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Acuerdos de paz a pesar de todo

José M. Tojeira

Le podrán llamar pacto de corruptos, pero lo firmado el 16 de enero de 1992 fueron realmente acuerdos de paz. Quienes no vivieron la guerra, o la vivieron desde un hogar alejado de la misma, podrán dejar suelta su imaginación y decir cualquier cosa. Pero los que vivimos la guerra vimos en los Acuerdos un paso importante hacia la paz. Una opción tan honda que todavía hoy nadie en nuestro país piensa en acciones violentas para solucionar los conflictos económicos y sociales que permanecen en El Salvador. El hecho de que uno de los conflictos más violentos que afectó a nuestra tierra se resolviera pacíficamente a través del diálogo entre las partes creó cultura de paz, confianza en el diálogo y formas de amistad social que hoy tienden a ser sustituidas por discursos de odio en las redes. Es lógico y correcto que a pesar de discursos oficiales en contra, mucha gente quiera celebrarlos en privado o en público.

Si algo quitó brillo a las celebraciones de los Acuerdos, fue la tendencia de las partes firmantes a convertirse en una especie de protagonistas únicos del proceso que culminó aquel 16 de enero. La realidad no era así. Las madres de desaparecidos o de asesinados que se manifestaban públicamente, los que valientemente denunciaban las masacres, defensores de Derechos Humanos, figuras eclesiales como Monseñor Rivera y el Cardenal Goyo Rosa, los mártires, tuvieron objetivamente mucha más influencia en el proceso de paz que los representantes de los partidos políticos. El deseo de apropiarse del proceso de paz por parte de los políticos y simultáneamente su lentitud en resolver problemas tanto de violencia como de justicia y desarrollo, llevó al desprestigio de los mismos. Pero los Acuerdos de Paz continúan teniendo vigencia  no solo porque los verdaderos protagonistas fueron gente llena de razón y verdad que exigían paz con justicia; sino porque además ni la justicia transicional, ni el desarrollo prometido, ni la justicia social han avanzado como los Acuerdos lo prometían. Alcanzamos la paz, pero algunas de las causas que llevaron al conflicto han seguido presentes dañando la convivencia ciudadana y los derechos de las personas.

Hoy, 32 años después de la firma, el diálogo social se ha hecho más escaso. La seguridad  y la convivencia se ve amenazada por múltiples formas de irrespeto a la Constitución. Tenemos más seguridad en las calles pero más miedo a formas autoritarias de poder. Más discursos de desarrollo pero más inseguridad respecto a un futuro en el que el hambre se ve como posibilidad creciente. Los discursos de odio campean en las redes y el diálogo se está volviendo en algunos aspectos más difícil. El recuerdo de los Acuerdos de Paz debería llevarnos a la reflexión. El informe de la Comisión de la Verdad, recogiendo el dolor de aquellos años violentos, se titulaba “de la locura a la esperanza”. Hoy debemos corregir formas irracionales de proceder desde algunos estamentos del poder. El abuso del poder es otra forma de locura. Y freten a ella debemos sentarnos para hablar, conversar sobre diferencias de criterios, y tener la capacidad de ver lo que puede haber de bueno y verdadero en las diversas posiciones. Nadie tiene la verdad absoluta. Pero la verdad de una sociedad democrática y justa se construye siempre desde el diálogo. Cuanto más tiempo se tarde en conversar sinceramente sobre nuestros problemas, más difícil será dialogar en el futuro. Los Acuerdos de Paz, en su hondura y contenido, nos impulsan al diálogo. Celebrarlos hoy es insistir en la construcción de una sociedad menos autoritaria, más democrática, más participativa y más abierta al diálogo.

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