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Las palabras en la memoria

 

“Cada quien puede mover la palabra

y alzar los brazos y sentir cómo barre la luz,

de su rostro, el polvo viejo de los caminos.»

Vicente Aleixandre

 

 

 

Sin más atisbos que la melancolía por un terruño donde enterró el ombligo para echar a andar por el mundo, el poeta chalateco Nilson Alas (San José Las Flores, 1966), trae bajo el brazo su tercer hijo literario titulado Mutilaciones y otras piezas de la memoria (Laberinto Editorial, 2019, cuya edición estuvo a cargo del también escritor Osvaldo Hernández.

Los dos primeros libros de Nilson Alas son Cuaderno Solar (Ediciones Alkimia 2007) y Cofre de familia (Laberinto Editores 2012), los cuales fueron la brújula para que el poeta midiera el terreno a pisar y poner en balanza qué tanto valía la pena aventurarse para publicar este nuevo opúsculo.

Mutilaciones y otras piezas de la memoria son las sensaciones de un poeta que carga en su “matata” un cúmulo de recuerdos arraigados en la piel, sentimiento que no lo deja en paz y con autoridad se niega a desaparecer del corazón, imágenes perennes cual caudal salido de lo más profundo del alma.

“Colmado de recuerdos/ busco la antorcha en el laberinto de las piedras,/ y encuentro las memorias disecadas./ Sin aroma y sin úlceras internas,/ han echado al vacío el grito,/ y el llanto se ha sumergido en sus entrañas”, escribe Nilson con un poco de impotencia.

Carlos Fretti, escritor y matemático cubano, al valorizar la poesía dice: “los principales trucos que tiene el poeta son las adjetivaciones y las metáforas”; tesis secundada por el literato ruso Roman Jakobson (Moscú 1896-EE.UU, 1982) quien sostiene que: “El estilo del poeta y en general de cualquier escritor, reside en la capacidad de burlar las expectativas de cualquier lector”.

Alas ve la provincia desde la capital donde descubre la soledad, entra en crisis y da vida a la poesía, la cual lo seduce envolviéndolo en su magia hasta hacerle “suave el instante”, presentándose, en algunas ocasiones, de forma franca y abierta que explorará esa voz que le es dada.

“No hay quien nombre el brillo de mis ojos/ ni quien pose una sonrisa sobre el último suspiro./ Se acabó la viva cascada de mi sangre/ y se oye ya la húmeda tristeza de sus huesos./ Hay un adiós que no termina de mirarme./ No estoy aquí,/ pero escucho los pasos quedos en el túnel,/ que me conducen hacia la fosa”… reseña el poeta.

Pero si la provincia es su primer amor dentro de la mocedad e infancia ligada a la inocencia, los recuerdos lo arrinconan ante la “cuna perdida”, elementos que con el correr de los años se volverán caldo de cultivo para construir los más tiernos versos.

“Donde se erige esta muralla que me oprime la memoria/ hubo un árbol que desvistió sus años/ y abrazó con su sombra/ el manantial que ya no existe”, evoca el poeta.

Volviendo al tema, la “catizumbada” de versos que publica Nilson Alas tiene cimiente en una voz recordándonos cuando se tenía un pie en la calzada y el otro temblando ante el acecho de la cruz pisándonos los talones, elemento del que hace acopio para escribir:

“La sangre temerosa recorre la piel/ y el color de las mejillas se confunde entre los labios:… El camuflaje retuerce la máscara…/ a la hora en que la luna llega/ a sumergirse en el horizonte/ como se hunden los pasos/ en el polvo de la calle del pueblo”…recuerda el poeta la invasión de los militares que tiznaron de púrpura el río Sumpul.

Alas evoca las horas de angustia en su tierra natal, cuando el pregón mañanero abrigado por la tapisca o el ordeño era interrumpido por la metralla o la explosión de la bomba de 500 libras, mientras debías guarecerte en los tatús, pues hasta la muerte era confundida por los pájaros de acero.

“Hoy una bota tropieza con la muerte oscura y tenebrosa/ y se lleva con un grito de dolor la vida./ Cuerpo y polvo son uno en la batalla./ Máscara y color son la noche, perdiéndose en el alba, cuando se esfuma la estrella al otro lado de la vida”… reseña.

