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Pocos minutos antes de las 9 de la noche del 3 de julio de 2008, en medio de una intensa tormenta que azotaba San Salvador, un autobús con más de una treintena de ocupantes fue arrastrado por las embravecidas aguas del río Arenal, en la Colonia Málaga, del Barrio Santa Anita en esta capital.
El suceso quedó documentado en un video grabado por un medio de comunicación y en las imágenes se ve cómo la fuerza del agua arrastró hacia lo más profundo del cauce fluvial al automotor, como si de un barco de papel se tratara, llevándose consigo la vida de 32 personas, entre niños, mujeres y hombres.
Los ocupantes del autobús regresaban de un culto religioso oficiado en la sede central de la iglesia Elim, en el municipio de Ilopango. Un único superviviente, un adolescente de 16 años identificado como Fabricio Rubén Hernández, salvó su vida esa noche al subir a la parte superior del colectivo y saltar al techo de una vivienda próxima; otro joven que le acompañaba, Melvin Méndez, optó por no saltar, ambos buscaban alertar sobre lo que sucedía.
A la luz del día, la escena de la tragedia era impactante, la carrocería del autobús era solo una masa de hierros retorcidos con el cadáver de una mujer entre ellos.
Las tareas de recuperación de los cuerpos se prolongaron durante varias horas e incluso días y en lugares tan distantes del suceso como Guazapa, Apopa y Ciudad Delgado.
Inicialmente, se habló de la negligencia del motorista de la unidad del transporte colectivo, quien no habría sopesado los riesgos de transitar por la anegada arteria; sin embargo, dada la vulnerabilidad recurrente ante los fenómenos naturales en la que vive y ha vivido inmerso El Salvador, habría que señalar otros aspectos que incidieron en la tragedia.
Familiares de algunas de las víctimas emprendieron acciones legales en agosto de 2008 en contra de autoridades municipales capitalinas y de la cartera de Obras Públicas de aquel entonces, ante la falta de obras de mitigación en la zona que pudieron haber evitado el hecho, pero estas no trascendieron.