EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA

Por Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Cojamos la flor del instante.

La melodía

de la mágica alondra cante

la miel del día.

Rubén Darío.

“El hombre actual sólo es una copia”, decía Soren Kierkegaard, el gran filósofo danés, padre del existencialismo y creador de las más grandes categorías de esa corriente filosófica, (la angustia, la pena, la duda, la carga, el pecado, el instante, ….), sólo comparables a aquellos “no-poder-no” de las “situaciones límites” establecidas por su discípulo alemán Karl Jaspers, (el hombre no-puede-no-vivir, no-puede-no-morir, no-puede-no-sufrir, etc.).

Kierkegaard fue el filósofo de la angustia vital, originada en él por sus tres grandes cargas existenciales, la difícil y golpeante relación con su padre, su fallido amor por Cristina Olsen, y su frustración por la desnaturalización que la cristiandad había hecho del cristianismo. Su vida fue un continuo reclamo y rechazo a la sociedad que los jóvenes de su tiempo habían heredado de sus mayores. Y ello le condujo a la rebeldía con la cual se enfrentó a ella. En su corta vida, apenas 42 años en la primera mitad del siglo XIX, sufrió las mayores frustraciones al confrontar su ideal de vida con la vida concreta de la sociedad en que vivía. Su postura filosófica se refleja en un ambiente claramente existencial, en el cual, para decirlo con el postulado básico de esa corriente, “la existencia precede a la esencia”. El existencialismo no elimina a la esencia, como equivocadamente suele decirse; simplemente coloca a la existencia en primariedad. Vivimos en El Salvador, y podría decirse que en buena parte del mundo, una realidad existencial. Es el nuestro, el mundo de lo perentorio, de la inmediatez, del hoy sin mañana. El consumismo, la desconfianza de los jóvenes ante el mundo que les hemos heredado, el rechazo a una realidad injusta y muchas veces cruel, teñida con la sangre de tantas guerras estúpidas, son medios de cultivo propicios para el surgimiento de estas posiciones, sobre todo, en los jóvenes. Por eso Kierkegaard es actual, se retoma, se relee, se actualiza, características estas de los clásicos, que siempre siguen, neciamente, como el Quijote, alumbrando caminos tantas veces recorridos pero siempre oscuros.

La filosofía del danés es, así, aplicable a la realidad del mundo en que vivimos. Ya lo decía John Stewart en su magnífico libro sobre Kierkegaard, (“Soren Kierkegaard – Subjetividad, ironía y la crisis de la modernidad”): “El hombre vive esta 21° Centuria en un complejo y muy cambiante mundo. La experiencia de cada nueva generación difiere radicalmente de la de la anterior. En el pasado, un cambio radical tomaba lugar después de siglos. Ahora, ellos ocurren en sólo pocos años. Esos constantes cambios en el tiempo hacen del hombre un ser difícil e inseguro….y ello les lleva a una experiencia de desorientación y alienación.”

De tal manera, pues, que leer ahora a Kierkegaard significa leer algo que es actual, conceptos que son perfectamente aplicables a la realidad actual del mundo, y que, como bien dice Stewart, pueden ayudar a tener una visión correcta del mismo, y a situarnos en él adecuadamente.

El problema central de la filosofía de Kierkegaard es “la persona”, aunque se afirma también que el único tema de su filosofía fue el de la muerte. En cuanto a la persona, esta puede defenderse sólo recurriendo a la religión, no a la filosofía sino a la religión, no a la razón sino a la fe. Sólo la religión puede garantizar la individualidad, defender la “existencialidad”. Singular y cristiano se identifican, dice; pero un cristiano acomodaticio, político, es la negación del cristianismo. “El cristianismo, como el cristiano, no debe atender a las cosas del mundo; debe sucumbir en la tierra para vencer a la tierra”. Establecía una tajante y puntual diferencia entre “el cristianismo” y “la cristiandad”. El primero, que él asume, no existe en la realidad, no se da en la realidad; la segunda, que es la forma de cristianismo que se practica, y que él rechaza, dice que “juega al cristianismo”.

Kierkegaard se mantuvo siempre alejado de la política, y evitaba insistentemente hablar de ella. Despreciaba los conflictos colectivos. Los postulados políticos del hombre no le llevarán nunca a la felicidad perfecta. “La democracia – observaba – es un estado de idealismo colectivo que desaparece cuando se la lleva a la práctica”.

Quiero terminar refiriéndome a un concepto fundamental de Kierkegaard: “Las etapas en el camino de la vida”. Estas las califica en tres estadios: El estético, el ético y el religioso. Don Juan, el de Mozart, es el estético, es la alegría despreocupada y fatalista; el Doctor Fausto es el ético, en el que la duda es el motor principal; y Ashavérus, el mordaz e irónico, es el tercero. “yo pertenezco, en alguna manera, al tercer grupo”, decía.

Soren Abby Kierkegaard nació en Copenhague, Dinamarca, el 5 de mayo de 1813. Falleció en la misma ciudad, en la tarde del 11 de noviembre de 1855. Tenía sólo 42 años. Sus conceptos filosóficos fueron inspiración para figuras como Sartre, Camus, Beauvoir, Marcel, Jaspers, e incluso Heidegger. Los filósofos y teóricos literarios asociados con la deconstrucción y la postmodernidad tuvieron en él un importante precursor de sus ideas centrales. Derrida, DeLeutze, Lacan, Baudrillard y Manhan recogieron su pensamiento. Y hasta autores como Mann, Rilke, Kafka, Ibsen y Joyce se inspiraron en él y están en deuda con él.

Deberíamos, todos, leer a Kierkegaard; pero especialmente nuestros jóvenes. En lo particular, hay dos categorías que me han impactado fuertemente: El Instante; y la Ironía. El tratamiento que Kierkegaard hace de esta última es fenomenal. Por eso decía que había que superar a Sócrates, a quien admiró y trató de seguir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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«Para enflorar». Foto: Karen Lara. Portada Suplemento Cultural Tres Mil Sábado, 2 de noviembre 2024.