A bordo del Arctic Sunrise, Sudáfrica / AFP
Susan Njanji
Vestidos con chubasqueros demasiado holgados, los marineros del Artic Sunrise parecen frágiles mientras son zarandeados por el oleaje del Atlántico Sur. Buceadores, biólogos o militantes, todos se encuentran en el frente de combate para salvar a los océanos.
En esta primavera austral, la tripulación del barco de Greenpeace navega a 1.000 km al noroeste de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Más precisamente sobre el monte Vema, un pico submarino a 26 metros de la superficie descubierto en 1959 por un barco del mismo nombre que transitaba la zona.
¿Su misión? Documentar los daños causados por la pesca industrial, la contaminación y el cambio climático a la fauna y la flora particularmente ricas de esta montaña que se eleva 4.600 metros desde los abismos del océano, casi la misma altura del Mont Blanc, el punto más alto de Europa.
La suerte de un crustáceo muy apreciado por los amantes de la gastronomía resume por sí solo la importancia de la batalla que se libra en medio del Atlántico.
Otrora abundante alrededor del monte Vema, la langosta ya estuvo a punto de desaparecer dos veces en cincuenta años, víctima de los pesqueros industriales que rastrillaron y contaminaron los fondos marinos.
En el puente de Arctic Sunrise, un puñado de buceadores equipados con cámaras se prepara para sondear los contornos de la montaña en busca de estos crustáceos.
Suena la sirena de niebla y los buceadores se lanzan al mar uno detrás del otro.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, sus siluetas de neopreno reaparecen a unos cables (unidad de medición marina equivalente a 200 metros) del Arctic Sunrise. La amplia sonrisa que exhiben todos al ser subidos al puente no deja dudas. La salida ha sido un éxito.
– «Dejar a la naturaleza tranquila» –
«Había muchos peces alrededor nuestro. Era absolutamente hermoso de ver. ¡Magnífico!», dice uno de ellos, el holandés Jansson Sanders.
Entre otros tesoros, el equipo observó langostas, una señala de que lentamente la especie regresa.
«Hay tanta vida allá abajo», se entusiasma el biólogo también holandés Thilo Maack, que lidera la expedición de Greenpeace, mientras se libera de los tubos de oxígeno. «Hay langostas espinosas, también muchas algas, esponjas y peces de todo tipo».
«Es el perfecto ejemplo de lo que pasa cuando se deja tranquila a la naturaleza durante un cierto tiempo. Incluso agotada por la pesca excesiva, siempre se reconstituye», agrega.
Alertada por los estragos de la pesca industrial descontrolada, una comisión intergubernamental, la Organización de la Pesca del Atlántico Suroriental (SEAFO), prohibió en 2007 toda actividad pesquera en la zona del monte Vema.
En poco más de diez años los resultados son espectaculares. Pero este tipo de embargo radical constituye una excepción.
Fuera de las aguas territoriales controladas por los países con costas, sólo una ínfima parte de los mares del globo gozan de una protección jurídica, por otra parte a menudo muy teórica.
«Las estadísticas son chocantes: actualmente sólo 1% de los mares abiertos está protegido. Si pensamos que la mitad del planeta está cubierta por océanos, es totalmente insignificante. Se impone un cambio de paradigma», dice Bukelwa Nzimande, una militante de Greenpeace África.
– Indispensables –
Los defensores del medio ambiente presionan para que la protección se amplíe. Greenpeace milita para la adopción de un tratado que proteja a un tercio de la superficie de los océanos de la pesca industrial para 2030.
La ONU lanzó un proyecto de texto para proteger los océanos destinado a reemplazar y sobre todo completar la legislación actual en ese terreno, que data de… 1706.
Los océanos son uno de los temas de Conferencia sobre el Clima de la ONU (COP25) que comenzó el lunes y tendrá lugar hasta el 13 de diciembre en Madrid.
