Licenciada Norma Guevara de Ramirios
¿Qué se puede hacer desde las víctimas que sobreviven para que se haga justicia?, preguntó una joven luego de ver en video, fotos y testimonios, los acontecimientos ocurridos hace 43 años.
Es difícil responder por todas las víctimas, porque las perspectivas históricas tienen una carga de subjetividad en cada persona que ha vivido y sufrido un acontecimiento brutal como la masacre en mención, y también de quienes buscan resignificar los hechos para la memoria.
Todavía hay víctimas anónimas, todavía se desconoce qué pasó con los desaparecidos, cuyas familias tuvieron el valor de denunciar; son incontables quienes recibieron golpes, fueron capturados y poco periodismo existía para levantar y publicar las evidencias de aquella masacre que estremeció la conciencia de estudiantes, maestros, trabajadores y algunos miembros de los que conformaban las autoridades de una universidad intervenida.
El 30 de julio de 1975, miles de estudiantes decidimos dejar las aulas para ir a la calle, con destino a la plaza Libertad, lugar ese que servía de destino de las protestas del pueblo y en el cual nos enterábamos de cosas que acontecían en la vida nacional; el motivo era denunciar la intervención militar al Centro Universitario de Occidente (hoy conocido como Facultad Multidisciplinaria de Occidente).
Los estudiantes y docentes habían sido reprimidos, huyeron por cafetales desde el recinto que debe considerarse ajeno a la presencia de cuerpos policiales o militares, en eso radica parte de su autonomía. La represión del régimen pecenista y militar, del general Molina buscaba acallar la burla y la protesta de estudiantes que se preparaban para hacerlo en el transcurso de las fiestas julias de Santa Ana.
Para el gobierno de turno, El Salvador era “el País de la Sonrisa”, para los estudiantes sobraban motivos para afirmar, con humor, lo contrario, y ese fue el motivo aparente de la intervención militar. Veníamos de otra intervención, la del 19 de julio de 1972, que terminó sacrificando a toda la comunidad universitaria y retardando el ingreso de dos generaciones de bachilleres.
En esencia, la autonomía violentada, la represión a la comunidad universitaria de occidente, encontraron en la mayoría de sus estudiantes y docentes la razón de protestar, de expresar el dolor y de exigir a las autoridades de la UES cumplir con el deber de hacer respetar a nuestra alma mater. La respuesta del régimen oligárquico militar fue brutal, tanquetas, balas, gases lacrimógenos, bombas de humo, camiones para llevarse a muertos y heridos; esa fue la respuesta que escenificó como sitio de martirio la 25 Avenida Norte y las inmediaciones del Hospital General del Seguro Social sobre la tercera calle poniente.
Ahora, las autoridades son otras, el momento histórico es otro, resultante de muchas luchas a lo largo de 4 décadas; ahora las autoridades exigen al Estado la información sobre la responsabilidad de los autores materiales e intelectuales de la masacre; ahora las autoridades han creado una Comisión Especial de Investigación de los dolorosos acontecimientos y de otros ocurridos desde los años 70; ahora, las autoridades se preparan para entregar título post mortem a la víctima que estaba más cerca de finalizar su carrera y que sigue como querellante, reclamando resarcimiento moral y material como institución y como representante de los miembros de la comunidad universitaria.
¡Cuánto cambio! Qué bueno es ver todo esto y por eso mi respuesta como víctima directa de aquella masacre la di a la joven estudiante; me hizo pensar y respondí: lo que hicimos muchos fue incorporarnos con mayor convicción a luchar contra aquel régimen represivo; lo que hice es luchar para que se crearan condiciones que impidieran que hechos como aquel se repitieran en nuestra patria.
Varias veces hemos contado la vivencia de aquella tarde de manera oral y escrita, como lo han hecho muchos; pero estoy convencida de que no lo hemos hecho todos los sobrevivientes, y para dar sustento a la batalla que hoy libra la institución, creo que debemos aportar, y especialmente aquellos que aún no lo han hecho, para fortalecer la parte testimonial de aquel 30 sangriento. “El 30 Sangriento”, fue la madera de un periódico de izquierda que existía, llamado Voz Popular, sin duda, está en los archivos de la biblioteca, como expresión del ausente periodismo tradicional que callaba o era cómplice del Gobierno de entonces.
Roberto López Miranda, Carlos Fonseca, Balmore Cortez Vázquez y todos los mártires viven en la lucha popular. A los estudiantes que se interesan cada año en organizar una jornada de homenaje a las víctimas, mi más sincera felicitación.
¡Vivan los héroes y mártires del 30 de Julio de 1975!