Emilio Marín
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El horror de los bombardeos y ataques de Israel en Gaza lo han aislado como nunca antes en el mundo. Uno de los datos que lo certifican es que la ONU abrió una investigación en su contra por «crímenes de guerra».
El prestigio internacional de Israel era casi igual a cero antes de los ataques e invasión a la Franja de Gaza denominada eufemísticamente «Borde Protector». Es la tercera de la serie de los últimos cinco años: una en 2008-2009, ambulance seek que provocó 1.400 muertos palestinos; y otra en 2012 que causó «sólo» 180 muertos de esa nacionalidad. En una y otra tanda agresiva la mayor parte de las víctimas fueron civiles.
El nombre de fantasía de esas campañas de exterminio es engañoso, como el actual. La única vez que la etiqueta estuvo en consonancia fue hace cinco años, cuando se llamó «Plomo Fundido».
La actual va camino a disputar el podio de las más destructivas de las familias palestinas en la congestionada franja donde viven 1.8 millón de habitantes, bloqueados por Israel desde 2006, cuando el Movimiento de Resistencia Islámica, Hamas, ganó las elecciones del gobierno local y ubicó allí a su líder Ismail Aniyeh (su máximo referente, Jaled Meshal, vivió exiliado muchos años en Siria y actualmente está en Qatar).
Los israelitas han destruido 500 casas, atacado escuelas, mezquitas y hospitales, desde que empezaron los bombardeos contra Gaza, el 8 de julio. La labor destructiva se incrementó a partir del 17 de julio, cuando se concretó la invasión terrestre. Hasta ayer el conteo de víctimas era bien demostrativo de quién ataca a quién y con qué medios desproporcionados: 1.104 palestinos muertos y 35 israelitas; de éstos 32 militares y 3 civiles.
Las cifras, que ya habrán quedado desactualizadas, son elocuentes de la disparidad de bajas, pero también de su naturaleza: el 80 por ciento del casi millar de palestinos asesinados es civil; del lado sionista, de su treintena de bajas, los civiles son el 8,5 por ciento. De estos números se deriva una cuestión esencial. Los militares invasores cayeron en combate, martirizando a la gente, en suelo ajeno. Los palestinos fueron alcanzados por misiles en sus domicilios o refugiados en escuelas o mientras estaban siendo derivados en ambulancias o incluso en el hospital; y todo eso en su propia tierra.
No respetan ni a la ONU
Los crímenes ordenados por el gobierno de Benjamin Netanyahu y llevados a cabo por sus «Fuerzas de Defensa» vienen superando los récords de otras invasiones. No tanto en número, pues todavía les falta un poco para llegar a la marca de los 1.400 muertos de 2008-2009, pero sí en la variedad de los blancos civiles.
Han lanzado bombas sobre dos hospitales de la zona, contra la mezquita de Al Shamaa, que dicen tiene 700 años de antigüedad; sobre el barrio de Shujaiya, donde el domingo pasado fueron muertos más de 70 habitantes; sobre escuelas y otros lugares que aún en las guerras suelen respetarse por los contendientes.
Sucede que ésta no es una guerra, al menos una convencional. De un lado está el reputado como el cuarto o quinto ejército mejor armado del mundo, incluso con munición nuclear, y del otro hay un pueblo palestino que cuenta con algunas organizaciones que practican una resistencia guerrillera, como las Brigadas Ezzedine al Qassam (de Hamas) y la Yihad Islámica.
La parte agresora es claramente Israel. Y si alguien tenía alguna duda al respecto la habrá evacuado al anoticiarse que ese bando no ha respetado siquiera las instalaciones de las Naciones Unidas en la Franja. La última -última por ahora- fueron los disparos de tanques israelitas contra la escuela perteneciente a la ONU en Beit Hanun, donde murieron 17 personas y otras decenas resultaron heridas. Albergaba a 1.200 palestinos que habían huido de sus hogares considerando que en la escuela estarían más seguros.
El secretario general de la ONU, Ban Ki moon, de gira por los países de la región, calificó lo sucedido como un horror y dijo en un comunicado que estaba en estado de shock por lo sucedido. El diplomático surcoreano pidió a Israel tener cuidado con atacar esos sitios, porque «más de 100.000 habitantes de Gaza, el 5% de la población total, han buscado refugio en instalaciones de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (Unrwa)».
Evidentemente los militares israelitas no le llevan el apunte porque la escuela fue el cuarto establecimiento de la ONU atacado que comenzó la agresión a Gaza el 8 de julio.
