Isaac Bigio*
Hace dos meses, el 23 de enero, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó decidió auto-juramentarse como “Presidente encargado”, de su país en una plaza pública siendo inmediatamente reconocido por Washington y luego por un poco más de un cuarto de los 193 miembros de las Naciones Unidas.
La crisis venezolana, ha desembocado en una fuerte tensión continental, en amenazas de invasión y en la división de la Unión de Naciones Sudamericanas.
Según Guaidó su presidencia interina se ha iniciado el 10 de enero, fecha en la cual se comenzó el ilegal segundo mandato de Nicolás Maduro. Desde entonces hasta hoy han pasado 10 semanas en las cuales él constantemente ha llamado a un levantamiento popular, un golpe militar e incluso a que EE.UU., Colombia, Brasil y el Grupo de Lima (compuesto por Canadá y por otras 13 naciones, incluyendo todas las otras más pobladas de Sudamérica), puedan intervenir o invadir su propia República a fin de derrocar al chavismo y llevarlo al poder.
En la madrugada del 21 de marzo, Maduro, allanó la vivienda de Roberto Marrero, el brazo derecho de Juan Guaidó, cuyo paradero aún es desconocido pero quien ha sido denunciado como “terrorista” y como uno de las primeras personas que su gobierno, ha decidido empezar a apresar por vincularlos a actos de sabotaje y asesinatos.
Todo indica que se trata de una prueba, para ver cómo se reacciona tanto interna como internacionalmente para preparar las condiciones de un eventual arresto de Guaidó, a quien Maduro tilda expresamente de “delincuente” y cuya fiscalía, viene investigando por instruir apoderarse de bienes estatales en el exterior y por estar supuestamente implicado en haber producido el mega-apagón, que dejó a oscuras a la mayor parte de Venezuela el 7 de marzo.
La mayoría de los países de la Unión Europea, de la OTAN y de Iberoamérica respaldan la presidencia de Guaidó y rechazan a la de Maduro. En esta nota queremos examinar cómo en casos anteriores, la actitud de esos mismos países ha sido tan diametralmente opuesta, y cómo sus actuales posiciones ante Venezuela, se basan esencialmente en decisiones inspiradas en una hostilidad ideológica, más que en un apego a principios tradicionales.
¿QUÉ PASARÍA SI ALGUIEN EN EE. UU. SE DECLARASE PRESIDENTE PARALELO?
Ron Paul, compitió en 2008 y 2012 para ser el presidenciable del partido republicano al que después ingresaría Donald Trump. Él es el vocero de la derecha libertaria y por ello un enemigo de todo lo que tenga que ver con socialismo.
De allí que su posición ante Venezuela sea tan importante, pues resulta que este compañero de partido de Trump, considera que la política que hoy lleva su propio gobierno ante dicho país es un “fiasco”.
A fines de enero e inicios de febrero cuando The Economist y Time, los principales semanarios políticos de Reino Unido y EE. UU. respectivamente, daban por inminente la victoria de Guaidó sobre Maduro, este republicano que estuvo 22 años en el congreso de EE. UU. sostenía que era un error que Trump, quisiera aparecer como el defensor de la constitución de Venezuela (cuando –según él- no lo es ni siquiera de la de su propio país) e imponer allí su propio presidente. Para él la tesis de cambiar regímenes por unos adictos a Washington, conducen a guerras y priva la libertad de empresa y comercio.
Mientras Trump, se enorgullece de haber sido el primer presidente del mundo en reconocer a Guaidó como “presidente de Venezuela”, para su camarada republicano Paul, esto es tan grave como pedir que otras potencias reconozcan a la presidenta demócrata de la casa de los representantes norteamericanos Nancy Pelosi, como la presidenta de EE. UU.
Según él durante dos décadas las obstrucciones de Washington a Caracas, han sido perjudiciales para ambos y se debería dejar que cada nación mantenga su propio camino para que así ambas puedan hacer mejores negocios entre ellas.
Paul le critica a Trump, de haber estado todo su primer bienio inmerso en acusaciones de haberse valido de la ayuda de Rusia para llegar al gobierno, y él en Venezuela, directamente interviene cada día para poder imponer su propio presidente. En los hechos quienes siempre amenazan y declaran contra el gobierno de Maduro, son los funcionarios de la Casa Blanca, mientras Guaidó se limita a repetir y obedecer.
