José M. Tojeira
Todos conocemos la ley de la acción y la reacción subsiguiente, formulada por Newton. Pero por si acaso es bueno recordarla. Decía el físico que cuando un objeto aplica una fuerza sobre otro objeto, la reacción del segundo es también una fuerza de la misma intensidad pero en sentido contrario a la fuerza aplicada por el primero. Desde Max Weber esa ley se aplica también con frecuencia a los dinamismos sociológicos. Y puede servirnos, al menos parcialmente, para explicar algunas de las situaciones coyunturales por las que estamos pasando. Evidentemente podríamos recorrer casi toda la historia de El Salvador haciendo arreglos entre la ley de la física y nuestra historia nacional. Pero en este momento nos remitiremos exclusivamente a los últimos 30 años tras los acuerdos de paz y la situación actual.
Durante los tres últimos decenios hubo una fuerte acción por construir un estado formalmente democrático pero plagado de corrupción, de prepotencia por parte de los económicamente poderosos, de impunidad ante crímenes de lesa humanidad. Esa contradicción permanente entre la formalidad democrática, en la que hubo avances, y la permanencia del abuso del poderoso y de la despreocupación real por los pobres, fue levantando una indignación social y un cansancio ciudadano que determinó el triunfo electoral del actual presidente, que se presentaba como el único que podía reaccionar contra la corrupción reinante y el abuso de los poderosos. Su partido, apoyado en el nombre y la figura del presidente, consiguió también un triunfo electoral espectacular en las elecciones legislativas.
Aunque hasta aquí todo podría parecer claro, el problema surge cuando vemos el tipo de reacción a la acción de los 30 años de abuso. La fuerza contraria a la que habían impuesto los poderes de los 30 años no se ha dirigido tanto a combatir los males estructurales con los que se había oprimido a los más pobres y vulnerables de la sociedad, sino simplemente a destruir las fuerzas políticas que habían servido de instrumento validador de los mencionados 30 años.
Algunos ejemplos nos ayudan a entender esto último: La pobreza y la desigualdad eran parte del abuso sufrido, pero no se combate con una buena ley progresiva de impuestos. Se toca la riqueza adquirida por los políticos, pero no la de los millonarios a cuyo servicio estuvieron los políticos. La corrupción no solamente fue patrimonio de los políticos de la hoy llamada oposición, pero se castiga exclusivamente la corrupción de quienes permanecen en los partidos políticos opuestos. Quienes abandonaron sus partidos corruptos, aunque hayan participado en la corrupción, si ahora se encuentran en el partido en el poder gozan de amnistía de facto. El poder económico amigo de los partidos tradicionales queda ahora impune. Aunque haya sido parte del abuso, si pacta amistosamente con el nuevo poder, puede seguir destruyendo reservas ecológicas o enriqueciéndose inmoderadamente en medio de la pobreza del país.
El sistema judicial y fiscal fue, en su condición de sistema, no solamente un gran aliado de la corrupción, sino parte de la misma. Aun teniendo personal decente en sus filas, bastaba controlar, muchas veces con dinero, las cúpulas del sistema, para convertir en corrupta la institucionalidad. Hoy, no se persigue a quienes dictaron sentencias injustas o inconstitucionales, a quienes recibían 20.000 o más dólares mensuales para mantener la fidelidad de la Corte Suprema. Simplemente se pone al frente del sistema a personas dóciles ante el poder ejecutivo y se mantiene el mismo esquema de control judicial. Se persigue, y con razón, a quienes recibieron sobresueldos mientras mentían descaradamente al pueblo salvadoreño, pero se deja en la impunidad a quienes también se lucraron de la partida secreta si cambiaron el color de camiseta partidaria por ese color que hoy llaman “cian”, parecido al azul turquesa pálido.
La reacción a una acción previa es normal. Pero en política lo fundamental e importante es que las reacciones frenen la violencia de los futuros movimientos reactivos frente a las actuales reacciones, convertidas hoy en acciones. En ese sentido las reacciones a los abusos del pasado requieren siempre diálogo con las víctimas y garantías de no repetición.
Poco de eso se ve en el actual gobierno reactivo. Y aunque las reacciones tengan su sentido lógico y natural, en el desarrollo humano es indispensable lograr que las reacciones toquen las causas de los problemas, corrijan estructuralmente las injusticias y eviten todo lo que una reacción pueda tener de arbitraria, violenta, vengativa o furiosa. Mientras eso no se consiga, el fenómeno acción-reacción puede convertirse en una espiral de subdesarrollo.