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A UN GRAN FANTASMA INDÓCIL

Rafael Mendoza

poeta
“Quiero quedarme en medio de los libros
vibrar con Roque Dalton con / Vallejo y Quiroga…”
(Mario Benedetti. Últimos poemas)

Esta es la cuarta vez, tadalafil mi querido poeta,
que yo le escribo algo.
En la primera di testimonio de su voz
y usted estaba todavía en este mundo.
Eso fue el mismo año en que usted se vio inflamado
por el que fue quizá su amor más subversivo
aquel que le hizo bailar un tango
cantado por Pablito Milanés,
y ya con la ayuda del ron
hasta echarse una ranchera. ¿Se acuerda?
Fue el corrido de El Hijo Desobediente

“Un Domingo estando herrando
Se encontraron dos mancebos
Echando mano a sus fierros
Como queriendo pelear…”.

¡Ah tiempo suyo aquél vivido en La Habana
recibiendo los laureles por Taberna
y compartiendo el parnaso tropical con otros grandes!
Pero antes de meterme en anécdotas,
déjeme decirle que mis otros dos homenajes.
se los dediqué cuando usted ya se había convertido
en el fantasma que con los años seguiría
deambulando por la habitación de Isidora
su amor de entonces. Según ella cuenta
en la famosa Carta que le envió a la eternidad
usted se le aparece a los pies de la cama
y le clava esa mirada fija que, todavía
a sus ochenta y seis años, suele provocarle
“una leve comezón, un ardor en la piel.”
Es para entender por qué, sobre esa epístola,
Mónica Ríos, otra chilena metida en textos,
se pregunta si es más o menos incorrecto
que un materialista dialéctico, como usted,
se aparezca en espíritu. “¡Vade retro!…
¡La negación de la negación!” responderán
quienes le envidian a usted vida, pasión y suerte
con los lances del corazón, menos su muerte
por la que todavía no responden los asesinos.

Sí, se ha convertido usted en un fantasma indócil
que se quedó con la costumbre de visitar
la cocina donde le preparaba el café aquella musa
con la que recorrió las calles de La Habana
que llevan al mar y que ahora he sacado yo
de su Pérgola de Flores, sin ella saberlo;
de seguro al verlo ahí sentado sorbiendo el amargo,
ella le hará la misma pregunta de antes:
“¿Qué le parece, maestro,
si nos vemos más seguido?” Y usted,
con el humor de siempre le responderá sonriendo
con su acostumbrado “Si, cómo no, maestra”.
Después se despedirá, se marchará
y Benedetti saldrá de algún libro
dispuesto a acompañarle en su viaje de regreso
a aquellos otros lugares donde el amor
sigue entendiéndose con fantasmas que saben
salvar a la humanidad con la palabra.

San Salvador, 14 de mayo de 2014

 

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