Caralvá
Intimissimun
Del libro: La primavera salvadoreña recuerda España
(fragmento) “El 01 de enero de 1992 se firman los Acuerdos de Paz en la Ciudad de Nueva York, bajo los auspicios de las Naciones Unidas… ”
“Y sueñas con el futuro en la plaza…”
“Entonces escribes…
La plaza estaba repleta de miles de ciudadanos que, convertidos en militantes de la paz social, se reunieron a negar que 10 años de guerra hubieran intentado destruir su visión del mundo.
Se podía escuchar el poderosos encuentro del futuro, en ese espacio insuficiente para contener la esperanza, se multiplicaban los abrazos con la euforia y la sed de vivir a toda velocidad ese segundo.
El futuro había asomado su sonrisa de triunfo en el centro histórico de San Salvador, era un final feliz, después que la guerra como reina de nuestro destino se había impuesto en todo este breve territorio y ahí estaban las banderas identificando años de lucha, como verdaderas estrellas por la vida, insignias en camisetas y en cualquier parte declarando una militancia, hasta hace unos días inconfesable.
Este día se había retrasado muchos años, era como despertar a medio día de un jueves con el destino en las manos, con la certeza de haber tenido razón y quizás un poco de sin razón.
La revolución continuaría de otro modo.
Caminar sobre esas calles era asegurarse algo que contar en los siguientes años, de pronto explotó la alegría reprimida durante más de 10 años, multiplicándose el sentimiento de fraternidad, este era el día, el último conecte para una nueva vida o forma de construir el destino de millones. Era la respuesta esperada después de tanto tiempo de vivir en plena guerra, un paso en firme, transformador.
Lejos muy lejos, en el Castillo de Chapultepec, la firma de la paz, aseguraba la continuidad de la vida, el triunfo sobre el fatalismo, a partir de ese momento nuestra nación tenía un destino diferente. En la plaza las campanas al vuelo anunciaban un nuevo discurso por la vida, se había transformado la realidad, la lectura del destino del pueblo podría acompañarse desde este momento con el optimismo.
Ya no valdría suplicar por una oportunidad para los niños, porque eso les pertenecía por derecho.
Desde México llegaba la noticia. México que nos acompañó en la alegría del futuro, el mismo México que nos acompañó en el exilio, el México solidario del refugio, o el del paso hacia el Norte, era como un designio de ese pueblo hermano, desde México para el futuro de El Salvador.
No había tiempo para pensar en nosotros, sino en los ausentes de la fiesta.
Las palabras, las imágenes en las estridencias por la vida, eran el mejor reflejo de lo que acontecía en la plaza.
¿Qué distancia, qué trayecto, qué precio, hubo que pagar para hacer esto posible? Necesitamos nuevas palabras para explicar el destino de miles de ciudadanos junto al proceso. Este era un verdadero privilegio, ver el destino que otros soñaron. Detener un momento este tiempo, suplicar porque dure mil años, ese nuestro futuro de jueves en la plaza, este futuro se nos escapa entre los dedos, entre las calles y entre millones de recuerdos que se agitan en busca de un reposo final.
Arrebatar al momento del jueves, el poderoso argumento de nuestro destino, de seguir en lo dicho.
Necesitar un sorbo de café, en un viejo lugar donde vimos por última vez a nuestras amigas, y gritar que el amanecer de este día no tiene final.
Necesitamos millones de antorchas, para preservar el fuego de todos los pensamientos que brotaban de los convocados bajo el sol de enero y luego ese sentimiento nos alumbrará en la noche en este luminoso destino común. Recuerdos dispersos que se agitan en los recorridos sobre un puerto que observa el horizonte, que confirma nuestros argumentos imbatibles, entonces alguien responde con plegarias… ¿por qué la religión es tan triste?… las plegarias inmediatas transforman el ánimo, nos sentimos serios y pecadores, pero la joven que estaba a mi lado rezó una oración en un extraño idioma, entre alegría y lágrimas, los presentes nos sentimos raros, pero su actitud de alegría nos mezcló ese imprevisto sentimiento, de pronto nos encontramos haciendo lo mismo, compartir un entendimiento solidario, en medio de las banderas en giros que desafían al sol de medio día.
La alegría de encontrarnos…
Hubo momentos de desesperanza, pero logramos derrotarla a tiempo.
Las voces dispersas se confundían en una alegría de fraternidad:
¡Por favor que alguien me diga si han visto a mis hermanos!
Volver a construir las barricadas como hace 10 años, o reunirnos en las madrugadas para incursionar en lo profundo de la noche por un amigo herido.
