Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Este es el título de uno de los poemas del Rey Nezahualcóyotl, donde el autor se cuestiona por la –acaso eterna- interrogante humana: ¿a dónde iremos después de la muerte? Una pregunta que sólo –quizás- contestaremos con certeza, cuando nuestra alma se encuentre al otro lado de estos espejos. Si la muerte nos conmueve profundamente, aún más, cuando se trata de niños y jóvenes.
Todos los que ya peinamos canas, evocamos esas escenas impactantes de la guerra: los cuerpos de niños y muchachos, sin distinción, fatalmente ensangrentados, en la flor de sus días; o en la actualidad, cuando las víctimas continúan siendo los que apenas comienzan su caminar entre nosotros.
Por ello, y por esa vitalidad y don de gente, que siempre percibimos en el escritor y periodista Tomás Andréu, es que su reciente e inesperado retorno a la Casa de la Luz, nos impresionó tanto.
Conocí a Tomás como un joven de extraordinario talento y acuciosidad periodística; dotado de una sensibilidad poética, de tono existencial, que revelaba una intensa vida interior. Lo recuerdo dulce, juvenil y animoso. Y lamento que su tiempo fuera tan breve en esta tierra. Pero como escribió Wilde, sobre el destino humano: “los dioses son extraños…”. Sea su ejemplo, un ejemplo de fe en la vida, y de amor hacia la verdad y la poesía.
Decía el rey poeta: “¿A dónde iremos /donde la muerte no exista?/Mas, ¿por esto viviré llorando?/Que tu corazón se enderece:/aquí nadie vivirá para siempre. /Aún los príncipes a morir vinieron, /los bultos funerarios se queman. /Que tu corazón se enderece:/aquí nadie vivirá para siempre”.
Nadie vive, físicamente, para siempre. Estamos hechos para la transición. Tomás lo sabía también, por ello nos lo dejó testimoniado en uno de sus más sentidos poemas: “somos efímeros:/un relámpago en medio de la noche/sería más longevo que toda nuestra existencia/y el fulgor de una hebra de tabaco, /ardería más que todos nuestros sueños. /somos decadentes:/un perro putrefacto bajo el sol del mediodía/sería un surtidor benevolente de retribución a natura/y sería algo nuevo bajo el sol/más que todo el fruto de nuestras manos. /somos pequeños:/una ola del azul y profundo mar/sería más esbelta que nuestras ideas/y en la solaz orilla de la playa,/un nombre sobre la arena llegaría/lento al olvido, después del nuestro./somos desolación:/el yermo Sahara en su vasta soledad/sería más fértil que nuestro enjambre de esperma/y la infinita arena que el sol hace relampaguear/perviviría más que toda nuestra descendencia./somos efímeros,/somos decadentes,/somos pequeños,/somos desolación./somos el poema que nadie acaba”. (Poema: “Somos efímeros”).
Tomás Andreu nació en San Salvador, en 1980. Estudió Letras y periodismo en la UES. Colaboró en distintos periódicos nacionales: Suplemento Cultural Tres Mil del periódico Co Latino y Diario de Hoy; y en medios digitales como Raíces, El Faro y Contrapunto. Fundador de Contracultura. Asimismo contribuyó en la televisora TVX. Fue miembro de Fundación Metáfora. Deja dos poemarios inéditos: “De ningún lado hacia ninguna parte” (2000) y “Los frutos ingrávidos” (2005).