Licenciada Norma Guevara de Ramirios
Han pasado cuarenta y cinco años y el silencio de los militares sigue ocultando el paradero de los estudiantes asesinados y desaparecidos el 30 de julio de 1975. Ellos han de saberlo y la Universidad de El Salvador (UES) sigue reclamando la verdad, justicia y reparación.
De tres personas se pudo tener sus restos, Roberto López Miranda, estudiante de economía; Carlos Fonseca, estudiante de Sociología, asesinados ambos en la 25 avenida y de Balmore Cortez Vázquez herido y que falleció 10 días después, la tarde del 9 de agosto en el Hospital del Seguro Social.
De los desaparecidos cuyos nombres recoge el noble estudiantado de todas las generaciones, se desconoce su paradero. Pero aquel tiempo era depositario del terror y muchas familias sufrieron en silencio la perdida de sus seres queridos por temor a represalias.
Una persona me dijo un día, que un agente de la Guardia Nacional, en su agonía, antes de morir le confesó a una hija que los habían enterrado en una piscina de la Guardia Nacional. Lo hago público simplemente.
Ciertamente de la GN se pudo en aquel tiempo lograr la libertad de algunos capturados y torturados entre los que estaba el compañero Salvador Cárcamo, estudiante de Ingeniería y en ese tiempo presidente de la asociación de estudiantes de esa facultad (SEIAS). A él le quitaron el megáfono y con el mismo le golpeaban la cabeza.
Como sobreviviente de aquella masacre reconozco el empeño de autoridades universitarias por mantener la exigencia de la verdad, y particularmente a los estudiantes de diferentes movimientos políticos y asociaciones que se esmeran en mantener viva la memoria de este acontecimiento y de sus héroes y mártires, convirtiendo en memoria viva esa parte de la historia heroica y dolorosa de nuestra alma mater.
Igualmente comparto que en algunos años oscuros que siguieron había que recordar en silencio la masacre. En 1998, junto a un dirigente sindical; Salvador Sánchez Hidalgo y la compañera Ana Gladis Méndez, compramos en el Mercado de San Miguelito una corona de claveles rojos para llevarla al Muro donde fue la masacre, a cierta distancia una patrulla nos siguió. Colocamos la ofrenda y una anciana dijo; “está bien para que se sepa lo que pasó”, momentos después, la policía quitó las flores. Así era la dictadura que enfrentó nuestro pueblo.
El periódico Voz Popular, en edición especial hizo un reportaje de la masacre, bajo el titular: “El 30 Sangriento”, describía los restos de cerebro humano adheridos a la celosía del muro que rodeaba el hospital.
Fue una tarde inolvidable por la crueldad. Estudiantes con su denuncia y un régimen con todos los cuerpos represivos y los tipos de armas para aplastarnos. Sufrimos sí, pero sobre todo aprendimos. La catedral fue tomada por los estudiantes, por primera vez colegios profesionales y gremios se pronunciaron condenando los hechos.
No era la primera masacre, habían ocurrido otras en Chinamequita y Tres Calles, pero era la primera a plena luz del día en las principales avenidas y calles de la capital, cuando recién finalizaba el concurso de Mis Universo y el Gobierno vendía hacia el exterior la imagen de “país de la sonrisa”.
Bombas de humo cambiaron la imagen de una tarde soleada, el estruendo de las balas y estallidos de granadas entre la multitud golpeaba. Y a aquella masacre le siguió el cierre de la UES en el tiempo previo a la campaña electoral, que terminó con fraude y la masacre en la Plaza Libertad y sus alrededores el 28 de febrero de 1977.
El lenguaje de la dictadura enseñó a nuestro pueblo que la lucha es inevitable y debe asumirse. Cuarenta y cinco años después nuestro país está preso de una pandemia por el COVID-19 y por el fortalecimiento de un régimen autoritario, de corte dictatorial que amenaza las conquistas del pueblo.
Un régimen que celebra el día del soldado y se calla en el día del médico, que niega el valor de las luchas que hicieron surgir los espacios democráticos y una nueva institucionalidad; por eso mantener la memoria de las luchas estudiantiles y del pueblo todo, debe servir para defender las libertades y derechos conquistados y avanzar. Jamás retroceder.
A cuarenta y cinco años de aquella masacre quisiera que aprendan quienes quieren regresar a la dictadura, que los ideales viven, que no se pueden matar o sepultar como los cuerpos de quienes los levantaron a costa de su propia vida. Toneladas de mentiras dichas sobre quienes luchan, solo enaltecen el valor de las causas por las cuales vale la pena vivir, luchar incluso si por ellas se ha de morir.