Por Mauricio Vallejo Márquez,
Escritor, jurisconsulto, maestro
Editor de Suplemento Tres mil
La mayoría de personas dejamos de creer en los políticos por sus innumerables mentiras. Pero, lamentablemente a un gran número de individuos les gusta que les mientan. Se llenan de esperanzas y creen en los discursos vacíos y aparentes porque les alimenta la sensación de que el mañana será mejor. En ocasiones se percatan que los engañan, pero deciden negarlo y se convierten en colaboradores del embuste. Sin embargo, la vida nos demuestra que las promesas vanas van deteriorando la confianza de las personas y acrecentando el resentimiento (algo que se llega a tornar peligroso).
Desde los Acuerdos de Paz en 1992 los salvadoreños conformamos un país dividido en dos fuerzas políticas que representan dos formas de pensar, dos maneras que algunos consideraban irreconciliables. Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que representaba el liberalismo y el capitalismo y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que abanderaba el socialismo y las luchas sociales. Ese bipartidismo alimentó la democracia durante la posguerra. Sin embargo, ambas podían coexistir siendo manejadas de forma ética para el desarrollo de la nación. Durante años hicieron promesas y cumplieron algunas, otras quedaron en el olvido. Lo triste del asunto se agravó y permitió que la gente alimentara resentimiento porque beneficiaron a sus familiares, amistades y socios. Así como también algunos individuos utilizaron la política para enriquecerse a costillas del erario público, algo común en la cleptocracia que se practica en nuestras tierras. El resultado fue la búsqueda de otro personaje que alimenta la esperanza y el fin del bipartidismo que dio tres gobiernos a ARENA y dos presidencias al FMLN.
A la gente le gusta que le mientan. Quieren creer que no es posible que les digan mentiras y creen con fe ciega en personajes que terminan envenenados de poder tras abandonar las viejas y desprestigiadas instituciones en las que creían. Algo que no es particular de El Salvador, ha sucedido en Uganda, China, Alemania, Italia, Rumania, Libia, Nicaragua, Argentina, Venezuela y muchos países más. La gente está dispuesta a entregar sus libertades y patrimonios por un sueño, por un cambio, por dañar a quien le generó resentimiento. Situaciones que a la larga en lugar de ser beneficiosos terminan por empeorar la situación de la gente y de la nación, sobre todo cuando se le otorga carta blanca a un gobierno que no desea ser fiscalizado ni tener contrapesos.
Basta un pequeño examen personal para ver qué tan sinceros son los políticos, al llevar una lista de cotejo para observar cuántas de las innumerables promesas expuestas en una campaña presidencial, legislativa o municipal fueron cumplidas. Las excusas podrán ser innumerables: falta de presupuesto, no es el tiempo, existen otras cosas más importantes, no tenemos el aval del que manda, falta evaluar, esperamos un préstamo.
La verdad es que al prometer empeñamos nuestra palabra y si fallamos al cumplir nos volvemos parte de la mentira colectiva, de un engaño que nos aprisiona como país y no permite crecer. El ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, consideraba que para evitar estos ejercicios de reflexión era necesario crear chivos expiatorios para culpar a otros de los problemas, aunque no fueran verdad (total es negocio de los que ostenta el poder decir mentiras) ya que la mentira repetida mil veces se transforma en verdad, por eso bombardean con propaganda que podría ser usada para enmendar los renglones torcidos en lugar de disfrazarlos. La Alemania nazi culpó de sus problemas a los judíos, les expropió sus pertenencias, los encerró en campos de concentración y tras llevarlos a cámaras de gases utilizaron sus harapos para infinidad de cosas, sus huesos para elaborar botones, sus pieles para fabricar pantallas para lámparas y su grasa para manufacturar jabones. Después miles de gobiernos autocráticos, totalitarios y regímenes híbridos usaron la fórmula. Algunos torturaron y asesinaron a sus opositores, otros en nuestra sociedad líquida los esboza en cuatro palabras y los insultan, denigran e intimidan en redes sociales y discursos. Todo para inflar la mentira y hacerla lo suficientemente grande para que oculte y anule la verdad.
Y ahora viene la parte interesante, ¿Qué tanto ha mejorado usted en su vida? ¿Su salario cubre sus necesidades? ¿Se siente seguro en su país? ¿Los candidatos por los que votó cumplieron? La propaganda puede engañar a las personas que se dejan llevar por la propaganda, pero las personas que son cómplices de estos engaños no. La propaganda puede incidir en su percepción, pero la realidad es absoluta y no puede negarse.
En El Salvador se siguen necesitando candidatos a la presidencia, asamblea legislativa y municipalidades que sean probos, que tengan interés en el bien común y no en el particular. La gente necesita gente en quién creer, pero que sea honesta y generosa. El Salvador requiere gobernantes que unan y no que separen. El Salvador necesita entender que somos una nación diversa y debemos valorarnos y respetarnos, pero ante todo que sean honestos. Mientras esto no suceda, seguiremos naufragando en préstamos internacionales impagables, seguiremos impresionados por promesas irrealizables, continuaremos siendo presas de “cajas chinas” cada vez que se descubra un amaño.