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A cien años de la Reforma de Córdoba (2)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

En esos años en que estalla la Reforma Universitaria más importante del último siglo y medio, Europa estaba reducida a ruinas por las bombas e invasiones de la Primera Guerra Mundial, y esa cruenta repartición mundial de los mercados no parecía llegar a las élites burocráticas de las universidades latinoamericanas (no obstante estar bien enteradas) que seguían encerradas en sus muros -ventanas y puertas cerradas- lo cual les impidió tomar una posición académica de denuncia y ser la conciencia crítica contra ese acto bélico sin precedentes ni justificación social. Incluso la revolución roja liderada por Lenin (e inspirada en Marx) no era tema de debate teórico-político -al menos en Sur América- y solo los estudiantes (y algunos intelectuales progresistas) exigían que la universidad se contaminara de sociedad y de lucha de clases; se ensuciara las manos de pobreza; se volviera tan mundana como el conocimiento científico que parte de la premisa de que solo la verdad es revolucionaria y, por tanto, solo ella es agente de cambio social. No es coincidencia que en la Universidad de El Salvador, muy lejos de Córdoba, en 1918 se fundó el periódico universitario “Opinión Estudiantil”, como un medio de comunicación crítico de los alumnos respecto de la actuación del Gobierno, lo cual fue una posición de avanzada que es poco reivindicada cuando se analiza la Reforma de Córdoba más allá de Córdoba.

Pero esa Reforma, como extensión orgánica de la rebeldía estudiantil universitaria que tenía su símil –sin saberlo aquellos ni estos- en la rebeldía militante y marxista de los universitarios salvadoreños, trazó el diseño de la nueva universidad pública como comunidad académica rigurosa, irreverente y pedestre, cuyo santo grial del desarrollo científico fuera el conocimiento en movimiento perpetuo, la investigación como criterio de autoridad y el reformismo como doctrina pedagógica. Una de las apuestas más audaces de los reformistas fue, sin duda, la instauración del “cogobierno universitario”, o sea, la presencia activa y pensante de los estudiantes y los maestros en los organismos universitarios para que las decisiones reflejaran el sentir y actuar de los protagonistas de la educación superior. Puede afirmarse que entre los acontecimientos de 1918 hasta principios de 1930 el modelo de la “universidad reformista” (bajo el manto de la democracia liberal) imperaba en todas las universidades argentinas a partir de modificaciones concretas a la lógica institucional y a la democratización de sus gobiernos internos debemos sumar la institucionalización de los gremios estudiantiles, entre ellos, la Federación Universitaria Argentina (FUA). Como dato histórico interesante –y de orgullo nacional- tres años antes (1927) se había fundado la Asociación General de Estudiantes Universitarios –AGEUS- por lo que el viaje fue, en este rubro, de San Salvador a Córdoba.

El punto crítico de la propuesta era –y sigue siendo- cómo garantizar equidad, sabiduría y pulcritud en la participación democrática en una sociedad que no lo era. Desde un principio se planteó –tomando como criterio el nivel académico de los beneficiarios- que la politiquería jamás tendría cabida en los campus y que la elección del rector y decanos sería democrática, con conocimiento de causa y basada en el historial académico de las personas, no en discursos que pecan de populistas y demagógicos. La realidad demostró -y sigue demostrando- todo lo contrario en muchas universidades de la región, pues la politiquería ha entrado en ellas para quedarse como su Celestina Administrativa y, en lugar de que la universidad incida en la democracia electoral de afuera, ha copiado sus vicios y recursos de manipulación ideológica para titularlos con cum honorífico. No obstante lo anterior, la Reforma Universitaria –en el espíritu de Córdoba- sigue siendo un catalizador del estado de ánimo de las juventudes latinoamericanas.

En ese marco del entusiasmo universitario muchos escritores suramericanos jugaron un papel de primer orden (José Enrique Rodó –autor de Ariel- por citar uno) en la efervescencia de las juventudes de cara a que la literatura fuera una formadora de conciencia y memoria histórica. Ante la amenaza kafkiana de destrucción masiva del poder norteamericano (situación vivida en carne propia en la Centro América de Martí y Sandino), América Latina debía hacer realidad el sueño unificador de Bolívar usando, en este caso, la ciencia y la cultura como cemento en función de que lo americano fuese lo universal. Esa era, en el pensar de los reformistas, la estrategia de sobrevivencia de Latinoamérica.

Sur América y Centro América comprometidas, con la coartada de la Reforma, con hacer de la universidad una protagonista de la historia, llegarían a esa conclusión por caminos diferentes. Rodó retoma el espíritu de la cita de José Martí: “Trincheras de ideas, pueden más que trincheras de piedras”, mientras que en El Salvador uno de los fundadores de AGEUS (Farabundo Martí, inmortalizado por un glorioso frente guerrillero, aunque no por los estudiantes organizados de estos días) planteó que “cuando la historia no se puede escribir con una pluma, entonces debe escribirse con un fusil”. El compromiso intelectual y político (local e internacional) de pensadores de prestigio explican la rigurosidad conceptual de los documentos redactados por el Movimiento de Córdoba y que conquistaron el vasto territorio de la conciencia.

A cien años de la Reforma de Córdoba, en El Salvador como en el resto de América Latina, debemos recuperar la formación profesional y la dignidad que esta esbozaba fomentando la lectura crítica, fascinante, transformadora y cotidiana que tenga como audiencias privilegiadas a los maestros y estudiantes para hacer corvos con los estorbos de la historia. Ese es un compromiso inexorable que, desde hace meses, ha asumido el rector de la Universidad de El Salvador y la Escuela de Ciencias Sociales.

Y es que más que la apatía social y académica; más que el utilitarismo de los títulos debe definirnos el compromiso social con los pobres de Latinoamérica cuya dieta básica es el populismo electorero y sus promesas celestiales. A cien años de la Reforma de Córdoba la universidad pública sigue perdiendo, además de apoyo presupuestario, el esencial derecho a ser la conciencia crítica de la sociedad y de luchar por construir otra América Latina cuya línea ecuatorial esté en la frontera con Estados Unidos socavando su patético muro. El talento, la pasión, la rebeldía, la conciencia, la memoria y la dignidad de ser pueblo y ser historia viva se pierden o cosifican cuando las personas y las instituciones tienen como único fin –que justifica los medios- la relación neoliberal “costo-beneficio”, lo cual convierte al humanismo en una mercancía.

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