Para muchos expertos, no queda mucho tiempo para actuar. «El funcionamiento de nuestra Tierra esta conectado por completo, por lo que un cambio en un lugar afecta tarde o temprano a otros lugares», subraya el climatólogo Francois Engelbrecht, de la universidad de Witwatersrand en Johannesburgo.
«Los esfuerzos para proteger a los océanos y atenuar los efectos del cambio climático requieren una cooperación internacional total», agrega.
Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los océanos absorben un cuarto de las emisiones de origen humano de CO2 y 90% del calor generado por esos gases de efecto invernadero. Favorece así la supervivencia de muchas especies. ¿Pero por cuánto tiempo?
«Nuestra vida depende de la salud de los océanos, pero estos están amenazados por una crisis histórica, consecuencia del calentamiento climático, la pesca excesiva y la contaminación por los plásticos», se alarma Thilo Maack.
«Para actuar, es necesario que el 30% de los océanos sea zona marina protegida, a más tardar para en 2030», insiste.
– Torre de Babel –
La ONU estima que 640.000 toneladas de material de pesca, principalmente plástico, son abandonados anualmente en los mares. A pesar de la estricta prohibición que lo protege, el monte Vema no está exento.
Durante una de sus primeras expediciones, los buceadores del Arctic Sunrise subieron a la superficie una jaula de langostas y uno de los drones submarinos que recorrieron las profundidades descubrió varias redes abandonadas, «material fantasma», como lo califica la tripulación del barco de Greenpeace.
Las cámaras de estos artefactos se han convertido en un complemento indispensable para el ojo humano, cuando las oleas o la corriente impiden zambullirse a los buceadores.
Teleguíados desde un contenedor azul ubicado en el puente del barco, inspeccionan en directo el fondo del mar para los científicos de la misión.
Estos expertos venidos de los todos los rincones del planeta dan al barco, construido en Noruega, un aire de Torre de Babel flotante.
Sea cual sea su origen, están todos unidos con el mismo compromiso de proteger al medio ambiente.
«Incluso si mi empleador me dice hoy que no tiene más dinero para pagar mi salario, seguiría haciendo lo que hago», dice el marinero Barry Joubert, de 39 años, que renunció hace cinco años a su empleo en una reserva sudafricana para recorrer los mares bajo el pabellón de la oenegé.
– «Testigo de primera mano» –
El capitán del barco también mantiene en alto sus convicciones ecologistas, en su caso por su hijo de 7 años.
«Estoy lejos de él durante largos periodos pero lo hago por su futuro», asegura Mike Fincken, de 55 años. «Soy testigo de primera mano de los daños acusados a los océanos, las cosas terribles que los impactan».
«Lo que me motiva es ofrecerle una verdadera oportunidad de tener un planeta que siga siendo un lugar bello donde puede crecer y prospera» continúa este sudafricano.
Madre de una pequeña de apenas 18 meses, su segunda Tuleka Zuma, de 31 años, confiesa que sufre lejos de su familia. Pero se reconforta diciendo que su misión sirve para construir una conciencia «verde».
«La gente piensa que aquí estamos muy lejos. Pero todo lo que se arroja a la tierra termina por llegar al océano. Por ello somos todos, nosotros también, el problema», explica la joven sudafricana.
«Todo lo que hago aquí tiene un objetivo», afirma de su lado otra mujer a bordo, Sabine Steiner, de 51 años, una mecánica alemana que trabajó mucho tiempo en cruceros. «Protegemos el medio ambiente, informamos y cumplimos un trabajo científico».
Una de los benjamines de la tripulación, Céline Desvachez, parecer tener una fe aún más profunda. A los 27 años, esta belga afirma no haber hallado «ninguna forma más útil de vivir» su vida que a bordo de un barco encargado de defender a los océanos.
Hasta su regreso a Ciudad del Cabo, la tripulación del Arctic Sunrise continuará recogiendo con paciencia los datos científicos que construirán el dosier de la protección de los océanos en la próxima conferencia de la ONU en 2020.
«Si unimos nuestras voces, estas negociaciones pueden dar resultado. Vamos a trabajar para ello», concluye Thilo Maack.