A LA MEMORIA DE JAIME NUÑEZ
Por Álvaro Darío Lara
Hace exactamente treinta años, un sábado 15 de junio de 1991, dos muchachos, morían tras un enfrentamiento con fuerzas gubernamentales en la Colonia Vista Hermosa de San Salvador. El comando urbano había atacado con un RPG-7, fallidamente, minutos antes, posiciones del Regimiento de Caballería, ubicado en las cercanías de la Colonia Dolores.
Los militares persiguieron a la camioneta donde se conducían, según las fuentes periodísticas de la época, Noel Ulises Hernández Padilla, José Jaime Núñez y Nelson Antonio Orellana. Para su mala fortuna, en la calle principal de Vista Hermosa, se encontraba un retén de la Policía Nacional, quien disparó al vehículo, hiriendo a Nelson Antonio, quien, al perder el control, se estrelló contra el
muro de una residencia particular. Según la prensa, Noel y Jaime, descendieron del automóvil, y abrieron fuego, apostándose en la calle. Sus cadáveres quedaron trágicamente tendidos. Sólo sobrevivió Nelson Antonio.
Al margen, del caso, que nunca fue aclarado totalmente y que después de tanto tiempo merece serlo. Lo cierto es que Noel y Jaime eran estudiantes de Derecho de la Universidad de El Salvador. Ambos pertenecían al movimiento estudiantil ALTERNATIVA, tras el cual se encontraba el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). ALTERNATIVA había ganado la Presidencia de la antigua Asociación
General de Estudiantes Universitarios (AGEUS) y gozaba de mucha popularidad entre la comunidad universitaria. Sus actividades eran muy coloridas, y trataban de ponerse a tono con el inicio de los noventa. Sin embargo, el nexo con la guerrilla urbana, era real. Como real era su estrategia de reclutamiento para la agitación y la lucha armada.
Por mi pertenencia al Taller Literario Xibalbá, y a Concertación Cultural (un esfuerzo por aglutinar al sector artístico de la época, con la finalidad de contribuir a la presión popular por el diálogo-negociación) era frecuente que yo llegara a la UES. Casualmente, un día, nos encontramos con Jaime (mi excompañero de bachillerato, con quien nos habíamos graduado en 1983), después de algunos años de no vernos. Recuerdo perfectamente como Jaime y su hermano Ricardo, estaban ya muy integrado al movimiento. Y el gran entusiasmo de Jaime, esa mañana cuando lo encontré pintado las paredes de la Facultad de Derecho, junto a una decena de jóvenes. Había en ellos una dosis muy fuerte de romanticismo y radicalismo, por cierto, un tanto ya fuera del contexto pragmático del fin de la guerra.
Jaime escribía. Escribía con mucha pasión desde bachillerato, así como leía con gran avidez: poesía y materiales sociológicos y políticos. A pesar de provenir de una condición social estable, Jaime soñaba como muchos, en ese entonces, por cambiar la realidad del país. Amaba a la justicia, a la poesía y a las muchachas. Y sentía que su lugar estaba ahí, en la lucha revolucionaria, no en la vida “burguesa”, como se decía por aquellos tiempos.
Mientras las llamadas “partes” continuaban en la recta final de las negociaciones, el derrame sangriento proseguía, con menos intensidad, pero proseguía. Jaime y Noel (el inquieto Noel) fueron directo al lamentable despeñadero. Su vocación humanista los hizo optar por un fusil, en un tiempo cruel, absurdo y peligrosamente oscuro. Sin embargo, a diferencia del negro corazón del poder, su ideal fue siempre noble y luminoso.
Su sacrificio, y el de tantos, nos sigue y seguirá interpelando, mientras la rosa de sus corazones no florezca en esta tierra aún asolada por el crimen, la ambición y la deshonestidad.
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