Alirio Montoya
Las décadas de 1950 a 1970 en definitiva fueron convulsivas y de eso no hay duda, pero no se puede negar que vivimos episodios a lo mejor más aterradores que los vividos en esas décadas. Un botón que presione Donald Trump en un momento de arrebato -sea sexual o de pérdida en alguna inversión- y podemos desaparecer del Universo. En esa época de juventud que vivió Bruce Ackerman, si bien era convulsa no era de tales dimensiones como las que atraviesa actualmente la Humanidad.
En modo alguno puede negarse que Ackerman acompañó en su juventud la cruzada anticomunista dirigida por el senador Republicano Joseph McCarthy, de igual modo varios “intelectuales”, juristas y legisladores del Tercer Mundo acompañan hoy en día la “cruzada” antichavista de Marco Rubio, aunque más que antichavista es petrolera. Pero también hay que decir que Ackerman participó fervientemente como activista en contra de la guerra de Vietnam, apoyó además las primarias decisiones de la Suprema Corte de los Estados Unidos en materia de unificación racial y, asimismo, combatió a Friedrich von Hayek y a sus discípulos que continuaron con el obstinado oscurantismo de defender la “mano invisible” en el proceso productivo de una nación.
No quiero caer en lo meramente descriptivo ni en lo apologético, pero también Ackerman tuvo que viajar hasta Alemania por el deseo de encontrar otras ideas, pero ello -confiesa-, le llevó diez años en aprender a la perfección el idioma alemán. En esa su travesía por ese país teutón conoció a Jürgen Habermas y su obra. Ackerman se decantó y hasta la fecha por la Teoría de la Constitución y la Filosofía Política. Eso le valió para hacer una propuesta de separación de poderes y romper abruptamente con la teoría de Montesquieu y con los aportes sobre el tema de los predecesores de este, es decir con Polibio y Rousseau. Lo anterior, teóricamente ha significado una propuesta de quiebre histórico en torno a la separación trinitaria del poder.
Desde Montesquieu se ha venido sosteniendo que no es conveniente en una democracia que el poder esté concentrado en una sola persona; pero Ackerman sostiene que no es viable que dicho poder se encuentre concentrado ni en una sola persona ni en un solo grupo de personas. Montesquieu combatió la Monarquía, la pretensión de Ackerman es combatir el presidencialismo.
Bruce Ackerman nos propone una nueva separación de poderes, porque no ve ya necesario ni propicio el presidencialismo. Lo anterior me recuerda cuando leí por vez primera el gran debate histórico entre Hans Kelsen y Carl Schmitt sobre el parlamentarismo y el presidencialismo. Kelsen defendía el parlamentarismo, en cambio Schmitt, el presidencialismo. Algunos sostienen que era obvio que Schmitt justificara el presidencialismo por ser considerado en esa época el “jurista nazi”. No comparto la manía que se etiquete a una persona y casarla a su vez con una ideología, y más a un jurista del tamaño de Schmitt; es decir, en lugar de atacar el argumento se ataca a la persona como suele pasar. El tema es que Ackerman discrepa con el presidencialismo.
Por ello es que el jurista en comento propone la creación y estructuración de 5 poderes del Estado. Una cámara, además de crear leyes, también facultada para elegir gobierno, entiéndase todos sus ministerios o secretarías de Estado en su caso. El segundo denominado el poder del pueblo, encargado de organizar una serie de consultas populares pertinentes y procedentes en cuanto a validar las decisiones trascendentales de los otros poderes del Estado. Un tercer poder descrito como un ente supervisor de controlar la burocracia, esto es, controlar a todos los funcionarios.
Un cuarto poder que se encargaría de la justicia distributiva y el quinto poder encargado de ser un ente garante de la protección de derechos sociales y económicos. Si la idea llevada a la práctica del expresidente de Venezuela Hugo Chávez es original o se la tomó prestada a Ackerman no me lo pregunten. Lo cierto es que en Venezuela existen 5 poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo, el poder judicial, el poder ciudadano y el poder electoral de los ciudadanos. Ese esquema rompió con la trinitaria distribución del poder y ha quedado demostrado que Hugo Chávez le dio el poder a la gente. De eso no me cabe la menor duda.
En nuestro país todavía seguimos practicando esa separación de poderes trinitaria. Se habla hoy de órganos del Estado, porque como bien lo señala el artículo 83 de la Constitución que la soberanía reside en el pueblo; eso implica que el titular de la soberanía únicamente es el pueblo. Ese poder entonces radica en el pueblo y lo que existe es la separación de órganos, pero no del poder soberano. Lo pernicioso para una democracia es que esa distribución esté concentrada en un solo grupo de personas como ocurrió históricamente en nuestro país, cuando el partido Arena -como ejemplo más reciente- controlaba los tres órganos del Estado.
En mi atrevida opinión deberían existir en nuestro país también cinco órganos de Estado. Lo de la semántica de órganos o poderes se le puede ir dando forma en futuras aportaciones, bien mías o de otros que se sumen. Por ejemplo, comparto que exista un órgano legislativo, un ejecutivo y un judicial, pero estos necesitan de un control, un poder popular y otro ente contralor, ejercido este último por un tribunal de ética pero que reúna los verdaderos presupuestos de un tribunal imparcial, es decir, sin vinculación ni formal ni material con ningún partido político; pero que tenga a su vez la capacidad administrativa sancionatoria, y que el funcionario en cuestión se someta a un referéndum revocatorio, ante la asamblea legislativa en el caso de diputados, magistrados y miembros del mismo tribunal de ética y a referéndum popular revocatorio en el caso del presidente, ejercido en este caso por el poder popular. Lo anterior no parecería tan utópico si no se necesitaría forzosamente de una reforma constitucional, pero sobre todo, de la buena voluntad de los políticos.