Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Años preciosos los de nuestra lejana niñez, cuando las puertas de las casas estaban abiertas de par en par, y vecinos y hasta mascotas, entraban y salían de nuestros hogares como “Juan por su casa”.
Ni por asomo existían los juegos electrónicos. Los padres, que contaban con recursos, compraban, sobre todo, en ocasiones navideñas, finos y buenos juguetes extranjeros a sus hijos, que eran vendidos en los caros almacenes de las ciudades del país.
Para semana santa, a los niños nos proveían, principalmente, de baldes y palas, para fabricar castillos y excavar pozas en las calientes arenas de las playas. En agosto, con ocasión de nuestras tradicionales fiestas patronales, era de rigor la adquisición de por lo menos una “mudada”. Era el famoso estreno.
Mi padre tenía dos sitios preferidos, para comprarme las dos camisas y los dos pantalones anuales: París Volcán y Molina Civallero. Los zapatos eran adquiridos en la famosísima Calle de Concepción de San Salvador, donde los maestros artesanos me hacían poner los pies en papel de empaque, mientras con un lápiz mongol me “tomaban medida”, provocándome nerviosas cosquillas.
Ahora, frente a una humeante taza de café, en este cálido agosto, don Marlon Chicas, el tecleño memorioso, nos rescata una hermosa colección de juegos tradicionales. Escuchémosle: “Recordando a mi querido Barrio El Calvario, evoco aquellos juegos de niños que nos permitieron vivir una infancia feliz y llena de mucha ilusión: Peregrina, que se jugaba marcando en la tierra una cruz y lanzando un tiesto de barro para poder indicar hasta donde había que avanzar. También se le dibujaba con yeso en aceras y calles; Arranca cebolla: juego picaresco que permitía sujetar por la cintura a la cipota que a uno gustaba; Gallina ciega: vendar los ojos del participante a fin de capturar al que se dejará; Ladrón librado: consistía en burlar la vigilancia y dejar salir a los detenidos; Estatuas de marfil: se iniciaba con un canto y al decir ´uno, dos y tres´ quedar congelado; Chancha Balancha: se trataba de hacer dos líneas en las cuales se quitaba una persona al otro grupo; A la víbora de la mar: consistía en preguntar con quién se quería ir uno, con el bien o con el mal; Componte niña componte: se trataba de emular el caminado femenino con un poco de humor; Mica: tocar a otra persona rápidamente, a fin de que ésta tocase a otra.
Y también habían otros muy entretenidos, como: Chibolas, Capirucho, Yoyo, Encumbrar piscuchas, Esconde el anillo escóndelo bien, Aprietacanuto, Escondelero, Triqui-traca; Guazapita (jugar con una especie de trompo); Trompo pulsudo, Salta cuerda, Viva la flor; Juego de fuerza entre equipos; Jugar al serio (evitar la risa viendo al otro); Tarjetas (juego en que se apostaban tarjetas para agrandar la colección); Soldaditos: era un estilo de boliche en pequeño, que se realizaba con chibolas; Chupar el limón (para ver quien fruncía el rostro por la acidez del fruto). ¡Ah, tiempos aquellos!”.