Armando Molina,
Escritor
En un artículo publicado hace un par de años, expuse mi desaliento por la evidente ausencia del dibujo en el ámbito artístico salvadoreño del último lustro. No obstante, el año pasado mi desánimo fue mitigado por la sorprendente muestra de dibujo de artistas emergentes nacionales Leyendas y Tradiciones, llevada a cabo en el mismo espacio de la Pinacoteca de la Universidad de El Salvador (UES) donde en la actualidad se presenta otra magnífica exhibición de tres grandes maestros de la plástica nacional auspiciada por la Secretaría de Arte y Cultura de la UES, y en la que nuevamente el dibujo toma protagonismo. Se trata de la presente muestra titulada 3 en la Pinacoteca en exhibición hasta el 31 de mayo, que destaca obra reciente de los pintores Antonio Bonilla, Dagoberto Nolasco y Mauricio Mejía, consumados pintores, maestros del dibujo y referentes internacionales de la plástica salvadoreña.
La muestra es un extraordinario conjunto de dibujos en papel, grabados, óleos y acrílicos sobre lienzo, realizado por los artistas en años recientes, una amplia selección de trabajos en la que los tres reconfirman su talento, creatividad y maestría. Dispuestas en series breves, en cierta manera estas obras podrían considerarse como un diario emotivo de vida artística de tres virtuosos en el pináculo de su trayectoria: un abanico de iconografías e historias gráficas, asimismo como un testimonio de la experiencia existencial, o bien como ejercicios de libertad personal representados en un imaginario único.
De los tres artistas, Bonilla y Nolasco se consideran autodidactas, aunque ambos en algún momento de su juventud realizaron estudios universitarios de arquitectura. Mejía por su parte, tuvo su adiestramiento formal en la academia de arte del maestro español Valero Lecha. Les une el hecho de que los tres nacieron en la década de los 50 del siglo pasado, aunque esto no constituye un factor temático en las obras en exhibición, pero sí un elemento vinculante en su forma de percibir la realidad salvadoreña desde su visión artística y experiencia generacional. La trayectoria de estos tres artistas en el ámbito nacional es sólida y de vieja data, y han sido reconocidos sus talentos allende nuestras fronteras, donde sus obras forman parte de prestigiosas colecciones de arte y han sido galardonados.
Las obras en conjunto ostentan una fuerte vena onírica de la realidad que transita por versiones alucinadas de un realismo mágico místico y esperpéntico —particularmente en los casos de Nolasco y Bonilla, y de estampas de una dura realidad nacional, algunas plasmadas con un dejo de trágica ironía en el caso de Mejía. Más allá de las taxonomías, las obras en exhibición funcionan como una especie de catarsis artística de las preocupaciones filosóficas y vitales de sus creadores, pues pueden leerse como una suerte de testimonio de sobrevivencia en el medio social e histórico salvadoreño, a la vez que construyen relatos íntimos empapados de subjetividad.
En muchas de las obras de los tres maestros aquí presentadas palpitan referencias al ambiente aciago y violento de la sociedad salvadoreña actual y a sus orígenes. Encontramos alusiones a la muerte, la indagación existencial, la corrupción y venalidad políticas, la invisibilidad y exclusión social. Asimismo, hallamos ponderaciones místico-religiosas y filosóficas, y referencias históricas sobre el arte y sus ilustres protagonistas, y su influencia en los expositores. Sin embargo, hay en la muestra, tomada en su totalidad, una representación perturbadora e insistente del sufrimiento y la muerte, que evidencia al final una dimensión inherente de resistencia, reivindicación y de lucha, que a mi juicio está íntimamente ligada a la desesperanzadora realidad de la sociedad salvadoreña actual.
La obra ´En alas de una muerte anunciada´ de Nolasco, dibujo en tinta sobre papel artesanal de amate, es un perfecto ejemplo que engloba algunas de estas características mencionadas. Artista magistral del espacio imposible —horror vacui (miedo al vacío) lo denomina el texto del folleto que informa la exhibición—, esta pieza sintetiza las ponderaciones filosóficas del artista. Realizado el dibujo en una profusa filigrana de detalles íntimamente combinados, estos develan un tapiz de iconografías religiosas y místicas —calaveras, esqueletos, cruces, alusiones oníricas de pesadilla— y mandalas sui generis de una belleza hipnótica, como si se tratara de las alas de una exótica mariposa del trópico mesoamericano. Estos mismos elementos se multiplican brillantemente en las demás piezas exhibidas de este artista, en infinitas y delicadas variaciones que saturan el horror vacui y que constituyen su estilo y la concreción de su visión de artista.
La pieza de Bonilla intitulada ´Los siete pecados capitales´, un acrílico sobre lienzo, es una insuperable obra por su concepto filosófico-religioso, en la que toman protagonismo cada uno de los pecados que su título implica y que los salvadoreños conocemos tan bien en sus variantes reales: violencia, maldad, represión, deseos carnales exacerbados, codicia, poder y muerte. Hay en la obra, y en casi todas las demás de Bonilla, una representación obsesiva de lo sicalíptico, donde la violencia es plasmada de manera explícita en sus acciones, instrumentos y protagonistas. Esta pieza es un clásico del «feismo» de Bonilla, incomprendido y controversial estilo creado por este artista salvadoreño, un estilo expresionista estéticamente emparentado con las picarescas figuras artesanales del pueblo de Ilobasco en El Salvador reconocidas en el mundo entero. Cabe destacar que muchas de sus obras vienen informadas por la Historia del arte, la literatura y el sicoanálisis.
Por otro lado, en la obra de Mejía, particularmente en su serie de exquisitos dibujos en tinta china de pequeño formato intitulada Realidades cotidianas, se observa una cotidianidad urbana y campestre salvadoreña caracterizada por la marginación social, el abandono de los invisibles más vulnerables y el olvido de los parias sociales: trágicos protagonistas humanos inmersos en una vorágine de acechante violencia y abandono y a quienes Mejía hace visibles iluminando y destacando delicadamente sus presencias por medio del color (técnica de calcomanía iluminada) en medio de impávidas escenas de la vida de los estratos más vulnerables (campesinos, mujeres, minusválidos, desempleados, obreros en quehaceres habituales), salpicando las escenas con toques de realismo mágico, brindándoles así un asomo de tregua y esperanza entre la dureza de la vida cotidiana salvadoreña representada.
La metáfora general establecida por nuestros maestros artistas sería, entonces, la de un sicoanálisis del cuerpo sufriente: El Salvador en agonía y dolor sin el consuelo de una futura redención. En ella, la violencia de todo tipo y en múltiples dimensiones y versiones se relaciona y se amplía en una dimensión general que abarca la vida nacional con todas sus consecuencias y secuelas históricas: ¿Se tratará de un enfermo incurable? Es esta la pregunta existencial que los tres artistas abordan y ponderan en sus obras desde sus visiones artísticas personales, ejecutadas con la maestría que sólo el tiempo y el trabajo apasionado e incesante pueden brindar.
San Salvador, El Salvador, 15 de mayo de 2018.