Fuerte repudio mundial
Hasta ahora Netanyahu sólo mantiene el apoyo de Estados Unidos y unos pocos gobiernos europeos, que justifican la operación «Margen Protector» con la excusa de los cohetes que las organizaciones palestinas disparan contra Israel. Como quedó dicho, el saldo de los mismos fueron dos israelitas fallecidos y un trabajador de origen tailandés. El resto de las bajas son militares que perdieron la vida invadiendo Gaza.
De todos modos, aún con aquellas justificaciones, también esos gobiernos han comenzado a pedir moderación al premier sionista, en vista del repudio mundial en ascenso por la cantidad de muertos civiles en la Franja. O sea que los mismos aliados de Israel tratan de poner alguna distancia con el genocidio. Al secretario de Estado John Kerry, también de gira por la región -como Ban Ki moon evitó por supuesto ir a Gaza-, se le escapó delante de un micrófono que había quedado abierto: «vaya con la precisión milimétrica» de los ataques israelitas.
En medio de los repudios internacionales hay uno que merece subrayarse, por lo importante en el plano político, aunque por sí mismo no parará el derramamiento de sangre palestina. Y es que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU resolvió el 23 de julio en votación amplia pero dividida abrir una investigación sobre la actuación de Israel, considerando que en principio son «crímenes de guerra».
La reunión del Consejo fue en su sede de Ginebra, a instancias de la alta comisionada, Navi Pillay, una convencida de que esos ataques a la población civil constituyen esa clase de delitos. Se supo que 29 países votaron por la afirmativa, creando la comisión investigadora, y otros 17 se abstuvieron, con lo que en definitiva quedaron como una especie de reserva oportunista que Tel Aviv podría tratar de poner de su lado.
Por supuesto que esta investigación contra los crímenes del sionismo no restaura el raído prestigio de Naciones Unidas; nuevamente ha sido incapaz de tomar decisiones justas y prácticas en el momento oportuno. Por otro lado se realza el hecho de no haber habilitado a Palestina el ingreso formal y con todos sus derechos a la ONU, cuando pidió ser el miembro número 192 de la entidad. A Sudán del Sur le dieron esa banca. Palestina quedó como estado observador y en cambio Israel tiene todos los derechos: es una situación injusta que urge revertir.
¿Quién gana y quién pierde?
Tel Aviv viene perdiendo la partida en política a nivel mundial. Es que la opinión pública y muchos gobiernos advierten que además de cometer agresiones militares, sus gobernantes son muy mentirosos. Por caso, pese a los muchos testigos que dijeron haber visto a los tanques israelitas disparando contra la escuela de la ONU, aquellas autoridades le echaron la culpa a «los misiles de Hamas». Conducta criminal y, encima, falsificadores, que en Argentina fueron apoyados el 23/7 por la DAIA y Organización Sionista Argentina.
El aislamiento y repudio a ese gobierno se vio en el conflicto que generó con Brasil. Enojado por las críticas de la cancillería brasileña que llamó en consulta a su embajador (a propósito, ¿por qué Argentina no hizo lo mismo?), la cancillería israelí dijo que esas críticas favorecían «al terrorismo». Y el vocero, Igal Palmor, ofendió a Itamaraty al calificar a Brasil como un «enano diplomático», con lo que se empujó al gigante sudamericano más en dirección a los palestinos.
Expresiones de legisladores sionistas de que convendría matar a las mujeres palestinas para que no tengan más «hijos terroristas» evocan las anteriores declaraciones del canciller Avigdor Lieberman, referidas a que se podría arrojar una bomba atómica sobre Gaza (Israel cuenta con 200-300 de esas armas nunca inspeccionadas por la OIEA).
El embajador israelí en Estados Unidos, Ron Dermer, manifestó que «las Fuerzas de Defensa israelitas deberían recibir el Premio Nobel de la Paz, ya que luchan con una contención inimaginable» (AFP, 23/7).
Está bien que ese premio fue dado a Barack Obama, quien ha mantenido las guerras en Irak y Afganistán, y a agredido o ayudado a agredir a Cuba, Irán, Libia, Siria y Ucrania. Pero al afroamericano le dieron un premio cuando engañaba y prometía un cambio menos bélico. Suena a provocación que se proponga esa distinción para los que están cometiendo genocidio.
En el plano político-militar, que los invasores hayan tenido 32 muertos y un efectivo capturado por Hamas es un llamado de atención para Netanyahu. Gaza puede parecerse a la campaña en el Líbano, donde las tropas israelitas no pudieron derrotar a Hizbullah y terminaron retirándose. Cada semana que pase sin que la invasión logre una victoria completa será un fracaso de Israel. Habrá dejado mucha muerte y destrucción a su paso, con el dolor y odio consiguientes, y no habrá logrado su propósito de aplastar a Palestina.