Por: Licenciada Norma Guevara de Ramirios
Han pasado 48 años de los acontecimientos ocurridos en la Plaza Libertad y sus entornos, la madrugada del 28 de febrero de 1977.
Para conocimiento de las generaciones jóvenes, es importante compartir el contexto en que ocurrió aquel capítulo heroico y dramático de nuestra historia.
En la década de los años 70, se vivía en El Salvador gobiernos tildados de dictadura militar. las elecciones organizadas bajo esos regímenes eran fraudulentas, los derechos del pueblo eran ignorados, la economía era buena para la oligarquía y dramática y de pobreza para las mayorías. A pesar de eso, existían partidos políticos con sus principios y visión de país, con aproximaciones sobre la manera de ver el camino para buscar un futuro diferente, todo enmarcado en prácticas democráticas.
El partido político con más base social era el demócrata cristiano, PDC. Muchos intelectuales y capas medias eran parte del Movimiento Nacional Revolucionario, MNR (socialdemócratas). Y la izquierda partidista se enrolaba en la Unión Democrática Nacionalista, UDN.
En 1972, estos partidos conformaron la coalición político electoral conocida como Unión Nacional Opositora (UNO), que impulsó la fórmula presidencial integrada por Napoleón Duarte y Guillermo Ungo, que enarbolaron un programa de cambios democráticos y económicos que despertaron esperanzas populares. La fórmula presidencial de la UNO participó, ganó y fue despojada de la victoria por un fraude electoral.
Unos militares quisieron reivindicar esa victoria democrática, intentaron un golpe de estado y fracasaron, Duarte fue asilado en Venezuela, pero el pueblo siguió su vida y su lucha.
En 1976, aquellos mismos partidos y un movimiento integrado por profesionales y militares en retino (Movimiento de Unidad Nacional, MUN), se unieron bajo la bandera de la UNO Ampliada y llevaron al coronel Ernesto Claramount Roseville y Antonio Morales Ehrlich como candidatos a la presidencia. Fue aquella una campaña que levantó mucha esperanza, quizá con la creencia de que siendo un militar el candidato a la presidencia, los militares respetarían el resultado.
La campaña fue ilusionante. El Coronel Claramount, conocedor de los anteriores fraudes electorales, terminaba sus discursos, a lo largo y ancho del país, con la frase: “Si nos hacen fraude, ¡Nos damos en la madre!”.
El fraude fue más brutal. Antes del día de las elecciones, capturaron a miembros de organismos electorales, se robaron urnas en lugares del interior del país. En la capital y ciudades aledañas se permitió votar, pero a la hora de dar el resultado, el Consejo Central de Elecciones distorsionó los datos, falsificándolos y concretando un nuevo fraude.
La UNO Ampliada llamó a manifestarse, a concentrarse en la plaza, denunció con evidencias el fraude. La gente, de forma masiva desfiló desde la Plaza Libertad hasta el Parque Centenario y, el día siguiente, de nuevo se concentró en la Plaza Libertad y crecía la afluencia día y noche, el radio se ampliaba, trabajadores hacían huelga, en el campo los caminos eran tomados por simpatizantes de la UNO y la Plaza Libertad se convirtió en tribuna del pueblo para expresar indignación y exigir respeto a los resultados; las mujeres, con Gloria de Claramunt a la cabeza, marcharon hasta el Consejo Central de Elecciones, se paró el transporte público, se pasaban por parlantes las grabaciones con las instrucciones para cometer el fraude, organizado y transmitido desde la central de telecomunicaciones ANTEL.
Vino entonces el golpe la madrugada del 28 de febrero, los que estábamos allí fuimos cercados por fuerzas militares, dieron cinco minutos para desalojar la plaza, la gente se aglomeró. El coronel Claramunt tomó la palabra, pidió que cantáramos el himno nacional y fue un momento especial que unificó los ánimos; luego pidió que mujeres y niños entráramos a la iglesia El Rosario.
Entonces, comenzó el ataque con armas de fuego. La masacre había comenzado y una gran cantidad de personas se abrieron paso hacia el Parque Zurita y a la terminal de oriente, perseguidos y atacados constantemente por todos los cuerpos policiales y militares.
Los que logramos entrar a la iglesia sufrimos aplastamiento y fuimos afectados por gases lacrimógenos, lanzados a través de los vitrales.
La dirección de la UNO y la Cruz Roja acordaron sacar por grupos a los alojados en la iglesia.
Se anunció estado de sitio y la reacción en la calle de quienes no estaban en la plaza fue de indignación, formas de protesta diversa, incluso, intentos fallidos de quemar las instalaciones de La Prensa Gráfica, y por diferentes lugares había perseguidos y reprimidos en las calles.
Ignoro cifras y nadie pudo dar cuenta de muertes y heridos, se estableció la ley de garantía y defensa del orden público para continuar, legalizar y justificar la represión.
El 28 fue un punto de inflexión que hizo comprender a sectores populares que la burguesía, oligarquía y militares no respetaban las reglas de la democracia y, de alguna manera, legitimaron entonces la vía armada como forma de lucha popular. Los Acuerdos de Paz reconocieron las prácticas fraudulentas como una de las causas del conflicto armado, y por eso reformaron el sistema electoral, que cohonestaba el fraude en las elecciones.
Quienes vivimos aquellas jornadas, no deseamos que aquellas se repitan y que otros vuelvan a sufrir aquellos atropellos.