Por Mauricio Vallejo Márquez
Gracias a Don Gabriel Pons y mi abuelita josefina tuve mi primera computadora. Una PC blanca con Windows 98, creo, y todo el paquete de Office. Pero sobre todo con la posibilidad de conectarme a internet. En ese tiempo se debía utilizar el cable del teléfono y consumir lo mismo que una llamada telefónica para tener acceso a la red.
Me dediqué a pasar mis poemas y cuentos en limpio. Dedicaba horas al Word para compilar aquellos ejercicios de neófito vate que en ese momento me enorgullecían y que ahora me da evidencia de lo mucho que hemos evolucionado y seguimos evolucionando. Probaba las diversas tipografías para darles un toque más interesante o divertido. Pero también me motivaba a hacer algunas aventuras en Publisher. Ya en el colegio había aprendido a utilizar Page Maker y Corel Draw, así que Publisher no era un reto. Así diagramamos los primeros plaquettes de poesía que publicamos junto a Rafael Mendoza López.
Sin embargo, lo que más recuerdo eran los correos electrónicos por medio de los que Maud Bourdois y yo manteníamos comunicación. Ella desde París, Francia, y yo en la mítica San Luis de San Salvador. Me parecía fascinante cómo se acortaba la distancia gracias a ese artefacto que además me hacía sentir todo un escritor.
Conocí a Maud gracias al poeta René Chacón. Estaba diagramando el Suplemento Tres mil, en el tiempo que lo coordinaba Álvaro Darío Lara y lo apoyábamos como equipo Lya Ayala y su servidor. Así que Lya la entrevistó. Maud estudiaba Literatura y estaba realizando una tesis de literatura centroamericana. Entre mis archivos conservo la entrevista. Lo interesante es que se generó una buena química con Maud a partir de ese encuentro. Ella llevaba su cabello corto y rojo que hacían resplandecer sus ojos azules, ojos inteligentes y curiosos. Vestía una blusa blanca y jeans celestes con zapatos marrones. Compartimos múltiples cafés hablando de literatura y filosofía. Pero el tiempo siempre se hacía corto. Aunque pasaba meses en El Salvador, debía regresar a Francia.
Lo bueno es que sorteábamos aquella distancia involucrándonos en proyectos comunes. Así que ella escribió para las revistas que creamos: Huella y MeSCenas. Iniciativa que sosteníamos con mis primos Francisco, Regina y José Márquez. Manteníamos enlace gracias a nuestro amor mutuo por la palabra y el curioso enlace que ella sentía por la poesía salvadoreña. Pero al final el Atlántico volvía a convertirse en una frontera que parecía imposible de traspasar.
Pero existía internet. Además del correo electrónico teníamos el Messenger que hacía instantánea la comunicación. El único detalle era coincidir. Así que me tenían por la madrugada tecleando y detonando de golpe el silencio del pasillo. Sin embargo, mi abuela era comprensiva y nunca me puso un paro para aquella relación.
Maud me enseñó algunas frases de francés y se animó a traducir algunos poemas de mi autoría, sobre todo de mi poemario El último salmo. Y en mi escaso francés ella siempre fluyó en un perfecto castellano.
Mi amiga y traductora que siempre se ofreció a enseñarme Paris cuando yo decidiera tocar por primera vez suelo europeo y aún no ha llegado ese momento, y en cambio la hipercomunicación ya no nos da el espacio para ponernos al día de cómo seguimos evolucionado. Ella en el Yoga y yo en el Derecho, pero siempre con ese profundo amor por la palabra que se extiende por dos continentes.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000