Álvaro Rivera Larios
Escritor
Esta simple pregunta genera debates escolásticos dentro de la crítica literaria salvadoreña. Las respuestas que le damos, mind ailment por lo general, physician lo que hacen es revelar nuestras limitaciones teóricas. Pero no solo la torpeza valorativa nos mete la zancadilla, también nuestro afán de confeccionar un pasado literario que legitime ciertas poéticas del presente contribuye a que la respuesta no prospere en los terrenos del sentido común y la inteligencia crítica. Así que lagunas teóricas y sesgos literarios dificultan el abordaje de una pregunta tan sencilla como ¿A qué generación pertenece Alfonso Kijadurías?
Para empezar, tenemos la tendencia de confundir grupo literario con generación literaria y ambos términos no son sinónimos porque difieren en la amplitud de sus referentes y en su grado de estructuración. Dentro de una generación, por ejemplo, puede haber varios grupos literarios y los creadores individuales pueden pertenecer a ella por razones de edad y experiencias formativas comunes. Dentro de la sociología literaria, el ámbito de la pertenencia a un grupo es más restringido, dado que supone una adhesión consciente y voluntaria a un programa estético determinado. De un grupo literario nos pueden expulsar sino respetamos sus principios, de una generación es imposible porque gravitamos en torno a su núcleo por razones de la experiencia de un tiempo afín y compartido.
Quedemos advertidos de que los términos “grupo” y “generación” apuntan a planos distintos de la sociedad literaria. Ustedes, si escriben y se ponen de acuerdo, pueden fundar un grupo literario, pero nunca estarán a su merced las dimensiones que constituyen a una generación. Ninguno de ustedes puede decidir las edades cercanas de Manlio Argueta, Alfonso Kijadurías, José Roberto Cea, Roberto Armijo, Italo López Vallecillos, Roque Dalton, etcétera. Ninguno de ustedes puede decidir la época en que ellos vivieron y algunas experiencias comunes que los marcaron. Podemos discrepar a la hora de valorar hasta qué punto esas afinidades generacionales pudieron determinarlos, pero las condiciones y experiencias que quizás los aproximan no pueden ser objeto de invención.
Además de confundir “grupo” con “generación”, cometemos el error de transformar estas categorías en conceptos planos, de cartón piedra. Ni el grupo ni la generación aluden a realidades homogéneas, desde el punto de vista literario; ni las realidades que designan son estáticas. Los grupos literarios modernos están compuestos por individuos que, aunque lleguen a compartir un programa estético, procuran desarrollar obras personales. De ahí, por ejemplo, la heterogeneidad de la “generación comprometida”.
Los miembros de un grupo literario moderno, a pesar de aquellos rasgos que comparten, están en movimiento, evolucionan, se contradicen. Entre el joven Dalton de 1955 y el Dalton de 12 años más tarde media una búsqueda, una trayectoria, una metamorfosis. Esa dialéctica del creador individual nos acerca a la dialéctica interna de los grupos y a la dialéctica más amplia de las generaciones literarias. La heterogeneidad de la generación comprometida y sus grandes aportes creativos no se dieron en los años cincuenta, se manifestaron una década más tarde después de una búsqueda plural y diferenciadora. Hablamos de realidades que se mueven, no de fotos fijas.
Al uso plano y reductivo que hacemos de la categoría “generación comprometida”, agreguemos la forma simplista en que convertimos su dimensión moral en un rasgo que oculta la pluralidad y la dialéctica estéticas
que caracterizaron las obras de Álvaro Menendesleal, Alfonso Kijadurías, José Roberto Cea, Roque Dalton, Roberto Armijo, etcétera. A veces el membrete del compromiso borra, vela, oculta el hecho de que las obras de Dalton y Menendesleal representan la irrupción en nuestras letras de la vanguardia literaria. Ese membrete homogeneizador permite argumentar que como Kijadurías se negó a someter la estética a la ética no pertenece a la generación comprometida.
Si le damos al término generación el sentido amplio, plural y dialectico que aquí le doy, la obra de Kijadurías encaja perfectamente en el horizonte que abrieron las búsquedas formales de Roque y Álvaro. No es una simple anécdota que Dalton valorase positivamente la lírica de Alfonso.
Para diferenciar a Kijadurías de la generación comprometida se quiere borrar la simpatía de Alfonso por las causas populares. Esa simpatía no solo fue un hecho externo a su obra, puede rastrearse en ciertas imágenes y símbolos que aparecen de modo recurrente en su poesía de los años sesenta y setenta. El vuelo de su imaginación en esa época tenía un carácter ético, por mucho que él evitase los excesos de cierta lírica de urgencia. La suya era entonces una imaginación incomoda y no, como algunos pretenden ahora, una imaginación estrictamente literaria y de espaldas al mundo.
Si entendemos la generación como un horizonte amplio, plural y dialéctico, no hay ningún problema en considerar a Kijadurías como el representante más joven de la generación del 50, la generación comprometida, generación que dio su mejor aporte en la segunda mitad de los años 60.
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