Paul, denuncia como inconcebible que la política de EE. UU. hacia Venezuela sea liderada por Elliot Abrahams, a quien sindica de ser un criminal convicto y confeso que tiene en su haber varios crímenes de guerra.
Este experimentado político norteamericano da un punto interesante, y nos permite hacer una serie de reflexiones.
RECIENTES PRESIDENCIAS PARALELAS EN LAS AMÉRICAS
Este milenio arrancó con una seria crisis constitucional en EE. UU. a raíz que el candidato demócrata Al Gore, ganó por medio millón de votos las presidenciales del 2000, pero el Consejo de Electores (que es quien nomina al mandatario de la Casa Blanca) favoreció a George W Bush, lo cual generó semanas de incertidumbre y litigios judiciales.
Nuevamente en el 2016 la demócrata Hillary Clinton, ganó por casi 3 millones al republicano Donald Trump, quien, pese a ello y gracias al mismo mecanismo que favoreció a Bush, pudo llegar a la Casa Blanca y transformarse en el primer y único presidente del mundo que llegaba al poder tras perder por tan amplio margen ante su rival.
En ninguna de estas dos situaciones el partido demócrata, llamó a una sublevación militar o de masas para impedir que la oposición republicana llegue al poder o para remover los de la Casa Blanca. Y menos aún llamó a sus vecinos o a potencias foráneas a invadir EE. UU. para ayudarles a ocupar su carga ya que contaron con la mayoría electoral.
De haber hecho eso inmediatamente hubiesen sido procesados y condenados por incitar a la violencia y a la injerencia extranjera, e incluso por ser “traidores a la patria”, pena que en algunas circunstancias y Estados de dicha república se ha sancionado con la pena capital.
En el caso de Latinoamérica, podemos ver otros dos ejemplos. Uno fueron dos casos en el Perú y otro en México.
En Perú 2000, el presidente Alberto Fujimori, quien en 1992 había mandado los tanques para intervenir en los poderes judicial y legislativo, proclamó su segunda reelección por muy pocos votos en su favor. Esto hizo que la oposición adujeron fraude y tomara las calles, y mediante una serie de protestas y sin intervención o amenazas de tropas extranjeras, Fujimori decidió auto-exiliarse al Japón de sus padres y presentar su renuncia vía fax.
Luego en el 2016, se dieron nuevas elecciones presidenciales en las cuales Keiko Fujimori, la hija y exprimera dama de dicho dictador, quedó a dos décimas de puntos detrás de Pedro Pablo Kuczynski y durante varios días no quiso reconocer su derrota aduciendo fraude. Ella, en vez de querer movilizar a las masas como se lo hicieron contra su padre, prefirió sacar provecho de que controlaba la amplia mayoría absoluta del congreso para irlo minando y dar paso a dos interpelaciones, haciendo que la única obligue al mandatario a dimitir.
En México Andrés Manuel López Obrador, acaba de llegar a la presidencia en diciembre 2018, pero hace 12 años (en 2006), él denunció un fraude (pues oficialmente solo obtuvo el 35.1% quedando 0.7 % debajo del triunfador Calderón (del PAN, derecha) y diariamente sacaba a sus partidarios a las calles y a la principal plaza capitalina a protestar. Si bien, él se proclamó como presidente paralelo con su propio gabinete no pidió un golpe militar o una invasión para que le lleven al poder. Su acción fue pacífica y más que todo una forma de presionar y obligar al nuevo gobierno oficial, a adoptar algunas de sus políticas. Su perseverancia y el desgaste de sus adversarios le permitió llegar al poder en el 2018, con mucho más votos y ventaja y contando con la mayoría parlamentaria absoluta.
En todos estos casos nadie pidió un cuartelazo, ni la invasión de EE. UU. o de sus vecinos y no hubo mayor derramamiento de sangre.
El único caso en que se ha dado una presidencia paralela en las Américas en las últimas décadas fue en Perú, cuando durante la “guerra popular” organizada por el PCP-Sendero Luminoso su jefe se auto-proclamó como “Presidente Gonzalo” de la nueva “República Popular”.
A diferencia de las anteriores experiencias, ésta se dio en medio de una tremenda violencia que terminó produciendo unos 70,000 muertos y “Gonzalo” permanece en cadena perpetua desde 1992 hasta hoy.