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El Palacio Nacional sería protagonista del acontecimiento, al acoger a 10 Jefes de Estado y de Gobierno como testigos de honor y otros dos mil invitados y delegados de diversos sectores fueron ubicados en el ala poniente del inmueble.
Allí, suscribieron el documento los cuatro comandantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), Rolando Morán, Pablo Monsanto, Carlos González y Jorge Rosal, así como el entonces presidente Álvaro Arzú como testigo de honor.
Otros de los firmantes fueron los cuatro integrantes de la Comisión de la Paz y el otrora Secretario General de la ONU Boutros Boutros Ghali.
Pero las mayores expectativas estaban afuera, en una Plaza de la Constitución abarrotada por miles de guatemaltecos que esperaban con impaciencia la proclamación definitiva del cese de las hostilidades con el sueño de una vida mejor.
«Pueblo de Guatemala, la paz ha sido firmada», declaró con júbilo Arzú y de inmediato se escuchó la ovación del pueblo y el recuerdo de 200 mil personas que perdieron la vida y 45 mil desparecidos, muchos de ellos como consecuencia de masacres y actos de lesa humanidad.
Una foto histórica recorrió el mundo con el abrazo de los hasta entonces contendientes, el Estado y la URNG.
«Es el principio de una nueva era en Guatemala, una en la que todos tenemos algo que decir y que hacer. Una era que debe encontrarnos con la mente clara, con el corazón limpio y las espaldas anchas para trabajar todos unidos por una patria libre, por una patria que encamine sus pasos al progreso y desarrollo», explicó Arzú.
Con el último Acuerdo, se reconocía una agenda mínima para que el país pudiera avanzar hacia un futuro mejor, incluyente y democrático; sin embargo, colectivos urbanos, campesinos, estudiantiles e indígenas consideran que los Acuerdos son letra muerta y los dramas sociales y económicos que dieron origen a la guerra se han multiplicado.
Algunos ejemplos apuntan a que 61 por ciento de la población cruza la línea de pobreza multidimensional, igual cifra de menores de cinco años padecen desnutrición crónica y violencia y falta de oportunidades para la juventud disparan la tragedia de la migración.
Activistas indígenas sostienen que el balance de estos años se quedó en las grandes expectativas de hace 25 años y advierten que al ser una deuda pendiente se generan condiciones para una mayor conflictividad y retraso.
Una vuelta a la guerra tampoco es el camino, sostienen, pero sí es preciso que la mayoría de la población, los que vivieron la guerra y quienes no la conocieron, exijan a las autoridades el cumplimiento de los históricos Acuerdos.