Carlos Girón S.
La Paz (con mayúscula) es un bien de los más preciados para el ser humano, y por extensión para el mundo, que sólo se equipara con el bien de la Salud. Careciendo de ellos nadie en la vida puede ser feliz. Para el logro de este ideal son de valor inapreciable la paz del alma, la paz mental, la paz del corazón, la paz de conciencia (tranquilidad), la paz corporal (sosiego, quietud). La salud debe ser también del alma, de la mente, del cuerpo, de los sentimientos y las emociones. Teniendo esos dos grandes dones, un organismo vivo –como el de un ser humano– goza de bienestar, siendo productivo y provechoso para sí y para los demás.
Un ser humano puede ser representado por un país, o viceversa. “La República”, de Platón, es justo una alegoría de la forma en que tanto un Estado, como un hombre, deben estar organizados para su perfecto funcionamiento y bienestar de sus habitantes. Alcanzar una condición ideal.
Nuestro país es una República. Pero sin la organización ideal que debería tener para un buen funcionamiento. No goza de paz ni de salud. Y es víctima de una guerra.
Hace un cuarto de siglo en Chapultepec se dieron a luz unos Acuerdos de Paz. Nacieron muertos. La República ni tiene Paz ni tiene Salud. Y sigue la guerra. Y como antes, siguen los muertos. Muchos muertos. Han muerto el patriotismo, la confianza, la buena fe, la honestidad, la integridad, la legalidad, la credulidad, la esperanza, la fraternidad, la solidaridad, la cooperación, la tolerancia…
Viendo ese cementerio, a la gente sensata y razonable le parece totalmente absurda e inútil la idea de “buscar” un “Nuevo Acuerdo de Nación”, idea que surgió durante la euforia y fanfarria de la celebración del cuarto de siglo de los tristemente llamados Acuerdos de Paz de Chapultepec. Ese nuevo Acuerdo vendría a ser una extensión o apéndice del primero que, como digo, resultó una completa pifia, pues si no, a nadie se le habría ocurrido darle seguimiento al primer pacto fallido, ya que a todo el mundo le consta que con él nada se corrigió, nada mejoró en ningún sentido. Las cosas siguen igual que antes del conflicto que, eso sí, dejó miles de cadáveres, cuyas cenizas no sirvieron para abonar la tierra a fin de que diera mejores frutos que beneficiaran al pueblo salvadoreño y al país en general.
Lo que no se logró con el primer pacto en 25 años, tampoco se lograría en medio siglo más soñando con utopías. El primer pacto no fructificó porque los Artesanos de la Paz nunca tuvieron ni tienen la voluntad requerida para trabajar por el bien y engrandecimiento de la Patria ni de sus habitantes; no fructificó porque no hubo ni el propósito ni planes o proyectos destinados a ese fin y, sobre todo, aportar, cada sector, el trabajo y los recursos financieros para concretar los proyectos. Siguieron imperando la mezquindad y el egocentrismo, buscando únicamente el crecimiento y la bonanza personal y de grupos, en los negocios, las empresas y corporaciones, sin quedarse atrás las agrupaciones sindicales, de obreros y profesionales, los desmovilizados, excombatientes del conflicto, etc. Pareciera ser que el único saldo de aquellos malhadados Acuerdos de Paz son la existencia de una Policía Nacional Civil, una Academia Nacional de Seguridad Pública, donde se preparan los hombres y mujeres que llegarán a formar parte de la PNC, que vino a sustituir a la anterior, abusiva e irrespetuosa de las leyes y los derechos humanos, y a las fatídicas Policía de Hacienda y Guardia Nacional.
Cierto que la PNC –bajo mandos responsables y clara consciencia del deber y todos los riesgos implícitos–, con el refuerzo de comandos del ejército velan por la seguridad de los salvadoreños, habiendo logrado reducir sustancialmente los índices de criminalidad, aunque siempre persisten focos de malhechores
Pero, cabe preguntar: ¿será eso toda la ganancia que dejó el conflicto armado de 12 años, que costó miles de vidas humanas? ¿Y es que ciertamente ya terminó el conflicto? No, sigue encarnizado.
Sí, el conflicto nunca terminó. Sigue tan cruento casi como la parte antecedente. No se libra en las montañas, sino en las ciudades y zonas urbanas. Se libra en un campo de batalla caracterizado por grandes desigualdades e inequidades entre los bandos; peleando la ambición contra la precariedad; la gula contra el hambre, la opulencia frente a la miseria, o sea, más o menos lo que fuera la causa y detonante para el estallido del conflicto armado en su primer capítulo de esa novela inconclusa de aquellos Acuerdos de Paz, que fueron sólo eso, un simple acuerdo, un acuerdo de intenciones, como se estila en pláticas entre gobiernos que llegan a un entendimiento para hacer algo, pero sin jurar nada.
La guerra actual sigue causando grandes estragos también en otro terreno: el económico, el político, lo legal y lo mediático. En lo económico, agentes poderosos mantienen la navaja en la yugular del gobierno, no para asfixiarlo, sino para darle muerte y despejar así el camino para rehacerse de las riendas de la Nación y seguir explotándola y marginando a la población más desvalida. En lo político, los partidos opositores en el Congreso coadyuvan a los propósitos y ambiciones de los primeros, contentándose sus integrantes (de los partidos) con gozar toda suerte de prebendas y privilegios, sacrificando los intereses del pueblo. En lo legal, los francotiradores apostados en la casamata constitucionalista libran fuego granado contra el Gobierno, la República, con el fin de hacerlo fracasar –lo mismo que quieren los políticos derechistas– en su gestión administrativa. Se agregan también los medios de comunicación, con algunas excepciones. Éstos no economizan pólvora con sus fogonazos contra Sánchez Cerén y sus lugartenientes en el Gabinete donde, por cierto, parece que anda un Judas Iscariote llevando la bolsa de recaudación de los denarios –como en el relato bíblico– hablando a espaldas del jefe, de golpear más al pueblo, aumentando el IVA. Como ya lo planteó ARPAS en estas mismas páginas, es urgente que el jefe del Ejecutivo desmienta esa especie o destituya al Iscariote. Es urgente esto para sacar la guerra de la propia casa. Suficiente es la feroz y encarnizada que mantiene la oposición contra el Gobierno, como lo muestra el cañonazo ya anunciado (o consumado cuando salga publicado este trabajo) por los arenosos, de presentar demanda de inconstitucionalidad del Presupuesto General de la Nación de este año, aprobado por las demás fracciones partidarias en el Congreso. El cañonazo es directamente contra la República, contra el pueblo salvadoreño trabajador y ya tan martirizado.
Estando así las cosas, ¿para qué diablos –como decía mi abuela— estar hablando de nuevos “Acuerdos de Nación”, que de nada servirán otra vez?
Que el soberano tome debida nota de este nuevo artero ataque en su contra y lo recuerde al momento de votar en las venideras elecciones…