Por Mauricio Vallejo Márquez
El aburrimiento puede paralizar o ser el punto de salida para una gran aventura. Dicen que el ocio es una gran oportunidad. Y bien aprovechado lo es. Gracias a este se han creado las obras maestras del arte y los juegos y entretenimientos de este mundo, la fantasía y las leyendas se hornea al calor de la tranquilidad, aunque a veces también por la sorpresa. Sin ocio la filosofía no habría partido de Grecia hasta el resto del planeta. Quizá. Y muchas de las bellas artes han tenido su desarrollo gracias a que la burguesía y la nobleza tenían tiempo de sobra y no estaban enfocados en laborar.
Salgo a recorrer las calles de San Salvador y veo gente abarrotada en los buses de camino a sus trabajos, con rostros poco amigables y consultando sus relojes cada vez que la impaciencia sucumbe ante la lenta vuelta de las ruedas en los típicos embotellamientos matutinos. Algunos escuchan música por sus celulares, otros exploran el universo por las ventanillas y el paso de hormigas de la gente que corre a sus empleos en las aceras. No hay tiempo para el ocio, solo para transportarse a sus deberes. Quieren pasar horas frente al televisor o atrapados en sus celulares, pero hasta ahí. La gente se vuelve consumidora en los tiempos de ocio.
Extraño mi niñez cuando veía a tanta gente entusiasmada elaborando sus juguetes, dedicando su vida a construir carreteras y autopistas en el polvo auxiliados por una paleta de madera. Cualquier desperdicio podía convertirse en edificio y la creatividad crecía. Y algunos aprovechaban resortes, tornillos y alambres para construir sus juguetes. Siempre he admirado esos niveles de creatividad. En ocasiones la imposibilidad de comprar algún juguete ayudaba a que no hubiera fronteras.
Tengo presente cuando mi abuelita Josefina regresó de un viaje con una maleta cargada de juguetes. Creo que es una de las escenas más alegres de mi niñez, abrir aquellas bolsas que rebosaban de muñecos de todas las caricaturas y películas que se desarrollaban. Estaba atrapado en ellos y los atesoraba. En tanto, el tiempo comenzó a pasar y aparecieron nuevos programas y personajes que uno no podía adquirir; entonces el tirro, la plastilina, clips, hule, madera y plástica me ayudaron a darle forma a esos personajes y tras esto construí los propios. En ese momento aprendí que los límites son imaginarios. Con un par de horas y dedicación durante mi ocio construía universos y personajes que llenaban mis horas.
Así comencé a elaborar títeres con esponja, tela, alambre y tirro. Pero, a veces, habitar en compañía de personas que no tienen tu misma visión termina por generar conflictos. Perdí todos esos juguetes que construí en mi niñez y de igual forma aquellos hermosos títeres, y por un tiempo creí que era tiempo de dejar partir eso.
Ahora que hemos pasado el umbral de los cuarenta años me he dado cuenta que todo aquello me daba vitalidad, que crear es maravilloso y un verdadero escape a la cruenta realidad. Y que gracias al ocio se crean cosas inmortales que brindan sentido a la existencia. Así que no volvemos a ser niños, pero si regresamos a la posibilidad de soñar y crear para no ser aburridos.