ADL
Cursaba el séptimo grado en mi colegio querido, Instituto Cultural “Miguel de Cervantes”, donde mi padre había impartido clases, décadas atrás, y donde todos mis hermanos, se habían graduado, o estaban por graduarse, cuando me enfrenté a unas de las búsquedas más terribles que haya emprendido tras un libro.
El volumen, en cuestión, era el titulado “Páginas escogidas” de don Juan Ramón Uriarte (1875-1927), maestro y escritor salvadoreño, que recoge en él, una serie de artículos de carácter moral, dirigidos a la juventud.
La búsqueda del libro, obedecía a una tarea de nuestro recordado profesor de Idioma Nacional, ya fallecido, don Filiberto Antonio Trujillo Córdova, singular maestro, muy de su época, en los aspectos metodológicos y disciplinares. Exigente, muy exigente, frente a ese curso compuesto por unos treinta niños, bulliciosamente inquietos, que nos poníamos de pie, con su sola presencia a la entrada del salón.
Al inicio del año escolar, nuestro maestro nos encomendó proveernos de un cuaderno de quinientas mil páginas. Todos nos quedamos boquiabiertos ¿Dónde encontraríamos semejante objeto? Ingenuos le preguntábamos, casi contradiciéndole, que era imposible encontrar en librerías un cuaderno de semejantes páginas. A lo que don Filiberto, contestaba que no era imposible, ya que su madre, cuando él era niño se lo confeccionó, cociendo las páginas directamente.
No hay duda, nos hablaba con una hipérbole, que nosotros creíamos al pie de la letra. Su intención era decirnos, que íbamos a escribir mucho, y que nos preparáramos, ya que para su criterio no había más que dos caminos: o diez o cero. Sentencia que nos helaba la sangre, cada vez que la repetía, golpeando con su metálica regla, el escritorio.
Previsores, como nos inculcaban ser. Ese mismo día fuimos directo a la Biblioteca Nacional, ubicada en el antiguo edificio que sucumbió en el terremoto de 1986. La biblioteca era un paraíso, grandes retratos de héroes y escritores nacionales, la engalanaban. Y sus bibliotecarios, eran profesionales de la atención.
Lastimosamente, el libro brillaba por su ausencia. Fue hasta que nuestro compañero Umaña, nos confesó haberlo identificado en la Casa de la Cultura de la colonia Zacamil, que vimos la luz. No tuvimos más remedio que viajar hasta allá, para, en varias sesiones, transcribir muchas de sus páginas, ya que, por ser muy demandado, no lo podíamos llevar a casa. Desde luego, tuvimos que inscribirnos como lectores, aportando una fotografía, para así, tener derecho al carnet y al préstamo.
Como en la vieja canción: “Cómo han pasado los años”, de cara a este siglo, todo esto parece risible. Ni las personas, ni los inmuebles aludidos en esta columna, existen ya. Y los métodos educativos -a los que me he referido- o desaparecieron, o deberán hacerlo pronto, por el bien de los niños y jóvenes.
Sin embargo, cuando en una librería de segunda, “Páginas escogidas”, en su edición de 1939, saltó a mi vista, no pude menos que recordar esas mañanas espléndidas del año lectivo de 1978, tan hermosas como distantes, cuando don Filiberto nos hacía conjugar, en todos los tiempos y modos, los benditos regulares e irregulares.