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¿A dónde van los muertos?

Carlos Girón S.

El tema o problema de la muerte, viagra sale a casi nadie le agrada abordarlo, help ni en broma ni en serio. Todos tratamos de ignorarlo, sales nos hacernos los desentendidos como si no fuera algo que nos concierne a nosotros, sino a los demás. O que nunca tendremos que enfrentarnos a ella.

Se requiere una mentalidad amplia y serena para detenerse un momento y reflexionar sobre este asunto, que es de vida o muerte.

Para airearnos un poco los pulmones y alivianar la mente de las abrumadoras y a menudo vergonzosas prácticas y costumbres de nuestros políticos y funcionarios, y una que otra vez de ciudadanos particulares, que también hacen de las suyas –como el no cumplir religiosamente con sus obligaciones fiscales–, considero que sirve de catarsis abordar este tema fúnebre que viene al caso cuando recién los salvadoreños, y ciudadanos de países vecinos donde el día 2 de noviembre de cada año se hace memoria de los seres que ya han partido hacia “el otro mundo”, “al más allá”, a quienes –sin razón– se tiene la certeza de que jamás volveremos a ver.

Desde la antigüedad, el asunto de la muerte ha sido motivo de reflexión e indagación entre pensadores que, para empezar, se han resistido a creer o aceptar que en realidad todo termine para hombres y mujeres al momento de la muerte. Les resulta inaceptable pensar que todo el aprendizaje, las experiencias, los sufrimientos y alegrías, las buenas acciones y las no buenas, las riquezas acumuladas,  queden así al desgaire, desperdiciadas.

Las religiones por su lado predican que al morir, las almas de los seres van o bien al cielo, o al averno, de acuerdo con lo positivo o negativo del balance de sus ejecutorias en sus vidas. También se menciona un imaginario Purgatorio, donde aquellos no condenados del todo al infierno, deben pasar un tiempo purificándose de sus pecados menores. Dante nos describe en su Divina Comedia lo que les sucede a los fallecidos, según la misma regla de haberse portado limpiamente o con negrura.

Los místicos y filósofos de la antigüedad llegaron al convencimiento, por sus observaciones, reflexiones y meditaciones, que existe la ley de la Reencarnación, según la cual, los que ahora mueren, en un mañana volverán a vivir en este plano terrenal. ¿Para qué? Para varias cosas: una, para recibir bonificaciones y premios por la forma limpia y sana, humanitaria y compasiva, como vivieron en su encarnación anterior; si no, para recibir también la factura pendiente por daños y sufrimientos inferidos a otros en su vida anterior. Esto para que se cumpla otra ley divina: la del Karma o Ley de Compensación. Ambas leyes se interpretan como expresión del amor y la misericordia de Dios, que siempre da a Sus hijos la oportunidad de corregirse, aprender lecciones de sus yerros y pensamientos equivocados, y así  avanzar en el sendero de su evolución personal hasta alcanzar la perfección y llegar a Reintegrarse a su fuente de origen: Dios.

Pero, mientras tanto, ¿a dónde van?, ¿qué les sucede a los muertos? Todos sabemos de la dualidad que representa el ser humano: alma y cuerpo. Los místicos afirman que el alma humana (y la de los animales, que también tienen) es una emanación de la propia alma de Dios. El cuerpo, como se sabe, es producto de elementos provenientes de la tierra, como los minerales, los aminoácidos, etc. A la transición –que así la llaman ellos, los místicos—o sea, la muerte, los elementos terrenales regresan a su fuente de origen, la tierra, en tanto que el alma, la esencia etérea, igualmente retorna al plano espiritual, a reincorporarse a la esencia del Creador.

En el sepulcro, el cuerpo inerte va desintegrándose con ayuda de los gusanos, y las partículas compuestas de átomos se revuelven con el polvo, pero… cosa curiosa: los núcleos y electrones de tales átomos ya no son los mismos que fueron formándose con el crecimiento y desarrollo del bebé de los primeros momentos hasta su adultez. Durante todo ese lapso de tiempo fueron impregnándose de la consciencia vital que animó a las células, los órganos y aparatos del cuerpo. O sea que al final esos átomos y electrones han evolucionado. ¿Habría de suceder algo diferente con el alma? Los sabios sostienen que ésta no va a descansar, sino a llenarse de más sabiduría mientras permanece en el plano divino, preparándose para su retorno a reencarnar en un nuevo cuerpo, el del bebé al momento en que emerge del claustro materno e inhala el primer aliento: allí llega como huésped en el cuerpecito del recién nacido. Comienza un nuevo ciclo de evolución terrenal. Pero, ¿es que el alma no es perfecta? Sí, lo que sigue en desarrollo es lo que se llama personalidad, que unida al alma forma un “alma-personalidad”. A la transición, ésta se lleva al plano cósmico las experiencias y el aprendizaje logrados durante su permanencia en el plano terrenal. Allí lleva consigo las marcas y sellos que le ha impreso el ser humano de quien se trate. La lección que nos dan los sabios místicos es que, con la transición –pasar de un estado a otro, simplemente– no es que haya llegado a su fin definitivo la aventura del vivir del hombre en esta Tierra. El morir es sólo entrar en un sueño profundo del que al cabo de cierto tiempo se despertará a un nuevo y radiante amanecer de la Vida. Ir a las tumbas a enflorarlas en recuerdo de los seres que se han ido, es loable, es muestra de que siempre se les guarda amor y cariño; pero en los sepulcros sólo está un cuerpo en descomposición o quizá ya putrefacto. Mayor significado tal vez lo tenga elevar plegarias muy sentidas desde el fondo del corazón al alma de quienes se nos han adelantado en el camino que lleva a Dios…

Los muertos, pues, no van y se quedan por la eternidad en el “más allá”. Llevan boleto de regreso una y otra vez a la Tierra, tanto como sea necesario hasta alcanzar la perfección espiritual, como los grandes avatares, Jesús, Zoroastro, Mahoma y otros, quienes tampoco permanecen ociosos. Desde el Olimpo brindan Su ayuda s los seres humanos en sus aflicciones, dolores y pesares, y en general, a la Humanidad para que ésta evolucione..

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