A ritmo de cumbia 

Por Mauricio Vallejo Márquez 

Nací a ritmo de cumbia. Bueno, no tengo la seguridad de ello (aclaro), pero me aventuro a afirmarlo porque desde que tengo uso de razón la música guapachosa es parte de mi vida y dudo mucho que deje de serlo en algún momento.

Antes de escuchar rock y música clásica la cumbia está presente en los momentos de mayor felicidad de mi vida: cumpleaños, navidades, bodas y fiestas de fin de año. Desde pequeñito mi mamá me sumaba a las fiestas familiares y de sus amistades para ser su pequeño compañero de baile, sobre todo cuando ella dirigía el Liceo Beltrand Roosevelt. Y heme ahí con pasitos torpes procurando imitar aquella masa que meneaba todo a ritmo del Ausente entre luces verdes, azules y rojos, hasta la navidad en que un señor llamado Walter visitó la casa de mi abuelita Josefina y se tomó la libertad de indicarme los inamovibles pasos que se deben hacer para ser un bailarín: “primero adelante, luego atrás, otra vez adelante y después te vas moviendo al lado”. Luego le fuimos metiendo creatividad con la imitación de individuos que se rascaban el estómago mientras danzaban. Desde esas fechas me vi en valor de tomar la pista y era raro que me quedara sentado esperando solo la comida y la bebida. Soy bailarín, lo confieso, y lo disfruto.

En las fiestas familiares no faltó el baile. La cumbia se escuchaba y volvía familiar a personajes como Aniceto Molina, que amenizó las fiestas de mis abuelos paternos. Jamás voy a olvidar aquella felicidad desbordada de mi papá Tony y mi mamá Yuly bailando “la gorra no se me cae” de Aniceto en la sala de la casa de Tonaca o en la boda de mi tío Yomar. Quizá por ello para mí esa canción es infaltable en una celebración, fue el sello de la felicidad. Después todo fue cascada, la seriedad de lo días y ese largo etcétera de vivir normal, pero al llegar diciembre las cumbias vuelven a ser parte de nosotros (acaso en algún momento han dejado de serlo) y los negocios las reproducen para llamar a los clientes. Sin embargo, con mi esposa es raro el día cuando camino al trabajo no escuchamos “suavecito, suavecito” de Laura León u otras melodías de Lyla y sus Perlas del mar o Los Vásquez, infaltables. Porque nos encantan las cumbias mexicanas, colombianas, argentinas y las propias.

Cuando iba a trabajar a la 23 calle Poniente, donde estaba el Diario Co Latino, abordaba un autobús de la ruta 46. El trayecto siempre tenía música, pero se volvía especial cuando el motorista era don Richi. Este señor de cabello largo colocho, que parecía permanente, pequeño panzoncito y muy alegre llevaba cumbia; su bus estaba decorado con cds en los que estaban leyendas escritas como: “¿Quién te cuida los colochos, Richi?” y otros que por más esfuerzos que hago no logro recordar. El trayecto era ameno y me dejaba con buen humor para el resto del día. Pero las historias no siempre tienen finales felices, el buen don Rochi fue asesinado y nos dejó la anécdota.

En mi boda pasamos la noche bailando cumbia, merengue y otros ritmos, pero fundamentalmente cumbia como en las fiestas de Tonaca y Tecapán donde hemos sentido ese gustito extra. Todos disfrutamos, incluso los que no tenían idea de cómo se baila se animan a sumarse a la pista de baile y moviendo los brazos y arrastrando los pies se hacen parte de la danza colectiva. De nuestra boda con Karen tenemos el recuerdo de un paso de baile creado gracias a Mauricio Edgardo Fuentes Oliva que fue el alma de la fiesta. ¡Qué tipo para bailar! Sencillamente magistral. De pronto hace una pausa para amarrarse el zapato y al terminar brinca para seguir bailando. El resto de los amigos lo imitaron y así quedó instituido ese paso.

Podrá ser que la cumbia no se haya creado en El Salvador, es un regalo de Colombia para toda América; pero no vamos a negar que, cada país le haya dado su toque y se ha vuelto parte de nosotros y aunque vengan modas musicales, diciembre es de cumbia. Yo no me imagino una fiesta sin ese ritmo. Muchos de nuestros grupos han creado su repertorio, unos son verdaderos ases de la creatividad y otros estupendos imitadores, y gracias a ellos ese ritmo se siente en nuestras venas y nos ayuda a tolerar los infortunios, la pobreza y la violencia que podemos vivir como nación, simplemente por ser lo que somos: un pueblo noble y alegra que lleva la cumbia en la sangre.

Gracias a nuestros grupos, bandas y orquestas por hacernos ameno el breve instante en que habitamos esta tierra y que en nuestro rostro se pinten sonrisas “arriba y abajo” a ritmo de “la bala” y cada fin de año “vamos a brindar por el ausente”. Bienvenido diciembre a ritmo de cumbia.

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