Sergio Rodríguez Gelfenstein
Mientras el soldado Ryan preparaba con bombos y platillos su show en Normandía, en el frente oriental, con total discreción, el alto mando soviético comenzaba a preparar la operación que a la postre resultaría decisiva para el desenlace de la segunda guerra mundial.
El 22 de abril de 1944 se realizó en Moscú una reunión para organizar la campaña de verano-otoño. Aunque en las batallas de Stalingrado y el Arco de Kursk, llevadas a cabo el año anterior, el potencial bélico germano había sido duramente golpeado y su moral y espíritu de combate había caído abruptamente, aún conservaba un fuerte dispositivo que podía ser empleado para establecer una férrea defensa que impidiera su total expulsión del territorio soviético. El mando alemán quedó de alguna manera desarticulado y sin capacidad de respuesta a los movimientos estratégico-operativos que planteaba el Ejército Rojo.
Ahora, el Gran Cuartel General (GCG) presidido por Iósif V. Stalin se proponía expulsar a los alemanes de Bielorrusia, liberando esa occidental república soviética. En esa reunión, Stalin le informó a los participantes que en junio los aliados se disponían “por fin a desembarcar grandes fuerzas en Francia”.
Stalin opinaba que la obligación de los alemanes de combatir en dos frentes simultáneamente, agravaría su situación, dudando que tuvieran capacidades para hacerlo. Así mismo, pensaba que la derrota de la agrupación alemana en Bielorrusia conduciría a un desplome estratégico de su defensa. A continuación, dio instrucciones para elaborar de inmediato el plan.
Dos días después, los generales Alexéi I. Antonov, adjunto militar a Stalin y Georgi K. Zhúkov, jefe del 1er. Frente Bielorruso, le presentaron a Stalin el plan de operaciones que fue aprobado, a partir de lo cual se comenzaría a conocer con el nombre cifrado de Operación Bagratión. Desde ese momento arrancó la preparación de los estados mayores, las tropas y la logística a fin de empezar las operaciones a mediados de junio. El día 22 de ese mes en el año 1944, exactamente al cumplirse el tercer aniversario de la invasión nazi a la Unión Soviética, dio inicio la Operación Bagratión.
En el contexto, el ejército alemán ya había sido expulsado de Ucrania. Para liberar definitivamente la Unión Soviética solo faltaba derrotarlo en Bielorrusia y en Crimea lo que habría de producirse a finales de mayo. En Bielorrusia operaba un gran ejército guerrillero de más de 370 mil combatientes bien armados y dirigidos por el partido comunista de Bielorrusia y su secretario general P.K. Ponomarenko quien a su vez, era el jefe del Estado mayor central del ejército guerrillero de la Unión Soviética. Estas fuerzas irregulares ejecutaron una importante cantidad de acciones en la retaguardia de la agrupación nazi, propinándole gran cantidad de bajas en fuerzas y medios en las semanas previas al inicio de Bagratión.
Al hacer un diagnóstico de la situación del enemigo, el mando soviético había apreciado que en el invierno del año 1944 habían sido aniquiladas totalmente 30 divisiones y 6 brigadas, además de otras 142 divisiones habían sido neutralizadas en un porcentaje que iba del 50 al 67% de sus fuerzas y medios. Para solventar este déficit, el mando alemán debió trasladar 40 divisiones y una brigada desde el oeste. Era evidente que el desembarco aliado no le inquietaba mucho.
Aunque el ejército soviético desde la victoria de Stalingrado había hecho un grandioso esfuerzo para propinarle derrotas al enemigo al tiempo que recuperaba enormes territorios del país que habían sido ocupados por los nazis, el potencial militar de Alemania todavía era enorme. En julio de 1944, la industria bélica alemana estaba en plena producción. En los primeros seis meses del año fabricó 17 mil aviones y 9 mil tanques y aún poseía 324 divisiones y 5 brigadas, además de 49 divisiones y 18 brigadas de los países satélites.
Estas últimas provenían de España, Francia, Italia, Rumania, Hungría, Finlandia Checoslovaquia, Croacia, Austria, Albania, Holanda, Suiza, Bélgica, Dinamarca. Polonia, Luxemburgo, Noruega y Suecia (sumando alrededor de un millón de soldados), además de traidores fascistas de Lituania, Estonia, Letonia, Georgia, Turkmenistán y Ucrania que agregaban 650 mil combatientes más, es decir de toda Europa. Todos querían tomarse la foto en Moscú. Más de 4 millones de soldados y oficiales de esos países quedaron prisioneros al final la guerra. De manera que lo que está ocurriendo hoy en Ucrania no es nuevo para Rusia y su pueblo. El pueblo ruso ya tiene experiencia defendiendo su soberanía en una guerra contra toda Europa. Sólo Grecia y Serbia no enviaron soldados a combatir en su contra.