La palabra del poeta es sonido metafórico cuya imagen tiene otro sentido, como jugaban a crear poesía los surrealistas, presentándonos en sus versos líneas cobijadas de filosofía:

“No es posible el paso de la vida sin tropiezo/ cuando el talón no redime la fisura… cuando los dedos abandonan las sienes/ y se anudan las rodillas en el pecho/ miles de palabras se gastan en silencio”… escribe Nilson.

Aquí se hilvana cada línea vertiéndola en poesía –como el alfarero– hasta lograr que el lector haga su propia lectura, pues en sus líneas tiende a recordar sus orígenes, sentimiento cerril que nos hace vivir los nacimientos de agua en medio de peñascos, la fragancia de los pastizales, los vientos bajando del cerro transformándose en objetivos poéticos.

“No se duerme recostado si se ignora el llanto y el hambre… yo reconozco mi origen, porque he vivido/ en los anales de la estatua y de la letra”… recalca Nilson, como recordándole a sus coetáneos que hagan conciencia y no olviden sus raíces.

En Mutilaciones y otras piezas de la memoria, el poeta sangra, sufre por un pasado y plasma en pocas líneas una época dura que vivió El Salvador, tiempo que tardará en desaparecer en quienes de una u otra forma fuimos marcados por un conflicto armado en el que no teníamos arte ni parte:

“Tengo la memoria fresca y sin arrugas, llena de manantiales azules./ Un huracán con ráfagas de sol, una esquina con almendros/ y una calle de piedras que me espera”, escribe lleno de nostalgia.

A medida metemos la nariz en este opúsculo, vemos cómo se extraña el sonido monótono del riachuelo, el ladrar del chucho meneando la cola al llegar su amo al rancho, el canto de las aves o el fluir del viento golpeándole el rostro en aquel mes de octubre.

“Te escribo en la distancia/ y en el sosiego de la brisa./ Escucho el cantar de la alondra/ en el bosque solitario de mis poros./ Te busco en el silencio de este sueño,/ donde nunca me quedo/ porque estoy en ti”, plasma el poeta con un sabor agridulce en la garganta, sensación que los amigos de la diáspora entenderán.

No nos extraña que el editor de Mutilaciones y otras piezas de la memoria, que viene a enriquecer la ya extensa bibliografía de literatura salvadoreña, Osvaldo Hernández, al analizar los versos plasmados en este plaquette, exprese:

“La poesía de Nilson Alas es siempre un reencuentro… Las voces, los colores, las siluetas, las formas y los sonidos que componen esta urdimbre de emociones viajan renovadas (…) donde se confirma la madera de la que está hecho este poeta”, refiere Hernández.

Cada línea impresa en este nuevo libro de Nilson Alas nos permite visualizar una voz enarbolando barriletes, la imagen del campesino “aporcando” el maíz, recogiendo la cosecha del frijol… los suspiros que fluían del corazón del poeta cuando se le iba el “juelgo” mirando a las cipotas “rechulas”…

“Todo se junta en los páramos internos y la palabra/ converge en el núcleo consciente de mis ácidos./ Las líneas, los puntos, las esferas/ son átomos prolongando mi estado”, escribe Nilson Alas como para redescubrir su propia intimidad convertida en metáforas.

Por eso no extrañan las palabras de Osvaldo Hernández cuando dice: “La infancia, la reflexión metafísica desde el hecho poético, la nostalgia fresca y luminosa por las veredas y las aguas sumisas a la sombra de los árboles, el galope de los animales (y también de la memoria) entre pastizales y ventiscas” son parte de lo que aquí se vive…

Y es que auscultar la metáfora escrita por Nilson Alas no es fácil: aquí se resumen los sueños, la nostalgia se inflama, crece, cruza umbrales acompañados de alambres de púas… se observan los riachuelos con sus aguas cristalinas y de vez en cuando un pez gozando de la placidez, acompañado del olor a melaza desprendido por los aires.

