prendiendo su cigarro, su ausencia,”. (P.16).
Toda la poesía, todo el arte, se alza de lo cotidiano y de lo entrañable. Y si bien, todo sentimiento, toda pasión, toda emoción o intelección, es absolutamente válida, el milagro reside en dominio del lenguaje, en el artificio de la expresión literaria.
Gracias a ello, el intuitivo poeta es capaz de obtener estos estos logros, que eternizan el fugaz instante: «Si sobre alguna página/se quedara siquiera un día el resplandor/ de la luna, el sonido/ de una conversación intrascendente. Llaman/a la puerta: es la misma/ mujer que compra papel y botellas. / Le regalo esta página. Que fácil». (P.24).
Poeta memorable, David. Poeta de esta vigilia. De nuestros clásicos vivos. Pasarán pestes, glorias, guerras, flores y días, y los poetas como David, siempre continuarán diciéndonos: «Huyan, palabras con olor a polvo. / Reinen, palabras con sabor a sangre». (P.26).