EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA
Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
La lealtad es el camino más corto
entre dos corazones.
José Ortega y Gasset.
Entraron, y se situaron en la orilla, mientras una gran embarcación se acercaba a todo viento, moviendo sus velas y ayudándose con los remos de muchos brazos. Cuando hubo arribado, bajó de ella un hombre hermoso, joven y elegante, con su espada al cinto y una brillante corona de oro puro ceñida a sus cienes. El príncipe se sorprendió ante tan bella presencia, escondió sus ojos volviéndolos hacia la arena, pero de reojo observó a aquel personaje no sin admirarse. Caminó el hombre pausadamente y se acercó a él, tendiendo su mano para que se levantara.
- Príncipe sabio y prudente, admiro tu sencillez y tu templanza, y ello me agrada porque será de ayuda para que entiendas una virtud que traigo y que debo entregarte. Esa virtud es la que más me agrada, pues ha sabido acompañarme en todos mis peligros, que pocos no han sido. Toma de nuevo asiento, ya que he sentido tu mano, y deja que quienes te acompañan hagan lo mismo. Tantas cargas de esos frutos que llamas calabazas no he visto en mis largos recorridos; mucho valor y mucho sentimiento habrán de tener para ti.
Tomó asiento el príncipe, y con él toda su caravana, y observó al hombre aquel que se dispuso a hablarle de aquella virtud que quería entregarle. El mar bramaba bravamente, y el oleaje chocaba con violencia contra los farallones, que resistían con paciencia y por siempre los ataques.
- Yo he sufrido mucho y he luchado mucho, con un solo objetivo, que no siempre ha sido comprendido. Más bien me han confundido. De mi se han dicho tantas cosas y me han endilgado tantos epítetos. Han dicho que soy el de los tantos trucos, talante, muy sufridor, muy astuto, de los muchos recursos, taimado, redomado aventurero, guerrero épico, habilísimo narrador, fabuloso, de inteligencia práctica y fría, hábil para afrontar los trances difíciles, de facilidad de palabra, paciente, señero, sabio, hábil para la trampa, el engaño y el disfraz, redomado mentiroso, audaz. No niego que haya podido ser todo eso, aunque de la misma manera podría dudar en algunos casos. Pero todo ha sido porque hube de mantenerme fiel y leal al amor.
Era brillante el hombre aquel cuando así se expresaba. Y como era hermoso, el ambiente brillaba ante aquel espectáculo que el mar provocaba cuando se lanzaba sobre las rocas, con inmensa furia y un enorme ruido. Prosiguió:
- De todo lo anterior, aunque mucho de ello me agrada y me haría feliz si así fuera, prefiero una sola cosa, la lealtad. Ser hábil narrador, poseer muchos trucos, ser astuto, y todo lo demás, me proporciona enormes ventajas; en cambio, la lealtad no sólo no me las da, sino que me dificulta el camino. Por ella estuve preso de la diosa Calipso, que me entretuvo para evitar mi regreso; por eso, Poseidón, el dios del mar, me negó su protección, a pesar de que bien él sabía que en mi regreso tendría que luchar contra el mar; sufrí el ansia de pensar que quien era todo mi amor era asediada por tantos pretendientes aprovechándose de mi ausencia; ciertamente, me protege Atenea, pero ya sabes tú como los dioses se encuentran y pelean entre ellos; en la isla de los feacios hube de luchar contra el acoso de la princesa y el poder de su padre, que me detuvo utilizando la treta de su deseo por conocer la historia de una guerra en la que estuve y hube de contarle; vencí las tormentas y el ataque de los lotófagos; perdí tantos de mis hombres devorados por los cíclopes, sufrí el poder de los vientos en la isla de Eolo; estuve a punto de convertirme en cerdo, como sucedió a mis acompañantes, teniendo que hacerle el amor a Circe para gozar de su protección y así vencer a la hechicera; las sirenas quisieron engañarme con su canto, pero pude superarlo, aunque sufrí la pérdida de mis hombres a causa de sus encantos; vencí la oferta mala del dios Helios, evitando hartarme de sus vacas hasta morir.
El hombre aquel, de recio talante y particular impronta, a veces entornaba sus azules ojos, como rememorando tanto desafío y admirándose de como pudo haberlos superado. Tantas hazañas no eran usuales. El príncipe, acostumbrado como ya estaba de escuchar y ver sorpresas, se mantenía quieto y fija su atención ante lo que ahora le era relatado.
- Aun habiendo arribado a mi destino, debí disfrazar mi urgencia para comprobar que era correspondido en mi lealtad. Vi tantas mantas hiladas y deshiladas, y hube de luchar y vencer a mis contrincantes, que pretendían aprovecharse de mi ausencia para lograr lo que no les pertenecía. Hice de mendigo, y los dioses premiaban mi odisea. Atenea me saludaba desde sus alturas, sonriendo de haber ella también vencido a sus dioses enemigos.
El príncipe recibió entonces del hermoso mancebo, la virtud de la lealtad. Celebraron todos los de la caravana tanta bondad recibida, y el hombre aquel volvió sobre sus pasos, entró al mar, se confundió entre las olas, subió a su barca, ordenó a sus hombres la partida, y de nuevo desafió al mar. Neptuno le observaba disimuladamente escondido entre las aguas.
Continuará con el próximo cuentecillo.
7 – El camino de la constancia.