“Uno se cuelga de la vida./ Se conforta con las voces y se redime con la espesura de la sangre… Uno yergue el pecho, se apunta, asegura, dispara./ Se extienden los brazos y se empuñan las manos./ No se derrama la sangre sin fecundar la vida”…

Nilson lleva en el pecho una voz que ha madurado a fuerza de azotes (era un mozalbete cuando dejó su terruño querido), por lo que en Mutilaciones y otras piezas de la memoria vemos un reencuentro con la casa materna, emociones viajando en el tranvía de los recuerdos de un ayer no muy lejano.

“Me iré solo/ como el migrante sin fronteras/, sin ropas, sin gritos. En la desnudez cristalina de un río que habita en mí,/ en el movimiento de la hoja,/ verán mi luz trascender al infinito./ Como esta vida que comienza/ me iré”… escribe el poeta, con la convicción de que un día tendría que emigrar de su hogar materno para echar a andar por el mundo.

En el siguiente verso –intuyo, pues las líneas impresas no tienen dedicatoria–, el poeta ha evocado la imagen sempiterna del padre:

“Caminó por la vida con heridas en el pecho./ Jamás conoció linaje de sus frutos y se despojó de todo lo banal del mundo./ Su pureza no se manchó al cobijar honores melancólicos./ Amarró su virilidad a la ausencia de su vida virginal,/ y sin tropezar, fue deslizando sus años/ en la vereda sublime de las ilusiones frescas./ Cuajó su mocedad en la espiga robusta del maíz y con la levadura de sus manos la volvió pan y lo multiplicó para ser su primordial sustento”…

Nadie está exento a la recreación de algún poema o líneas que le gustan, de allí que en uno de los poemas de Nilson Alas tuve la sensación de estar releyendo a Whitman y sus Hojas de hierba, cuando escribe:

“He sentido la metamorfosis: doble aura de pájaro desnudo/… Y no quiero perder la esencia del átomo que me multiplica ni la sustancia del color que tiñe el alma y me trasciende”, plasma.

Mutilaciones y otras piezas de la memoria es la búsqueda constante del yo para hacerlo colectivo, son las evocaciones del poeta arrastrándolo al río donde iba a “cangrejear”, las caminatas al cerro Iramón y regresar con la camisa empapada de sudor, recuerdos alojados en sus sienes hasta convertirse en ese “Leiv Motiv” que lo reafirman como tal.

“Este pie que va descalzo en la sombra de tus días/ Es el mismo que ha pisado la piedra que hiere/ y es el mismo que ha dejado la huella dentro de tus ojos…”, nos recuerda Nilson Alas.

Los recuerdos son la razón de ser en cada uno de los libros del poeta chalateco, donde el olor a tierra húmeda recién arada y la intensidad de los rayos solares toman diversos matices, o como diría Pablo Neruda “Yo pongo el alma donde quiero”.

A medida meto mi retina en los versos de Nilson Alas, recuerdo las ventiscas sobre las calles polvosas de la Finca Modelo, allá en Santa Ana; el asombro al ver aquellas esculturas formadas en las ramas de los árboles de amate de una pareja copulando.

Esas evocaciones hacen gotas de rocío en mis ojos al recordar aquellas veredas trajinadas cada fin de semana, bajo grandes tormentas o con las ventiscas de octubre, cuando llegaba a la cuna de mi formación (internado), la escuela Rafael Campos Ciudad de Los Niños.

Al leer poesía debemos estar relajados en un lugar tranquilo donde exista una perfecta comunicación entre autor y lector, sobre todo cuando se analizan los poemas impresos… asimismo se debe desprender de la estima al escritor y enfocarse directamente con lo leído, ya que muchas veces el poeta transmite un abanico de sensaciones que acorralan.

 

Recomiendo leer Mutilaciones y otras piezas de la memoria, pues está plagado de imágenes producidas por la nostalgia. No tengo duda de que las generaciones de la diáspora se identificarán con el poeta.

 

Luis Antonio Chávez

Escritor y periodista salvadoreño

[email protected]

 

 

Título: Mutilaciones y otras piezas de la memoria

Editorial: Laberinto Editores

Autor: Nilson Alas

Tiraje: 500 ejemplares

2019

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