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Mi mamá, Rosa Alicia Alfaro Parras, y yo, Balneario de Amapulapa, San Vicente, 1965.

A Mamális, con amor inoxidable

edgar alfaro chaverri
8 de enero de 1932, nace el aguerrido ángel que Diosito lindo me dio por mamá; la última de nueve hermanos, la única mujer. La que por Marcelino pan y vino me llamó Manuel desde que estaba en su vientre.
La que ostentó, como enfermera graduada, el grado de teniente para la guerra de las cien horas contra Honduras. La que siempre llevaba lista la escuadra calibre 22 en su cartera, para defenderse de abusivos, ladrones y vagos.
La que ponchó a balazos las llantas de un bus de la ruta 13, porque el chofer no esperó a que yo bajara y me llevó una cuadra de más, dejándola sin mí; claro, yo tenía tres añitos, y, además, él, le mentó la madre con el acelerador cuando ella reclamó; literalmente le devolvió la mentada de madre, pero a tiros, dos veces.
La que me enseñó a pelear y a disparar con la citada escuadra. La que siempre abogó por el respeto a niños, mujeres, y, en especial, a embarazadas, ancianos y discapacitados. La que me llevaba al Flor Blanca para ver a su Alianza contra mi FAS. La que me amó a pesar de que yo era la oveja negra de la familia.
La que me enseñó a amar y a respetar a mi padre con simples fotografías y recuerdos. La que me daba duro con la hebilla del cincho, aunque abuela ya me había castigado, pues a lo mejor intuía que “Dios sabe los leones que amarra”.
La que el martes 13 de septiembre de 1988, en plena guerra, coreó a las puertas del cuartel central de la entonces policía nacional: “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”, cuando fui capturado por exigir el presupuesto justo para la U y la liberación de algunos compañeros.
La que escuchaba mis poemas, la que hablaba conmigo hasta deshoras. La que me pedía narrar escenas de películas que ya no podía ver. La que terminó de criar a mis adoradas hijas.
La que pidió tanto a Dios que me sanara de las terribles adicciones, y ya no pudo ver el cambio, el fruto de sus plegarias escuchadas. La que tornó a la casa del Padre celestial el Viernes Santo 13 de abril de 2001. Que el Señor me la bendiga ahora y siempre. ¡Amén!

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