Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Dentro de poco menos de un mes se cumplirán ciento cincuenta años del nacimiento de Alberto Masferrer, uno de los intelectuales más connotados de nuestro país, autor de algunos de los más conocidos e influyentes libros que conocemos los salvadoreños, por ejemplo, su famoso mínimum vital, y entre otros, el dinero maldito, ensayo sobre el destino, las nuevas ideas, ¿qué debemos saber?, configuraciones sobre la vida de Jesús, etc. Masferrer ha sido probablemente muy leído, pero creo que muy poco estudiado, y las opiniones sobre su obra e incluso sobre su vida política, son tanto elogiosas como críticas, controvertidas en una palabra. Mucho se ha hablado de él pero poco se le ha comprendido a profundidad. Muchos críticos ligeros lo sitúan como un hombre de ideas superficiales, e incluso en alguna ocasión, algunas de sus obras han sido calificadas como plagios de otros pensamientos. Lamentablemente, hay quienes saben esconder su mediocridad con la crítica a hombres que han sido muy superiores a ellos. Masferrer fue un hombre de profundo pensamiento. Filosóficamente es difícil situarlo dentro de la ortodoxia formal de la filosofía. Sociológicamente, su pensamiento es ya más ubicable y definible. Pero en todo caso, Masferrer fue un pensador de recio raigambre y de clara posición ideológica. Por ello sufrió la persecución y el exilio, lugarcomún de aquellos que luchan contra la injusticia, contra la miseria y contra la ignorancia.
Masferrer fue una especie de místico social, posición existencial que en nuestros días se manifiesta en buena parte de nuestra sociedad. Alzó su mano en pie de lucha en uno de los momentos más difíciles de la patria, y en el año de la tragedia, 1932, murió sin poder realizar sus sueños, y menos sin poder convertirlos en realidad.
Alberto Masferrer nació en Tecapa, pueblo fundado por pipiles en el siglo XVII, según nos relata la historia. Tecapa, laguna de las piedras en nahuat, hoy se llama Alegría, y sufrió las peripecias de la política y del poder, como suele suceder, siendo inicialmente parte de la villa de Usulután, pasando posteriormente a ser parte de San Miguel en 1824, y volviendo a ser de Usulután en 1848. Eso de las peripecias de las ciudades es algo que se repite constantemente a lo largo de la historia. Ahora, por ejemplo, que estamos en la euforia de un campeonato mundial de balompié celebrándose en Rusia, una de las sedes de estos juegos es la ciudad de Kaliningrado. Pero Kaliningrado no siempre se llamó así, ni siempre fue parte del territorio ruso. Kaliningrado fue antes parte de la Prusia Oriental, posteriormente pasó a ser de Alemania, y ahora es uno de los puertos más hermosos y desarrollados de la Federación Rusa. Tampoco siempre se llamó así; antes, siendo alemana, se llamaba Konigsberg. Muy conocida por su famoso problema de los siete puentes de Konigsberg, los puentes del herrero, conector, verde, del mercado, de madera, alto y de la miel, (nadie podía hacer un recorrido por toda la ciudad, cruzándola a pie pero pasando una sola vez por cada puente hasta regresar al punto de inicio), que resolvió Euler en 1736, fue también la cuna de uno de los filósofos más grandes que ha conocido la humanidad, Enmanuel Kant, el gran autor de la síntesis trascendental y de la revolución copernicana en el conocimiento. Si Kant hubiese nacido ahora, los libros de filosofía hablarían de él diciendo que fue un filósofo ruso nacido en Kaliningrado. Masferrer, también, si hubiera nacido ahora, sería conocido como el hombre de Alegría y no de Tecapa.
Es una buena oportunidad para que, al margen de tantas impresiones negativas y dolorosas que saben aquejarnos en estos momentos críticos y aciagos para el país, nos tomemos unos minutos para conmemorar el nacimiento de tan ilustre hombre salvadoreño. Y si fuera posible, rendirle un homenaje público, multitudinario, en agradecimiento por la obra que nos dejó, y del legado de su propia vida como luchador social.
La lectura de las obras de Alberto Masferrer debería tener carácter obligatorio en nuestros centros educativos. Su obra es clásica porque se recrea, se actualiza, y sabe estar presente, característica infaltable de los clásicos. Por ello es atemporal e inespacial, eterna e infinita. Si leemos su mínimum vital, podríamos ahora reproducir las condiciones a las cuales Masferrer alude cuando escribió esa obra en 1929: Necesidad de vivienda, de aire puro para respirar, de trabajo noble y honesto, etc; necesidades que son ahora presentes, casi un siglo después de que él las señaló. Y si leemos el dinero maldito, igual veremos cómo algunas formas de hacer dinero envilecen al ser humano, ayer y ahora, tal como este preclaro hombre lo señalara.
El 24 de julio próximo, pues, se cumplirán ciento cincuenta años del nacimiento de Alberto Masferrer. Es para celebrar, pero mejor aún, para retomar su pensamiento y tratar de hacerlo real.
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