EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Da la libertad a un hombre débil y él
se encadenará a ti y te rendirá su propia
libertad. Para un corazón débil, la libertad
está privada de sentido.
Fedor Dostojevskij.
El príncipe, después de este largo camino, ya por terminar, se veía ahora más feliz. Su talante era el talante de lo virtuoso, de lo pausado, de la calma y del conocimiento. ¡Tanto había aprendido durante su largo recorrido, que ahora las veleidades y las suntuosidades de aquel reino donde había nacido y del cual era dueño, apenas se percibían, desdibujadas ante tanta sabiduría, ante tanta prudencia, ante tanta sencillez! Ahora se había forjado un carácter admirable y digno. Leal a su cometido, lo iba cumpliendo con la mayor constancia, con una templanza digna de admirar. Había comprendido que ese viaje, que había emprendido después de escuchar aquel cuento que su preceptor le contara le había impuesto el deseo de conocer aquel rincón de los ocho caminos, cuyo único requisito era que fueran estos recorridos, sin saltos ni sobresaltos y superando todos los obstáculos, hasta llegar a las doce puertas, tras lo cual se escondía aquello que deseaba conocer. Así estaba escrito en el libro del destino. Ahora, pues, ya casi despojado de todo matiz de soberbia y orgullo, era otra persona, aunque siempre joven y bello. Los miembros de su caravana, extrañados y a la vez admirados, notaban el cambio y se sentían satisfechos con ello, aunque no conocían el final de tan grande aventura.
- Esta virtud que ahora conocerás, – le decía aquella voz que parecía venir desde lo más remoto del mundo -, aunque pocos sabios la consideran una virtud y los más un simple anhelo, un deseo, una necesidad, a la vez es, sin embargo, una de las más importantes, pues que sin ella no hay posible felicidad para ningún ser humano. Es una aspiración, ciertamente, pero una vez alcanzada se convierte en una virtud, consagrada en el más grande de los olimpos de la felicidad y el bienestar. Todos la buscan, todos la anhelan, y cuando no la tienen, sufren y se lamentan de tal condición. Déjamela hacértela conocer mediante el cuento de algo que sucedió en un reino del mundo humano y animal, pero que bien se acopla al reino de los hombres. Sólo tienes que cerrar los ojos, esconder un poco el rostro y seguir atento al relato. Igual cosa deberán hacer todos los miembros de tu caravana. No te preocupes, que tan grande carga de calabazas permanecerá protegida por muchas hadas.
Así lo hizo el príncipe, y de igual manera sus acompañantes. Apareció entonces, flotando en el aire, un viejo monje, que tenía un aura de sabio, viejo y sabio monje, sentado a la entrada de una inmensa catedral de sal que había tardado muchos y muchos siglos de ser construida, con mucho sufrimiento y dolor. A lo lejos se escuchaban los murmullos de las olas de aquellos mares mediterráneos. Y así dijo:
- Un día sucedió que un rey, que era un león, estaba tratando el ordenamiento de su corte. Todo ese día, hasta muy entrada la noche, el rey y sus funcionarios trabajaron tanto que se olvidaron de comer y de beber. Tuvieron hambre y sed, y entonces encargó al lobo y a la zorra que buscaran comida, respondiendo estos que ya era tan tarde que sería difícil encontrar la comida que necesitaban. Pero en aquel paraje había un chivito, hijo del buey, y un pollino, hijo del caballo, de los cuales pensaron que podían comer abundantemente. El rey león hizo venir al chivito y al pollino, y se los comieron. Tanto fue el pesar del buey y del caballo por la muerte de sus hijos, que juntos se acercaron al hombre para servirle en vez de servir al rey león, pidiéndole que les vengara del dolor por la muerte de sus hijos. Desde entonces, el buey y el caballo quedaron destinados a servir al hombre, y así, el hombre cabalga el caballo y el buey ara sus campos.
Se puso en pie el hombre aquel, viejo y sabio dio unos pasos por la escalinata, e irguiéndose orgullosamente, continuó:
- Otro día se encontraron el buey y el caballo, y contaron cada quien su situación. El caballo habló de lo mucho que trabajaba para servir a su señor, quien todo el día lo montaba, lo hacía correr de arriba abajo, y que él deseaba volver al dominio del león, pero siendo que este comía carne, ello le obligaba a mantenerse bajo el yugo del hombre, que por más que lo explotaba, no comía, sin embargo, carne de caballo. Terminó así de hablar el caballo, con lo que el buey hizo entonces su discurso. Dijo el buey al caballo que siempre estaba en gran tensión, que todo el día araba, y que de la tierra que él araba no le daba su señor para comer, con lo que se alimentaba de las hierbas remanentes que dejaban las cabras y las ovejas.
Continuó así el monje:
- Así se encontraban el buey y el caballo contándose mutuamente sus tribulaciones bajo el dominio del hombre. Mientras eso hacían, se acercó, enviados por su señor, un carnicero, para examinar al buey y ver si estaba gordo, El buey le dijo al caballo que su señor lo deseaba vender para que otros hombres se lo comieran, a lo que el caballo respondió diciendo que mal paga el hombre a quien bien le sirve. Largamente lloraron el buey y el caballo, aconsejando entonces este a aquel que se fugaran y que tornaran a su tierra, pues más valía estar en peligro de muerte y en tensión, pero siendo libres, que seguir viviendo bajo la opresión. Y así lo hicieron. A partir de aquel momento, el caballo y el buey prefieren el campo salvaje y agreste, pero libre, al dominio y la esclavitud de la comodidad.
Como siguiera un largo silencio, abrió los ojos el príncipe, y con él toda su comitiva, y volviendo sus rostros hacia el atrio inmenso con su gran escalinata, pudieron ver que el monje aquel, viejo y sabio, había desaparecido, junto a la inmensa catedral de sal, y ya no se escuchó más el rumoroso sonido del vaivén de las olas del mar de las tierras medias.
- Así, pues, como puedes ver, la libertad es un bien tan preciado, que más vale vivir huyendo y en peligro constante, pero ser libres, que no tranquilos y seguros pero esclavos, y que mejor sabe el sabor amargo de la acelga cuando se come en paz y tranquilidad, que el mejor de los manjares bajo el yugo y la montura.
Continuará con el próximo cuentecillo:
9 – El camino de la armonía.