Hoy las lágrimas de este planeta se conjugan en nuestros rostros, ahí quedan de testimonio las barricadas de cartón construidas para detener los tanques, ahí están los muros de la ciudad rencorosos por las miles de pintas hechas en esa piel de ladrillo.
El silencio que se pierde en torno de miles de acciones juveniles que se agrietan en todos los muros que nos faltaron por manchar, en especial el que queda frente a la Policía Nacional.
Ahí está Eva con quien huimos de la policía, jugando a escondernos del poderoso enemigo, por cierto que a unos metros de sus cuarteles; ocultar la propaganda que se refugia entre la piel y la camisa, con miles de señales que predican nuestra insurrección contra el sistema solar.
Muéstrenme poderosos recuerdos, los mismos rostros que conocimos en las actividades, en estas mismas calles que ahora les reclaman. Me ahoga el recuerdo. Necesito una bebida que cauterice nuestras imágenes de lucha colectiva, que ampute el dolor de los recuerdos; poder escribir entonces, que nos responsabilizamos de todos los muros mal pintados con leyendas subversivas pidiendo libertad a los prisioneros políticos.
En estos momentos recordar es lo menos que podemos hacer para enfrenarnos con la realidad, porque nuestros mejores amigos ya no están con nosotros. Es el momento de repetir historias militantes, por ejemplo, del momento que Juan, capturado por un retén y amarrado, saltó del puente del Río Lempa para huir de sus captores, que salió desnudo muy lejos del lugar, pero sin ninguna vergüenza de estar vivo; de Lucía que confundió a las secciones de contrainsurgencia diciéndoles que la persona que buscaban se había ido debiéndole 6 meses de renta.
No pudimos construir otro mundo, pero eso no significó que estuviésemos muy cerca de lograrlo, ahí quedan todos nuestros disparos contra la maldad, queda el testimonio de los combates contra el imperio, esperemos no haber fracasado como los hippies, esperemos que nuestra revolución de rosas no sea perseguida por enormes remordimientos de no haber muerto a tiempo, puesto que inmerecidamente se conjugó un segundo con otro, para detener las balas que eran sólo nuestras.
Siempre dijeron que éramos comunistas, pero también fue muy difícil aclararle a la Policía que no lo éramos.
Pero ahora que tenemos libertad, podremos desenterrar las bibliotecas clandestinas, podremos tapizar los muros de nuestras casas con los pósteres del CHE Guevara, podremos escuchar todas las melodías sociales que queramos sin temor al siguiente cateo.
¿Podremos hacer otra revolución?”
32 años después
El fin de la primavera está consumado, creímos que moriríamos en la nueva Patria transformados en abuelos con familias que tienen gratos recuerdos de la más grande epopeya popular del siglo XX, no fue así.
Ahora las calles de nuevo reclaman la historia, es una generación que envejeció con las huellas de la guerra en sus cuerpos, marcados están sus rostros, las cicatrices que no acabaron con sus esperanzas, no acabaron con sus ánimos expuestos en banderas, son viejos combatientes que no les alcanza el temor de aquella guerra ni la amenaza de la dictadura, es acero humano de una muralla forjada de memoria, su canto en las calles se llenan como ayer de alegría y abrazos de los viejos camaradas, si les acusaron toda la vida de comunistas, camaradas aplica en estos casos; aunque el bloque socialista murió el siglo pasado; la avenida es un mosaico junto a jóvenes en alegre canto que recuerda el futuro… Sí, el pasado camina a su lado en una estampa increíble, 32 años después bajo régimen de excepción los hombres y mujeres curtidos de coraje reclaman sus desaparecidos, a gritos piden a sus hijos inocentes prisioneros por sospechosos; existe el temor expansivo, puesto que si un día la Policía y el Ejército se consideraron amigos, ahora regresan a sus viejos hábitos represivos y sed de sangre.
32 años después nos encontramos con viejos amigos, los mismos de hace 32 años, sobrevivimos a la guerra y al capitalismo, algo en las venas tendremos de la mortalidad que se niega a cobrarnos tanta felicidad, esos amigos: poetas, artistas, excombatientes, defensores de la democracia que caminan paso a paso sin contar el tiempo, inician de nuevo la resistencia del pasado, no se puede abandonar el ayer porque si lo hacemos no quedará nada. Así caminamos hasta la plaza, somos ciudadanos bajo el sol con esa inmensa sobrilla de la memoria. Amazon.com/autor/csarcaralv