Con todo, y a pesar de la enorme destrucción del país a través de la invasión militar, la Unión Soviética había logrado conseguir la superioridad en soldados, aviones, artillería y tanques. Hoy cuando se ha pretendido destruir el potencial de Rusia, no a través de la invasión sino a través de las sanciones, Moscú estudia y proyecta su experiencia que hizo que su arrasada economía se recuperara en tiempo récord y en proporciones superlativas. Solo en el primer semestre de 1944 la Unión Soviética produjo 16 mil aviones, 14 mil tanques y 90 millones de proyectiles para la artillería, la aviación y las tropas ingenieras. Hoy, 80 años después, toda Europa no es capaz de producir eso ni siquiera en diez años.
A mediados de mayo, todo quedó listo. El día 20, Stalin convocó a todos los jefes de Frente al Gran Cuartel General en Moscú para plantearles las misiones que les correspondían en el plan general. El 31 de mayo, los jefes de Frente recibieron las directivas del GCG respecto de la misión que hasta ese momento se mantenía en secreto (solo tenían conocimiento una pequeña cantidad de generales que habían participado en su elaboración). De esa manera, dio inicio a la preparación práctica de las tropas para la ofensiva. Según Zhúkov el éxito dependería de “aprestar con suma minuciosidad a las tropas” encargadas de llevar a efecto la Operación Bagratión.
La preparación de la logística para una batalla de estas dimensiones era colosal, se trataba de trasladar a la zona de operaciones 400 mil toneladas de municiones, 300 mil de combustibles y lubricantes y 500 mil de víveres, y hacerlo con la mayor discreción posible a fin de evitar que se filtraran los preparativos de la misma.
Otro elemento fundamental fue la sorpresa y la desinformación. Hasta el último momento, el Alto Mando alemán supuso que el golpe principal vendría desde Ucrania, toda vez que Bielorrusia estaba plagada de ríos, riachuelos y zonas pantanosas que hacían difícil la maniobra con los tanques, blindados y transportes de tropas.
Durante los primeros días de junio, los generales del Alto Mando soviético hicieron una supervisión exhaustiva del plan, revisando cada detalle hasta en lo más ínfimo. Se descubrieron algunas fallas sobre todo en el aseguramiento logístico que no estaba al 100%. Así mismo, se apreció que la aviación disponible sería insuficiente. Se le informó a Stalin quien de inmediato dio órdenes para solventar los problemas detectados. Gran alegría causó entre los soldados, conocer que el día 6, se había producido el desembarco aliado en Normandía, lo cual debilitaría aún más a los alemanes.
El día 23 de junio, cuatro frentes (el 1° del Báltico y el 1°, 2do. y 3ero. de Bielorrusia) iniciaron la ofensiva. Simultáneamente, en la retaguardia del enemigo, los destacamentos guerrilleros comenzaron a realizar operaciones activas contra las agrupaciones de tropas de los invasores. En general, salvo en una dirección, las acciones se desarrollaron de acuerdo al plan. Los contratiempos fueron rápidamente solventados y la ofensiva continuó de manera incesante en todo el frente. El 3 de julio las tropas blindadas irrumpieron en Minsk, capital de Bielorrusia, liberándola ese mismo día en la noche.
El 4 de julio el GCG ordenó continuar la ofensiva hasta aniquilar las tropas alemanas que se retiraban desordenadamente. El 8 de julio se contabilizaron 57 mil soldados enemigos capturados, entre ellos 12 generales. Ese día, Stalin llamó a Moscú a Antonov y a Zhúkov. Al mediodía se reunieron y de una vez comenzaron a debatir acerca de lo que vendría a continuación, sin perder de vista que los aliados avanzaban desde el oeste. Aunque conocedor del potencial de las fuerzas armadas soviéticas y sin dudar de que por sí mismas podrían derrotar a los nazis, Stalin valoraba altamente la apertura del frente occidental porque apreciaba que ello aceleraría el fin de la guerra y disminuiría las pérdidas humanas en la Unión Soviética y en toda Europa.
La Operación Bagratión había concluido exitosamente. Ahora, la ruta debía conducir a Varsovia y después a Berlín. Pero, siendo evidente que la derrota militar definitiva de Alemania era cosa de semanas o meses, en esa reunión del 8 de julio quedó claro que se había creado un nuevo escenario.
El Comisario del Pueblo para asuntos exteriores Viacheslav Molotov apuntó que ante la derrota nazi en Bielorrusia y la avasallante ofensiva de las tropas soviéticas, era probable que Hitler buscara un acuerdo separado con Estados Unidos e Inglaterra en contra de la Unión Soviética. Stalin no estuvo de acuerdo. Pensaba que Churchill y Roosevelt no harían un trato con Hitler, sino que buscarían asegurar sus intereses políticos en Alemania, para lo cual propiciarían la formación de un “gobierno dócil” en Berlín. La historia le dio la razón. Hoy, 80 años después, lo hemos podido comprobar…pero esa es otra historia.