Alberto Romero de Urbiztondo
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En las últimas semanas han aparecido reiteradas noticias de casos de pederastia y abuso sexual a menores, cometidos por sacerdotes de la Iglesia Católica, que fueron encubiertos por obispos y jerarquías. En mayo fue la renuncia de los obispos de Chile cuando la investigación judicial no permitió seguir ocultando los abusos que la propia feligresía católica ya había denunciando. Ahora es el informe de un Gran Jurado de USA quien ha hecho público el abuso sexual a 1,000 menores, realizado por 300 sacerdotes en Pensilvania con total impunidad, pues se había establecido una maquinaria de silencio para que los casos no trascendieran.
Estos hechos terribles nos generan dos reflexiones, en primer lugar la necesidad de fortalecer el carácter laico de los Estados, pues estos abusos sexuales sistemáticos y prolongados son delitos, que han pasado impunes porque una institución religiosa goza de privilegios para no ser investigada. Esta impunidad solo es posible cuando a las instituciones religiosas se las considera inviolables por el poder civil y se les otorga una superioridad moral, que los hechos demuestran claramente no tener. La libertad religiosa no se puede confundir con la impunidad eclesiástica.
Una segunda reflexión es la urgencia de que la Iglesia Católica haga una revisión profunda de su enfoque sobre la sexualidad humana. Es el principal opositor a que los Estados garanticen derechos sexuales y reproductivos a la ciudadanía, pretendiendo imponer códigos morales que no responden a las opciones que actualmente la ciencia nos ha dado a los humanos para poder regular de forma libre y consciente nuestra capacidad reproductiva y gozar libre y responsablemente nuestra sexualidad. Estamos cansados de sus cruzadas contra la educación integral en sexualidad, el acceso a servicios de anticoncepción, el aborto o los derechos de las personas LGBTI, mientras vemos cómo entre sus sacerdotes y jerarquías hay un frecuente y consentido ejercicio de abuso sexual con menores. La ciudadanía católica, que mayoritariamente estoy seguro condena y se avergüenza de estos comportamientos, debe ser un actor importante para promover cambios en esta institución religiosa de la que son miembros. Como ciudadanos y ciudadanos no pueden ser indiferentes.