Luis Armando González
Definitivamente, recipe hay que seguir hablando de la derecha salvadoreña, o por lo menos de uno de sus sectores más recalcitrantes. Este sector de la derecha no debe salir de la mirada pública, pero eso sí debe serlo de forma crítica y no ingenua, pues su capacidad de odiar y manipular, su cinismo y su hipocresía, ahora como en el pasado, son extraordinarias.
El reciente comunicado de la ANEP “Salvadoreños claman por su vida y su seguridad” (9 de marzo de 2016) es uno de los tantos ejemplos de lo anterior. A propósito de ese comunicado lo primero que tiene que decirse es que no debe extrañar en lo absoluto el modo en el que la ANEP argumenta y ataca al gobierno. Ese comportamiento hace parte de una larga tradición de odio y ataques frontales a quienes la derecha considera sus enemigos. Desde siempre, la derecha tiene por costumbre orquestar campañas de denigración y odio en contra de quienes cuestionan (o no se someten a) sus intereses y designios. Y su actual beligerancia es expresión de su forma natural de comportarse cuando se trata de defender sus privilegios.
Una beligerancia igual mostraron en tiempos de Rutilio Grande y las comunidades campesinas que se organizaban para defender sus derechos. El P. Grande fue una víctima mortal del odio de la derecha salvadoreña, lo mismo que lo fueron otros hombres y mujeres de Iglesia, líderes sindicales, campesinos y estudiantes. Mons. Oscar Arnulfo Romero y los jesuitas de la UCA también padecieron las campañas denigratorias orquestadas por la derecha y pagaron con su vida la osadía de desafiar a quienes creen que el dinero lo es todo. El mismo José Napoleón Duarte –referente indiscutible del PDC— fue atacado desde la derecha con recursos semejantes a los que ahora se utilizan en contra del gobierno del FMLN. Entre otras cosas, lo calificaron de “loco”, y los prohombres de la empresa privada le montaron un paro empresarial, con el fin de generar inestabilidad.
En fin, la derecha salvadoreña –o cuando su sector más recalcitrante— está acostumbrada a atacar arteramente a quienes define como sus enemigos. Vive esos ataques como una “cruzada” (de ahí la no tan grata “Cruzada Pro Paz y Trabajo”) y no escatima recursos legales e ilegales ni riesgos políticos o sociales, pues lo suyo es la destrucción de sus oponentes. De ahí que no haya razón alguna para extrañarse de su comportamiento en la actual coyuntura. Repite prácticas que le son connaturales. Y ahora, como en el pasado, habla en nombre de la patria, la vida de la gente, los intereses del pueblo y linduras semejantes.
¿O acaso ya se olvidó que, en nombre de la patria, el bien común, el trabajo y la paz, la derecha atacó arteramente a Mons. Romero y se celebró su asesinato? ¿Ya se olvidó que se hizo lo mismo con los jesuitas de la UCA? La derecha salvadoreña siempre se las ha arreglado para justificar su suciedad apelando a motivos nobles y elevados, sin importar que sus acciones causaran (o causen) dolor, miedo e incertidumbre. Es decir, la derecha salvadoreña está acostumbrada a mentir, a torcer la verdad para acomodarla a sus intereses.
Así las cosas, lo que debe causar extrañeza es que sectores de la sociedad salvadoreña de raíces moderadas y progresistas, e incluso de trayectorias de izquierda, se plieguen a la estrategia de la derecha y de esa manera la refuercen y la legitimen. Quizás estos sectores argumenten que tienen diferencias con el actual gobierno o con el FMLN –diferencias que bien pueden ser de tipo ideológico-político o bien de tipo personal—, pero esas diferencias (o incluso distanciamiento) no justifica su complicidad con una estrategia de la derecha que en el pasado generó dolor y muerte, lo mismo que un enfrentamiento socio-político que desembocó en una guerra civil, y que en el presente nos puede conducir a una conflicto socio-político de consecuencias inesperadas.
Estos sectores, otrora críticos de la derecha, deberían recuperar sus raíces y distanciarse de una derecha que, por ejemplo, insiste en que el gobierno busca “tomarse a la fuerza el ahorro de los salvadoreños”, cuando eso es una mentira descarada: la propuesta del gobierno está en el seno legislativo, tal como lo exigen los cauces legales correspondientes. De ninguna manera el gobierno ha buscado “tomarse por la fuerza” el ahorro de nadie. Cuando la ANEP difunde una mentira de esas proporciones promueve la discordia y el descontento social, caldo de cultivo de violencia y agresiones fuera de control.
O una derecha que se ufana de tener la solución para el problema de la seguridad y la violencia –solución emanada, presuntamente, de la ENADE 2015—, pero que obvia los 20 años de ARENA y la incapacidad de estos gobiernos para poner freno la ola criminal de la postguerra. Cualquier persona seria sabe que hoy por hoy nadie tiene la fórmula mágica (ni aquí ni en México ni en Colombia) para terminar con el crimen y la inseguridad. La petulancia, irresponsabilidad, arrogancia y cinismo de la ANEP no debería pasar desapercibida por quienes aún conserven un mínimo de aliento crítico. Pregunta: ¿por qué la fórmula de la ANEP no fue implementada por los gobiernos asesorados y respaldados por ella? Los estudios de violencia nos indican que al cierre de 1999 el tema revestía una gravedad extraordinaria.
O, por último, como seguir manteniendo vínculos con una derecha hipócrita que no ha cejado en su empeño por azuzar el gobierno en el sentido de que debe ser más duro en contra del crimen, clamando por un “cambio de rumbo” en la política de seguridad, pero que ahora, una vez que el gobierno plantea la posibilidad de ese cambio de rumbo, la ANEP se rasga las vestiduras en nombre de una libertad que fue pisoteada, antes que nadie, por los gobiernos de ARENA. Porque los planes Mano Dura y Súper Mano Dura, al igual que la criminalización de las pandillas, fueron obra de gobiernos areneros. ¿Dónde estaba la ANEP entonces? Donde siempre: cuidando sus intereses y nada más.
Por lo dicho, que la ANEP suscriba comunicados como el que comentamos no es nada raro. Siempre ha librado sus batallas lanzando veneno en el ambiente. Lo preocupante es que cuente, entre sus aliados, con gente otrora progresista, crítica e inteligente, que –sin que se sepan las razones para ello— se pliega a un juego peligroso para la convivencia social y para la paz pública. En los años setenta y ochenta, estos sectores jamás se hubieran prestado a un juego semejante. Sería bueno que volvieran a sus raíces progresistas, comprometidas y críticas del poder económico, su prepotencia y abusos.