Víctor M. Valle
El 30 de noviembre recién pasado se cumplieron 42 años cuando, en 1979, acompañé a Memo Ungo a su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas como la quinta parte de jefe de Estado, pues fue en representación de la “Junta Revolucionario de gobierno” integrada por cinco: los militares Abdul Gutiérrez y Adolfo y Majano y los civiles Guillermo Ungo, Mario Andino y Román Mayorga.
Lo acompañaban ese día el otro miembro de la Junta, Abdul Gutiérrez, el Canciller Héctor Dada y un capitán Álvaro Brenes. Rafael Glower estaba en vías de obtener el beneplácito para ser embajador en Estados Unidos (afligido, según Jorge Sol Castellanos, porque no hablaba inglés) y yo estaba nombrado embajador ante la OEA. Por eso Memo pidió que lo acompañáramos. El embajador ante Naciones Unidas era el doctor Rafael Urquía, que había sido un notorio diplomático, secretario adjunto de la OEA en tiempos de Galo Plaza y a quien sus enemigos lo vilipendiaban por haber nacido en Honduras. Según vi cómo trataba a Glower, para excluirlo de algunas actividades, deduje después que él ya sabía que venía la remoción de los civiles progresistas de la junta el 28 de diciembre de 1979, en el simbólico día de inocentes.
Merodeaba, desde el consulado y con “risita de chucho”, Waldo Chávez Velasco, de generales conocidas y muy conocido de los generales de inteligencia de varias camadas. Tenía igual actitud que la de Urquía. Ya sabían lo que venía.
Memo pronunció un discurso bueno y tercer mundista que, ahora que Memo está muerto, le ha aparecido mucho autor.
Después vino el besamanos de la fila de diplomáticos saludando a Memo y la corredera para satisfacer a periodistas que estaban ansiosos de saber si la Junta era progresista, que cómo se llevaría con los sandinistas revolucionarios, que aún alimentaban esperanzas populares, qué se harían con los militares represores y “muchas cosas más” como diría Juan Gabriel.
Anduvimos protegidos por el servicio secreto de EEUU. Dilectos, grandotes y bien disciplinados. Entre algunos miembros de la delegación se veía que no estaban acostumbrados a mandar a gente con cara de patrono, pues los agentes eran “chelones” e imagino que por carga ancestral les daba cosita hablarles como jefes. Pero ahí le dimos y salimos vivos.
Con Memo hablamos en esa ocasión sobre cómo los termocéfalos estaban echando a perder el experimento transformados de “la juventud militar” y civiles como él, Héctor Dada, Quique Álvarez, Peche Oquelí y otros de igual o parecido talante. El ERP andaba llamando a la insurrección inmediata. Me contó que antes de yo ser nominado para la OEA, Héctor Oquelí, subsecretario de RREE y él, me propusieron como Embajador en Nicaragua y que mi “chero”, desde 1964, Sergio Ramírez, entonces flamante miembro de la junta sandinista, ya había mostrado acuerdo. Todavía no había muchos que supieran los intríngulis de los beneplácitos. Pero se opuso el general del lunar Guillermo García, ministro de defensa y notorio masacrador de pueblo. García impuso al coronel Florencio Iraheta como embajador en Nicaragua. Era la convivencia de progresistas con gorilas que al final se impusieron. Y expulsaron a los civiles progresista del esfuerzo democratizador y que pretendía evitar la guerra civil
Pocos meses después Memo, con su junta derrocada, regresó a EEUU ya no como dirigente del gobierno sino como líder del FDR y anduvimos haciendo cabildeo en Naciones Unidas para eso que se llamaba la “solución política” al desmadre salvadoreño que se veía venir. Para entonces, teníamos que bolsearnos para comer en alguna “fast food” de Nueva York, sin servicio secreto…
Estuvieron en las mismas andanzas Rubén Zamora, Diana Otero y otros que mis 80 años me impiden recordar y otros, aunque los recuerdo no quiero nombrarlos.
Recuerdo cuando, en los pasillos de Naciones Unidas, con Memo nos acercamos a George Price, político de Belice y después el pionero primer ministro de Belice como estado, a pedirle apoyos. Nos dijo con toda franqueza y cortesía: con todo gusto, pero yo ando haciendo cabildeo por la independencia de Belice, la cual logró dos años después. Gozamos después con Memo la anécdota de nuestro despiste.
No son nada 42 años para la edad del universo, pero para las hormigas humanas que somos, “es toda una vida”.
Y a mí, solo me queda recordar sin más ni más.