Este día se cumplen 29 años de aquella oscura y nefasta madrugada del 16 noviembre de 1989, cuando un pelotón especializado del Batallón Élite Atlacatl incursionó en el predio de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA) y, tras sacar de sus dormitorios a los sacerdotes jesuitas, los acribilló en un pequeño jardín.
En esa fecha, la guerrilla del FMLN había impulsado la más grande ofensiva militar que abarcó la capital y otras ciudades importantes del país.
Y como la consigna era no dejar testigos, sacaron a dos mujeres, madre e hija, y les dispararon también. Al terminar el “operativo”, los soldados del Atlacatl dejaron un letrero en uno de los portones, donde responsabilizaban a la guerrilla del nefasto suceso.
Los nombres de los jesuitas asesinados son Ignacio Ellacuría, rector de la UCA y supuestamente amigo del expresidente de la República de aquella época Alfredo Cristiani; Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno y Amando López, todos de origen español, y junto a ellos fue asesinado el sacerdote jesuita salvadoreño Joaquín López y López. También fueron asesinadas Elba y Celina Ramos.
La mentira al Ejército le duró poco, pues, a principios de los 90 un oficial informó a un asesor de Estados Unidos que soldados del Atlacatl eran los responsables del horrendo y múltiple crimen, además, de la existencia de un testigo ocular que logró esconderse de los asesinos.
Tras conocerse parte de la verdad, es decir, los autores materiales del crimen, hubo un remedo de juicio, y tras una acelerada y conveniente Ley de Amnistía, el principal responsable material de la masacre, el coronel Alfredo Benavides, quedó en libertad.
Hace más de un año, al declararse inconstitucionales algunos artículos de la Ley de Amnistía, el coronel Benavides fue capturado nuevamente, mientras que la Audiencia Española logra la extradición del exministro de Defensa de El Salvador, Inocente Orlando Montano, quien fue capturado en Estados Unidos y llevado a España.
Este año, un juzgado de Instrucción acordó reabrir el caso, por lo que, si se cumple el refrán “la justicia tarda pero no olvida”, se conocerá quiénes fueron los autores intelectuales de la masacre de los sacerdotes jesuitas en El Salvador.